[Publicado en varios periódicos digitales de Castilla-La Mancha]
Llegó
Filomena como impetuoso regalo de Reyes, y tendió su majestuoso manto nevado
sobre la comunidad. Incomunicó ciudades, pueblos y personas, impidiendo que un
gran número de trabajadores pudieran acudir con normalidad a su puesto.
Desde
la Consejería de Educación suspendieron las clases, y no se les ocurrió otra alternativa
que con la obligatoriedad de recuperar esos días lectivos perdidos. Sin caer en
la cuenta de que la solución más inmediata y eficaz ya estaba lista desde
septiembre, a falta de dar la orden para aplicarla. Porque fue desde su sancta
sanctorum, desde esos despachos alejados ya de la tiza pero que dirigen los
designios de la educación de esta comunidad, desde donde partieron las
instrucciones de programar para este curso todas las asignaturas de cada
departamento contemplando la posibilidad de tres escenarios: el presencial,
el semi-presencial y el on-line (por si había confinamiento). Lo
que, a la hora de programar, supuso triplicar por asignatura el trabajo en
septiembre de los docentes.
Evidentemente
que estaban previstos por si la pandemia se cebaba de nuevo, pero que -por
estar ya todo programado desde inicios del curso-, en cuestión de horas el escenario
on-line se habría activado en todos los Centros Educativos: y así, ni los
docentes se hubiesen visto privados de dar sus clases, ni sus alumnos el
recibirlas. Sin embargo, nadie perteneciente a ese sancta sanctorum de
la Consejería de Educación se acordó de esas instrucciones que ellos mismos
habían ordenado: ¿para qué, si podemos improvisar otras, y las acatarán sin
rechistar? La recuperación de esos días lectivos no tiene su causa en la
nevada, sino en una medida política de quienes no supieron activar las
instrucciones que ellos mismos impusieron al inicio de curso, y que maestros y
profesores habían desarrollado.
Ambas circunstancias son nuevos
ejemplos de esas desconsideraciones sobre los docentes, que aún deben agachar
la cerviz ante la autoridad y dar las gracias por estar ya todos vacunados, sin
ocurrírseles protestar por esos días de fiesta no disfrutados que se pierdan en
el limbo de la inutilidad política. A lo que se suma aquella nefasta y dolorosa
intervención -que aún duele- del más alto representante gubernativo, donde hace
un año relacionaba la necesidad del confinamiento con más vacaciones para los
docentes.
Todos sabemos que de esto hay
responsables concretos, pero la máxima responsabilidad es suya Sr. Page.
Recordando a Cicerón, yo me pregunto: “Quousque tandem abutare, Page,
patientia nostra?”
Eugenio
Luján Palma - FILÓSOFO