No siempre los acontecimientos
suceden por evolución natural, muchas de las veces necesitan de un detonante
que la provoquen. Toledo es tierra de El Greco. Pero eso lo es hoy, y desde
mediados del XIX, que comenzaron a tomarse sus pinturas como con entidad y
personalidad propia, adelantada a su tiempo, y precursora de algunos de los
movimientos que vinieron después.
Sus estilizadas pinceladas de colores,
con una intensidad inusitada en su época, dan una expresividad única a sus
obras. Pero, durante siglos, estas se vieron opacadas por el hollín de las
velas, el polvo acumulado por el olvido, y la etiqueta de “extravagante” con la
que fue denigrado.
Hizo falta el detonante que ofreciera
una renovada perspectiva de su obra, para dotarla de una reputada e
incuestionable importancia, esa de la que -curiosamente- ni siquiera gozó en
vida.
Con la llegada de la democracia, la
sociedad española reivindicó la obra de otro de los grandes: José Ortega y
Gasset. Ya en la transición salieron publicaciones rehabilitando su pensamiento
y su figura. Él, que era repudiado por los exiliados por haberse quedado dentro
del país; y por los de dentro, por ser un defensor de los exiliados, nunca
encontró su lugar en aquella oscura España. Situación dicotómica que jamás supo
encajar, y que le acarreó un declive emocional. Pero, a día de hoy, Ortega
ocupa ese lugar de prestigio merecido dentro del paraninfo de intelectuales
relevantes.
Sin embargo, con la figura de Miguel
de Unamuno -el intelectual más importante que hemos tenido- esta sociedad
nuestra aún sigue en deuda. Este año que acabamos de estrenar nos trae un
evento muy importante para quienes gustamos de leerle: la Universidad de
Salamanca le concederá el doctorado Honoris Causa a título póstumo. Se trata de
una concesión que la Universidad en general le debía: una de muchas cuentas que
nuestra sociedad tiene aún pendiente con el inagotable (en todos los sentidos)
D. Miguel.
Aprovechemos, pues, la circunstancia
de este nombramiento como doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca,
para convertirlo en ese detonante que su figura necesitaba, con el que traerle
del ostracismo al que ha sido deportado desde determinados sectores.
Reivindico este 2024 como el Año Popular
Miguel de Unamuno. Que seamos sus lectores, los que gustamos de acompañarnos de
sus letras, quienes le revivamos. Impulsemos en este año su inmensa e intensa
obra, desde el boca a boca, proponiendo algún texto suyo para comentar entre
amigos, en los centros de trabajo, a través de grupos de lectura de las redes
sociales, o en la biblioteca de la que somos socio. Año Popular lo califico,
porque no se requiere del apoyo de ninguna institución más o menos oficial o
gubernamental. Solo se necesita leerle, y dejar que sus textos nos hablen,
dejarnos empapar de su brillante prosa, de la singular poesía, de su enérgica
dialéctica o de su desnudo teatro.
A cada cual le sugerirán ideas y
pensamientos diversos, sus metáforas le trasportaran a lugares y situaciones
diferentes, imágenes distintas se recrearán con sus palabras; pero habrá sido
D. Miguel quien haya hablado con nosotros, con cada uno de sus lectores, porque
recuerda que “cuando vibres todo entero, / soy yo, lector, que en ti vibro”.
Ha llegado el momento de demostrar a esos
hieráticos vigilantes de su sepulcro, que su losa ya ha sido removida. Y que
dentro no yace el cadáver del Unamuno amortajado y momificado por quienes se han
querido apropiar de su pensamiento. Hagamos ver a todos que ese sepulcro lleva
muchas décadas vacío, porque D. Miguel está vertido en cada una de sus obras; y
desde ellas, revive en esos lectores que quieren oírle sin intermediarios ideológicos.
Eugenio Luján Palma – Filósofo