Uno de los pensadores de referencia
hoy, Gabriel Albiac, mantiene en su último libro donde elogia la labor
de la filosofía, que pensar solamente es posible si se renuncia a la esperanza.
Una afirmación que me ha hecho reflexionar sobre el eterno
problema de si existe eso a lo que llamar “filosofía española”. Aunque, en
un país donde llevamos siglos sin encontrarle solución al dilema de qué somos
como sociedad, quizá no sea tan importante saber qué sea eso de la filosofía
española, ni de si existió alguna vez.
Entiendo que no se trate de una
cuestión de urgente solución, hoy que aún retumban en los atónitos ciudadanos
las consecuencias de las votaciones en un parlamento dirigido por una partitocracia
ya peligrosa para el bien común. Pero entiendan ustedes que mi deformación
profesional (me dedico a enseñar a filosofar), consiga que esa cuestión
continúe preocupándome.
Si la esperanza es improductiva, como
esa que se resume en el suspirado ¡ay! de quien desespera, desinflándose de
toda acción al exhalarlo, evidentemente Albiac tendría razón en su afirmación.
Por otra parte, es cierto que la esencia de la filosofía es no esperar nada a
cambio de su esfuerzo en la reflexión. En tanto que pensar es la acción más
libre que podemos realizar, la filosofía no está condicionada ni siquiera por
sus propias respuestas, sin esperar de ellas una utilidad práctica. De hecho,
se trata de un saber de preguntas, y no de respuestas (como sí lo es la
ciencia).
Pero creo que, si profundizamos algo
más en el concepto de esperanza, encontraremos un sentido más complejo,
e incluso aclaratorio al eterno problema de la existencia o no de la filosofía
española. El concepto de esperanza activo es el que los místicos españoles
plantearon ya en el siglo de oro. Influenciados por el neoplatonismo, entendían
la memoria como acto de reminiscencia que les unían al Ser Creador. Y de
ahí nace la “ansiada esperanza”: la espera efectiva y fructífera, fundamentada
en las obras de hoy, para preparar la llegada de esa unión en el futuro,
cargada de plenitud.
Si ahora desacralizamos estos
términos. Si los convertimos en meros conceptos hermenéuticos, desde
los que interpretar la realidad, encontraremos que de la memoria que todos
tenemos sobre qué es ser humano, de desarrollarse y vivir como persona, de la
toma de conciencia de los derechos y libertades que lo constituyen, nace la
esperanza fructífera de conseguirlo en la plenitud del mañana anhelado, pero
apoyándonos en las obras realizadas en el hoy (que prepararán ese encuentro).
La Guerra Civil y las cuatro décadas
de dictadura trasladaron de golpe la vida cultural al medioevo más retrógrado,
esforzándose por romper los anclajes con la tradición liberal del XIX de reivindicación
de todas las libertades de las personas; conectada, a su, vez con el proyecto
emancipador que la modernidad diseñó para el individuo; y que tuvo su origen en
la defensa renacentista del sujeto humano frente a lo natural, y de su
necesidad de crearse a sí mismo.
Pero, tras 45 años más de democracia,
seguimos acomplejados de reivindicar los conceptos hermenéuticos de
memoria y de esperanza, como constituyentes estructurales de la
persona en tanto que ser social, que nos une a una tradición de siglos en
la filosofía española, y nos provee de categorías operativas con
las que articular una reflexión precisa y proactiva sobre el ser humano.
Eugenio Luján Palma - Filósofo