1. De Sarajevo a Sarajevo
Se ha
convertido en tópico considerar al siglo XX como el siglo más corto de la
historia de la humanidad pero, a su vez, el más sangriento. Definición cuyos
calificativos tienen entre sí una relación de proporcionalidad inversa: a menos
años contabilizados, más crueldad desplegada. No en vano se ha llegado a
estimar en 110 millones de personas las que fallecieron en sus prolijos y muy
diversos conflictos armados. Me sumo a quienes consideran que su inicio está en
1914, con la explosión de la Gran Guerra (que después sería conocida como la Primera
Guerra Mundial); y que su fin va unido a la caída
del Muro de Berlín en 1989, y sus consecuencias como la Guerra de los
Balcanes en el corazón de Europa. Un siglo de 75 años. Pero, sin duda, que se
trata de los 75 años más sangrientos que los humanos hemos vivido desde que
habitamos el planeta, porque han dado para generar dos Guerras Mundiales;
infundir un horrendo miedo durante décadas en caer en una posible Tercera y
definitiva; además de provocar innumerables
conflictos bélicos de carácter más regionales, pero de una violencia y masacre
extrema. Millones de personas asesinadas, inmoladas y desaparecidas en ellos,
sin que este costosísimo precio haya sido en pago de la conquista de un
efectivo bienestar social e individual que hubiese llegado a todos los rincones
del planeta. Un siglo corto, pero demasiado fructífero en violencia y muerte
entre humanos para el bajo nivel de satisfacción en el que se ha desenvuelto la
convivencia común.
Trágico
desarrollo con el que tiene puntos de intersección otro rasgo también
característico del septuagenario siglo XX: la consecución de una puntera y
eficacísima tecnología, que ha permitido al ser humano conocer y dominar
aspectos impensables de la realidad. La industria bélica comenzó beneficiándose
de ella: de ahí que la Gran Guerra sea considerada como la que abre un nuevo
siglo, entre otras cosas, por ser novedosa en su utilización y puesta en
práctica. Pero, tras sus logros, el mundo de la tecnología se ha servido de la
industria armamentística como banco de prueba y desarrollo de los nuevos
inventos, que después han pasado a formar parte de la vida cotidiana del
ciudadano de a pie. Tristemente, el avance tecnológico que poseemos y con el
que se pretende que disfrutemos de una vida más cómoda y humana (aportando más capacidad de disfrute del tiempo libre, por
ejemplo), ha venido de la mano de un aumento de la violencia o el miedo en las
diferentes sociedades actuales.
Una
expansión de la tecnología casi a nivel exponencial, con respecto al resto de
los siglos, que ha permitido introducir una nueva praxis de acción entre las personas
así como un calificativo con el que denominar a esta época: el concepto de globalización.
La tecnología de la comunicación ha permitido achicar el planeta, e interconectar nuestras vidas con personas o
sociedades en las que, solamente unas décadas antes, ese contacto casi
inmediato y exquisitamente fluido, era impensable. La economía se ha
deslocalizado volviéndose global, y abocando a los Estados y Sociedades a
estructurarse de forma que se impulse y garantice ese intercambio de productos
y conocimiento a nivel planetario, promoviéndose cada vez más la integración de
las economías y sociedades nacionales en el mercado mundial. Evidentemente,
como todo proceso humano, la globalización no solamente ha generado riquezas a
los Estados que se han visto vinculados a esa inter-relación mundial: también
es el origen de profundas desigualdades y conflictos, así como causante de
explotaciones y aumento de la pobreza en sociedades y países sobre todo del
hemisferio sur.
Un
durísimo y recortado siglo XX que, entre las muchas peculiaridades reseñables,
tuvo la de comenzar y concluir en la ciudad de Sarajevo como escenario
principal. Escenario que, para la escritora Susan Sontag, es incluso el del
inicio del nuevo siglo XXI. Precisamente la zona de los Balcanes se erige como
una de las posibles perspectivas interpretativas de los hechos acontecidos en
el siglo pasado, pero incluso también de los posibles sucesos que pueden
acontecer en este nuevo siglo XXI. Esta especie de déjà vu europeo no debe tener su razón de ser en la concepción
simplista de los Balcanes como estereotipo de una sociedad fragmentada y
heterogénea, abocada al conflicto constante. De hecho, se utiliza conceptos
como sociedad balcanizada, balcanización o balcanismo siempre con connotaciones peyorativas: en las que se
quiere resaltar fragmentación, enfrentamiento, hostilidad entre las partes,
violencia desde un odio atávico entre etnias, culturas y/o religiones. Una
visión heredada de la interpretación que se daba ya en la literatura de viaje
del siglo XIX, y que a día de hoy se pretende rectificar desde un proyecto
académico que busca reconstruir puentes a lo largo y ancho de los Balcanes. La
razón es sencilla: cualquier conflicto, luchas, o guerras no son productos inmediatos
de las situaciones, por muy tensas que se muestren; ni de los propios
escenarios geográficos en los que se den, por muy fronterizos que estos sean;
sino de las decisiones que se tomen por las personas competentes en ese
momento. Y ante esas decisiones, como condicionantes, caben intereses
de toda índole cuyos contenidos a conseguir se han repetido a lo largo de la
historia de la humanidad. Intereses que son los que abocan, fomentan o
paralizan los conflictos entre individuos y sociedades.
No hay
sociedades conflictivas cuyas señas de identidad sea el odio y el combate
permanente; sino juego de intereses, manipulados con cierta habilidad por
determinados individuos con poder de decisión, que abocan a esas
sociedades al conflicto tanto interno como externo, o ambos a la vez. Una
trágica forma de canalizar esos instintos de territorialidad y jerarquía
que nos siguen dominando atávicamente como primates que somos, latentes en
nuestro más profundo ser biológico.