2.
Propuesta de solución
Justo es a este punto al que quería llegar, para
fundamentar una reflexión que considero necesaria. No podemos comprender al ser
humano ni desde la perspectiva del homo faber ni de la del homo
loquens. Siendo las dos verdaderas, no existe la dicotomía ni entre
inteligencia y mano, ni entre la función de fabricar tecnología y la del
lenguaje humano. Es una forma parcial de plantear el problema y, por tanto, la
respuesta -se decante por la postura que se decante-, seguirá siendo parcial.
Cuando la reflexión se centra en resaltar uno de
esos binomios, se hace desde una concepción transcendental. Es decir, a modo de
epojé, se ha suprimido el contexto en el que tienen lugar las
acciones humanas para alumbrar así a un estereotipo de individuo universal
(transcendental); y, desde él, se pondera una u otra de sus características
supuestamente fundamentales (el poder de la inteligencia sobre la mano, o
viceversa, o el mundo de la palabra sobre el material de la acción.)
Hay que tener presente, por ejemplo, que el
lenguaje aparece en los niños en torno a los dos años. Todos nacemos con las
áreas del lenguaje preparadas para actualizarse; y con un aparato fonador desde
el que emitir las palabras del idioma correspondiente. Pero ningún niño
aprenderá a hablar con soltura, como cualquier humano, si no se le estimula a
ello, si se le evita el contacto con los demás. Nacemos pre-programados, pero
esos programas necesitan ser activados desde el mundo social en el que vivimos.
Y lo mismo ocurre con la inteligencia y el
pensamiento. Los lóbulos con sus respectivas áreas, interconectados entre sí
por los diferentes entramados neuronales, no se activarán si quienes rodean a
esos niños no lo provocan. Tendrán la potencialidad de desarrollar la
inteligencia y el pensamiento, el programarse a futuro, idealizar desde la
realidad para -desprendiéndose luego de lo material-, pensar desde esas ideas.
Dicho de manera rápida: nacemos con unas capacidades biológicas, impulsadas por
nuestra carga genética, producto de la selección natural. Pero ellas, por si
mismas, no se desarrollan: necesitan ser estimuladas por los otros. Una prueba
más de que somos seres carentes, donde el otro es
imprescindible para que se dé mi existencia humana, en todos los sentidos.
Una actualización de esas potencialidades que la
selección natural ha preservado, dotando al ser humano de una larguísima
infancia. Por ejemplo, llama la atención que, en la edad de
piedra, siendo el periodo más extenso en el que ha vivido la humanidad,
sus avances a nivel de fabricación de instrumentos y del uso del lenguaje
fuesen escasos. Probablemente, la explicación fundamental se encuentre en que
su esperanza de vida era corta: tanto, que impedía a los homininos
prosperar en la activación de los todavía rudimentarios módulos del lenguaje,
de la inteligencia y la habilidad técnica; y, por tanto, tenía lugar una
precaria trasmisión a las generaciones siguientes de esos elementos de la cultura
lítica. Hasta que, tras cientos de miles de años no se estabilizó y aumentó la
esperanza de vida, no hubo un avance en la creación de instrumentos y en el
desarrollo del lenguaje. Así, nuestra larga infancia -otro
triunfo de la selección natural-, garantiza que el fructífero contacto inter e
intra social sea lo más provechoso para la supervivencia del grupo.
Esto nos lleva a afirmar que ni somos homo
faber ni somos homo loquens, lo que realmente somos es homo
socialis. Tanto el desarrollo de la inteligencia como el del lenguaje
es producto de la sociedad en la que vivimos: de la constante interacción
humana, del aprendizaje junto a los demás.
Porque es en sociedad (sea del tamaño que sea),
donde se consigue conectar los cerebros de los diferentes individuos que la
componen. Son innumerables las interrelaciones entre ellos para conseguir la
supervivencia. De aquí nace la cultura. Lo que va a permitir que
esas conexiones lleguen a extenderse a generaciones pasadas ya desaparecidas, o
a las venideras, y que aún no están. Un concepto de cultura que no debe ser
entendido como una mochila de conocimientos, herramientas, normas, valores,
costumbres… que nos vamos pasando de generación en generación, y que cada una
de ellas rellena con elementos nuevos, o cambia unos por otros, o directamente
elimina lo que no les sirve y la hace más liviana... Esta visión vuelve a ser
estática. No explica la esencia ni de la vida en general, ni de la vida humana
en particular: que es un constante fluir, un eterno interaccionar.
Tampoco la cultura, ni los elementos que la
componen, tiene sentido “por sí misma”. No es un marco estable y fijo. Toda
persona entendemos la realidad desde la cultura en la que hemos nacido (hasta
aprendemos a sentir sensorialmente), nos condiciona para interactuar con la
realidad y poder sobrevivir en ella. Pero su origen está en el contacto
con los otros individuos. La cultura es fruto de la interacción del
hombre con el medio, y está en constante desarrollo, no es un marco fijo y
estable.
Entendiendo como medio o hábitat del ser humano,
no solo el entorno físico en el que se desarrolla su vida o la vida del grupo
en el que se encuentra inscrito. Sino que, además de ese mundo físico, su
hábitat es también la propia sociedad en la que vive. En cuya interacción con
los demás, se va desarrollando como persona. No solamente interaccionamos con
el medio para ajustarlo a nuestras necesidades, sino que hemos inventado y
construido nuestro propio medio: el social.
Y esta visión dinámica
del crearse de cada persona desde la interacción con el otro; provocando, así,
la actualización de módulos esenciales para la vida humana con los que nacemos;
en un entorno físico en el que se habita, pero inserto en un grupo social
concreto, ideado y en constante construcción por sus propios miembros, es lo
que me lleva a poner el acento en la sociabilidad humana como lo que realmente
nos dota de humanidad.
La dicotomía mano
/ inteligencia, homo faber / homo loquens es un artificio
intelectual, una mera ficción. Solamente tiene sentido desde la
concepción previa y constituyente del ser humano como homo socialis.
Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0