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viernes, 26 de julio de 2024

EL RETO - 5. Del apego a la compasión, en los homininos

 

La gran expansión que acabamos de analizar, que terminó con la colonización del planeta por el homo sapiens, no tuvo como factor detonante fuertes crisis climáticas o severas carencias de recursos en el hábitat de los primeros homininos. Parece ser que su inicio tuvo más que ver con explorar nuevos lugares, atraídos por zonas donde el desarrollo de sus diferentes miembros y del propio colectivo, su alimentación y defensa, eran favorables. Probablemente, una mezcla de curiosidad y exploración.

Grupos que, como ocurre hoy con los chimpancés, se desplazan aleatoriamente por una zona determinada, de manera autónoma, con sus respectivos líderes, a quienes les rodeaban machos afines genéticamente, y el conjunto de hembras que permitían la persistencia del grupo. Pero con cierto contacto entre ellos: las hembras nacidas en un grupo, cuando alcanzaban la madurez sexual, buscaban adherirse a otro (donde no solían ser rechazadas), para evitar el problema de la endogamia. Lo cual nos permite visualizar cómo se fue produciendo esa salida de África hasta concluir millones de años después con la colonización del planeta por parte de uno de los linajes del homo.

Tras abandonar los bosques del este del continente africano, se desplazaron al valle del Jordán, y de ahí pasaron al sur del Cáucaso. Ese fue el inicio de las diversas explosiones demográficas, que propulsaron las migraciones hacia zonas del este y el oeste euroasiáticas.

Eso sí, esa actitud de búsqueda estuvo siempre condicionada por el grado de cultura que habían desarrollado, ya que son sus elementos materiales e inmateriales los que les permitían adaptarse a las nuevas situaciones geográficas y climáticas que se iban encontrando. Su complejidad y avance en el dominio de las diferentes tecnologías ha sido, sin duda, la clave a lo largo de la evolución de los homininos, para superar los condicionantes físicos y climáticos.

Si estas sobrepasaban su capacidad tecnológica para adaptarse y combatirlas, ese grupo social no podía desarrollarse en ese hábitat concreto: puse el ejemplo del homo antecessor en las zonas mediterráneas. Pero, en sentido contrario, unos 200.000 años después, lo que hoy es Europa comenzó a ser colonizada por un linaje nuevo de hominino precedente de Oriente Próximo, con una tecnología más avanzada y una mayor corpulencia, que les convirtió en grandes cazadores. Lograron alcanzar tierras de la actual Alemania (sobre el paralelo 53), de ahí surge el linaje del homo heidelbergensis; que, condicionados por las diferentes glaciaciones que los llevaron a tener que afrontar problemas de aislamiento, originaron con el paso de miles de años al homo neardenthalensis.

Primates sociales que adquieren una progresiva telencefalización como consecuencia de la interacción con el medio, desarrollando un cerebro individual cada vez más complejo capaz de ir construyendo una cultura siempre en consonancia al nivel de esa complejidad cerebral. Todo ello, potenciado por su capacidad de sobrevivir en grupos, por su sociabilidad, en la que tienen un papel fundamental la solidaridad y la empatía.

Aspecto que, durante siglos, hemos obviado e incluso ocultado cuando se ha buscado una definición que nos clasificara. Siempre se ha tendido a resaltar el valor del pensamiento, de la razón, del conocimiento. Sin embargo, se da entre nosotros un hecho muy llamativo al respecto. Cuando nos referimos a otra persona como alguien que “ha demostrado tener mucha humanidad”, lo hacemos porque consideramos que ha realizado acciones desde la empatía y la solidaridad, desde el respeto al otro, no desde el estricto uso de la razón. Dicho de otra manera, entre nosotros mismos apreciamos como más humanos a quienes tratan al otro desde la comprensión, la consideración, el apoyo, porque los consideramos rasgos que nos definen como especie.

Es un ejemplo de cómo la racionalidad, el pensamiento estricto queda supeditado a la emotividad (tomada en su acepción más amplia). Lo cual tiene su explicación biológica, por dos motivos fundamentales conectados entre sí.

Primero, porque el sistema límbico, el que rige las emociones, evolutivamente es anterior al área prefrontal, donde se administran las funciones cognitivas superiores (pensamiento, planificación, toma de decisiones, …) Este aparecerá ya en una fase posterior del proceso de telencefalización, por lo que filogenéticamente hay una dependencia del pensamiento respecto de las emociones. De ahí, por una parte, la recomendación de los profesores a sus alumnos para que lleven a cabo aprendizajes significativos: esos que, en el proceso de asimilación, integran diferentes emociones; o, por otra, que no podamos -o nos sea muy difícil- desde el pensamiento, controlar una emoción que nos sobreviene fuerte, racionalizando la situación.

Segundo, y nuevamente aquí vuelve a aparecer esa característica nuestra de seres carentes, porque el hecho de ser primates sociales se debe a que la evolución nos ha dotado de unas características físicas y neurológicas que provocan al apego a otros congéneres del grupo.

La única misión fundamental que tiene cualquier cerebro, sea de la especie que sea, e independientemente de su grado de complejidad, es el de la supervivencia del individuo. Y en el de los mamíferos sociales, la supervivencia del individuo está íntimamente relacionada con la del grupo en el que se encuentra. De tal manera que es un axioma, dentro de las leyes evolutivas de estos mamíferos, que cualquier conducta debe ser beneficiosa para los diferentes individuos implicados en ella: si es así, perdurará; de no ser así, esa conducta tenderá a la extinción.

La persistencia o éxito de una conducta determinada tiene su explicación última en un mero cálculo económico. Esa conducta se extinguirá siempre que su coste energético sea superior al beneficio conseguido para el grupo, que no es otro que el mayor éxito reproductivo posible.

Evidentemente, las conductas que más favorecen dicho cálculo son las de la necesidad de apareamiento, las de mantener cohesionado al grupo entre un equilibrio y jerarquía de machos y hembras, las de no fomentar la endogamia (migrando las hembras a otros grupos, donde son aceptadas), y el cuidado de las crías. Y así brota y se fomenta evolutivamente la sociabilidad en ellos.

Conductas, a su vez, favorecidas por el desarrollo de las conocidas como neuronas espejo. Desde ellas, se incorporan comportamientos nuevos por un aprendizaje puramente imitativo: se copian gestos, sonidos, acciones que otros hacen. Lo que permite que el acervo conductual eficaz para la supervivencia de un grupo concreto, pueda incorporarse a los nuevos miembros. Aprendizajes que serán aprobados por el resto mediante un consentimiento afectuoso; o reprobados desde actitudes negativas de castigo, generando en sus protagonistas miedo y ansiedad por el sentimiento de exclusión que les puede generar.

Pero tienen un papel también importante en el ámbito de la solidaridad: permiten que los demás lleguen a sentir el estado de ánimo en el que otro sujeto se encuentra. El re-vivir un individuo cualquier emoción de alegría, de miedo, de ira, asco, tristeza, culpa o desprecio, que otros estén sufriendo o hayan sufrido. Es una de las bases neurológica de la empatía, la estructura neural que nos permite compartir emociones con los otros; y de la compasión: que no es otra cosa que padecer con el otro, esforzarse por entender los sentimientos que está sufriendo.


Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0


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