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jueves, 1 de agosto de 2024

EL RETO - 7. Más allá del homo faber y del homo loquens (1)

 

1. Planteamiento

 

A mediados del siglo XIX, el concepto de homo faber aparece en la filosofía de los pensadores materialistas de la esfera de Marx y Engels. Para ellos, la tarea fundamental del ser humano durante toda su historia, no ha sido otra que la de transformar la naturaleza (la realidad) para poder sobrevivir en ella. Ha sido capaz de desarrollarse en esta realidad inhóspita, únicamente desde la destreza que tiene para transformarla. Una tarea de transformación que la persona solamente puede llevar a cabo con esfuerzo, desde una labor constante o, dicho con terminología marxista, desde el trabajo. De ahí que, para Marx y el marxismo, el trabajo sea la esencia de todo ser humano; y que, un trabajo que esclavice al proletario por las condiciones laborales en las que se da, o le someta por la comercialización egoísta que realiza el capitalista de sus productos, es alienar a la persona, enajenarle de su ser más íntimo, quitarle su razón de existir.

En 1907 será Henry Bergson quien volverá a ponerlo de moda en filosofía, con La evolución creadora. Considera que, no somos homo sapiens y por ello construimos herramientas y tecnología; sino al contrario: que de la construcción de estas en sus más diversos grados, se potenció el desarrollo de la inteligencia. Por lo que considera que su característica fundamental es ser “la facultad de fabricar instrumentos artificiales, en particular útiles para hacer útiles, y variar indefinidamente su fabricación.”[1] Solamente la humildad, afirma Bergson, haría hacernos asumir que, más que homo sapiens en realidad lo que somos es homo faber.

La cuestión que esta reflexión pone sobre la mesa es, aunque parezca mentira, tan antigua como el propio filosofar. Así como la inteligencia es una expresión de la razón, del conocimiento racional; la tecnología, la creación de instrumentos, está relacionada con la mano: con la capacidad que tienen las personas de, tras manipular determinados materiales, crear artefactos que puedan aplicar para conseguir algún fin en concreto. En definitiva, cómo se debe entender la relación entre el binomio inteligencia y mano. ¿Somos inteligentes y por eso tenemos manos precisas que permiten generar tecnología? ¿O, por el contrario, como tenemos manos que nos permiten desarrollar una precisa tecnología, por eso somos inteligentes? Una controversia que aparece ya en el texto de Aristóteles De partibus animalium, respecto a la tesis mantenida siglos antes por el presocrático Anaxágoras:

Anaxágoras dice que el hombre es el más inteligente de los animales por el hecho de tener manos. Pero es más razonable decir que posee manos porque es el más inteligente. Las manos son un órgano y la naturaleza siempre atribuye, igual que un hombre inteligente, cada órgano al animal que puede utilizarlo (…); el hombre no es más inteligente gracias a las manos, sino que tiene manos porque es el más inteligente de los animales. En efecto, el ser más inteligente podría utilizar correctamente un gran número de órganos, y la mano no parece ser solo un órgano sino varios. Es como un órgano de órganos. Así pues, la naturaleza ha concedido el más útil de los órganos, la mano, al ser que es capaz de adquirir muchas habilidades.” [2]

Empezando su análisis por el final, se aprecia esa concepción teleológica de Aristóteles, característica propia del pensamiento antiguo: en la naturaleza, todo tiende a algo. Era la manera de explicar el movimiento (en tanto que cambio, desarrollo y desplazamiento) de los seres y en los seres. Para Anaxágoras, del uso preciso de la mano aparece el desarrollo de la inteligencia: el ser humano es inteligente, gracias a la mano. Como fabrica objetos, esa actividad genera como consecuencia el desarrollo de la inteligencia. Una tesis que Aristóteles critica desde la teleología: para que la mano, en tanto que “el órgano de los órganos”, pueda ser usada con destreza, debe existir una inteligencia que la dirija.

Además, Aristóteles reprocha a Anaxágoras que no resalte la facultad más importante que tenemos: la inteligencia (la razón, el pensamiento); sino que la supedite a la mera elaboración de herramientas, que era una acción de orden inferior. Recordemos que, para Aristóteles, tekné tiene que ver con la elaboración o creación de algo, pero no por mera rutina o práctica, sino desde el conocimiento racional suficiente de cómo y por qué lo hace. Digamos que, hoy, se correspondería más con la actitud de un ingeniero que el de un operario: éste sabe “hacer”, pero desconoce los fundamentos racionales -o científicos- de por qué lo hace. De ahí que, ante la relación mano / inteligencia, Aristóteles abogue porque desde la inteligencia surge la habilidad de la mano.

Un texto curioso, ya que en el siglo XX sí que se va a discutir profusamente de ello, dentro de la antropología filosófica. Disciplina novedosa que lanza Max Scheler con su obra El puesto del hombre en el cosmos de 1924, dentro de la nueva corriente de pensamiento que era la fenomenología por esta época. Que, aunque iniciada por Husserl, en sus conceptos fundamentales se pueden rastrear la influencia de Bergson. Por tanto, si la obra de Bergson palpita en la fenomenología de Husserl, también influirá a sus discípulos: como era Scheler, y más tarde Martín Heidegger: quien, precisamente, meditará con profusión tanto sobre el homo faber como sobre el homo loquens. Influencias que recogerá la filosofía de Hannah Arendt (discípula de Heidegger), aunque desde una perspectiva más política.

Dentro de la antropología filosófica se inscribe la pregunta de si las peculiaridades y precisión de la mano del homo sapiens era producto de su compleja inteligencia; o, al revés, si esta compleja actividad intelectual provenía de la habilidad de la mano. Un desempolvar la disputa entra Aristóteles y Anaxágoras, pero ahora dentro del contexto evolutivo.

En el proceso filogenético, dentro de los homininos, tuvieron lugar cambios fisiológicos importantes. En la especie homo fueron transcendentales para su desarrollo posterior. En primer lugar, la posición erguida, el bipedismo, desencadenó otros cambios en la estructura ósea de nuestros antepasados.

Se alargaron las extremidades inferiores, y se recubrieron de una importante masa muscular. Los pies se adaptaron para soportar todo el peso del cuerpo, creando un puente entre el calcáneo (el talón) y el antepié. Conformado por una complicada estructura de múltiples huesos, este pie le permite al homo sapiens una gran flexibilidad, armonía y destreza en mantener el equilibrio, y en la realización de la marcha: puede alargar el paso sin perder la armonía del movimiento.

Un bipedismo que también trajo la transformación de la pelvis. Pasó de ser larga y estrecha (como la de los gorilas y chimpancés, lo que les impide la posición erguida); a convertirse en más corta y más ancha, para recoger el peso de todo el cuerpo y distribuirlo de manera equilibrada a las dos piernas. Anchura que va a permitir, también, el nacimiento de una descendencia con una capacidad craneal mayor.

La pelvis está unida al cráneo a través de la columna vertebral. Pero, a diferencia del resto de homínidos, no lo hace por la parte posterior (con lo que el cráneo queda proyectado hacia delante); sino ocupando una posición central: así la cabeza queda en perfecto equilibrio sobre la columna. Ésta, por su constitución, forma una curvatura en forma de “S”, y existen unos cartílagos entre las vértebras que amortiguan el peso, transmiten todo él a las piernas.

Con la posición erguida, además se consigue la liberación de las manos. Ya no están condenadas a la función sustentadora y marchadora, como les ocurre a los chimpancés y gorilas, por ejemplo. Los brazos redujeron su longitud hasta la mitad del muslo, y las manos adquirieron una extrema habilidad para la manipulación, construcción y uso de instrumentos diversos.

Manos que, en los humanos, tomó una forma más corta pero más ancha. Aunque su gran rasgo evolutivo es el de la oponibilidad total del dedo pulgar al resto de los dedos. Lo que proporciona a la mano humana una máxima flexibilidad en movimientos como la extensión, la flexión y la presión, dotándola de una gran precisión.

La liberación de las manos de la función caminante y de equilibrio, provocó una reacción a lo largo del proceso evolutivo, de conversión del aspecto del rostro humano. Al quedar libre, se las utiliza también para transportar objetos y partirlos. Funciones que, antes de esa liberación, realizaban las fuertes mandíbulas y colmillos que siguen teniendo los grandes simios.

La boca, así, se especializará en tareas sobre todo de tipo expresivo y comunicativo, alumbrando con el paso de los largos periodos evolutivos el rostro de los humanos de hoy en día:

-      Disminuye el prognatismo, porque la boca va reduciendo su proyección. Comienza a desaparecer el hocico, y la musculatura de los labios (pasando a ser cortos y más débiles).

-      Disminuye el grosor de las mandíbulas, porque ya no necesitaban tanta potencia para las nuevas funciones expresivas. A cambio, aparece el mentón (la barbilla), que es una peculiaridad del rostro humano.

-      Modificación de los dientes, porque los incisivos y los caninos han perdido las funciones de cortar y desgarrar, siendo asumidas por las manos.

Todas estas modificaciones nos constituyen en homo faber: el hombre que crea utensilios.

Pero, el bipedismo ocasiona, a su vez, una complejidad cerebral, forzado por las consecuencias de estos cambios en la fisiología humana; a su vez, digo, necesita de un cerebro complejo que le permita, tanto el caminar de forma erguida, como el de aprovechar los diferentes cambios que van aconteciendo en su cuerpo. Cada modificación estructural del cuerpo repercute en una modificación cerebral, y viceversa. Digamos que hay que entenderlo como una relación dialéctica. Entre el cerebro y la mano se produce una retroalimentación de multitud de acciones y reacciones, que fueron acrecentando la capacidad intelectual y la precisión técnica en los seres humanos. El proceso de telencefalización está acompañado de una cualificación mayor de las áreas especializadas en conductas determinadas; y, a su vez, estas generarán acciones más precisas. Una plasticidad cerebral que permite la mejor adaptación del ser humano al medio, interviniendo en él con conductas complejas.

Entre esas áreas especializadas aparecen dos, cuyo análisis pormenorizado ya en el siglo XIX contribuyó a una concepción más compleja del cerebro humano: el área de Broca y el área de Wernicke. Las conocidas como áreas del lenguaje. Ambos investigadores, el médico anatomista francés Paul Broca y el neuropsiquiatra alemán Carl Wernicke, fueron sus descubridores. Mientras que Broca detecto el área concreta que ejecuta el lenguaje (el mecanismo de la palabra) en el lóbulo frontal; Wernicke analizó esa zona en la que se procesa y se le dota de sentido (en el lóbulo temporal, fronterizo con el parietal y occipital). Para, descubrirse más tarde, que ambas están unidas por el fascículo arqueado.

Sin embargo, estás áreas específicas del ser humano, no siempre nos han acompañado. Son consecuencias de la evolución a una complejidad mayor de nuestro cerebro. Porque, aquellos cambios anatómicos consecuencia del bipedismo, también contribuyeron a que el tracto vocal o aparato fonador (compuesto básicamente por la cavidad bucal y nasal, la faringe, la laringe), evolucionase. Por ejemplo, en las personas, la faringe posee un volumen mayor porque está más desarrollada que en los antropoides, y a su base está unida la lengua: lo que nos permite modificar los sonidos emitidos por las cuerdas vocales, y modularlos para que sean reconocidos por los otros como palabras del lenguaje. De ahí que la laringe pase a ocupar un lugar más bajo en el cuello humano. Curiosamente, esto es la causa de que los adultos no podamos beber al mismo tiempo que respiramos, mientras que sí lo puedan hacer los bebes: porque, por su anatomía, en ellos aún la laringe está en una situación más alta en su cuello (lo que, por otra parte, les impide por el momento hablar).

Un aparato fonador que necesita ser controlado desde el área especializada para emitir sonidos, el aérea de Broca. Y, una vez emitidos, comprendidos desde el área de Wernicke para emitir una conducta: como puede ser la de ser respondidos. De ahí que ambas funciones aparezcan unidas por el fascículo arqueado.

Hoy sabemos que el gen FOXP2 es el gen del lenguaje. Parece ser que una alteración suya, producida hace unos 200 mil años, generó el desarrollo de las estructuras faciales y sistemas neuronales necesarios para su desarrollo en humanos.

Desde la antropología filosófica, también se ha hecho hincapié en la importancia de ser definidos, además de homo faber, homo loquens. El lenguaje nos permite transportar a la conciencia el mundo de la vida, desde donde es interpretado. Y, en ella, descarnar los hechos de su temporalidad, para convertirlos en actos puros de conciencia. Sin duda alguna, que también desde el lenguaje nos creamos cada uno como personas, y creamos a su vez esa realidad en la que vivimos. Heidegger lo resumía en la famosa frase: “El lenguaje es la casa del Ser. En su morada habita el hombre.[3]


Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0

 



[1] Bergson, H.: La evolución creadora, en Obras Escogidas, Aguilar, México, 1963, pp. 557-558

[2]Aristóteles: De las partes de los animales , Libro IV, cap. 10, 687a

[3] Heidegger, M.: Carta sobre el humanismo, Alianza Editorial, Madrid, 2006, p. 11


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