Se cumplen 100 años del destierro
primero, y del exilio después, de Miguel de Unamuno. Un acto de autoritarismo
bravío por parte de las más altas autoridades del Estado, cuyas consecuencias
no calibraron. Paradójicamente, al correr de unos años, el exiliado retornará reconocido,
trayendo la libertad como bandera; casi a la vez que sus des-terradores ponían
tierra por medio hacia el ostracismo.
El 20 de febrero de 1924, al caer la
tarde en Salamanca, el Gobernador Civil comunica la orden de destierro a Unamuno,
para que salga lo antes posible camino de Madrid, y de ahí a Sevilla y Cádiz,
hasta llegar a Fuerteventura el 10 de marzo.
Sus vivencias del destierro y del
exilio pueden encontrarse, con mayor o menor detalle, en sus muy diversas
biografías. Pero hoy quiero señalar el auténtico suceso detonante de esta
medida tan extrema. Y con ello, desvelar una muestra más de esa unidad de
acción y de pensamiento que Unamuno mantuvo a lo largo de su vida, y que
durante demasiadas décadas se nos ha ocultado impúdicamente.
Un destierro cuya justificación anunciaba
El Sol al día siguiente: “El señor Unamuno no solo no ha cumplido con sus
deberes de ciudadano, sino que fue su vida una rebelión continuada a la ley”. La
publicación de unos artículos en la prensa argentina entre noviembre del 1923 y
la española entre enero y febrero del 1924, fue la causa inmediata. En ellos
arremetía con dureza contra el régimen de coacción que en ese momento era la
Monarquía y el Directorio de Primo, quienes censuraban enérgicamente toda
acción (o dicción) que fuese crítica con ellos.
En las publicaciones diarias de
Unamuno desde 1917, las descalificaciones sobre las prepotentes y altaneras
formas con las que gobernaban, fueron cada año subiendo en intensidad. Tan
machacón e incisivo fue en publicitar sus críticas, que en 1921 los Tribunales
le condenaron a 16 años de cárcel y dos días, por injurias al Rey. Una condena
que el gobierno no se atrevió a ejecutar; sin embargo, no dudaron en firmar su
destierro en 1924.
Este espíritu crítico de Unamuno, que
actúa sin sujeción ni a ideología o partido alguno, ni dependiente del
beneplácito de nadie -salvo de su propia conciencia liberal-, con capacidad de
crear opinión en los ciudadanos que le leen, se convirtió en peligroso para la
Palatina Dictadura de Primo. Algo que Unamuno ya dedujo por la propia condena
citada.
Tan peligroso, que intentaron
desactivarle con una audiencia en Palacio. Pero no como aquella que pidió en
1915, a petición del monarca con el que coincidió en Guernica (“Venga ud a
verme y hablaremos”), y de la que nunca recibió una respuesta. Ahora, en 1922,
el interés venía del propio Alfonso XIII: al que ya Unamuno abiertamente ponía en
entredicho su legitimidad e incluso su capacidad para ser Rey. Un interés tan
ansiado, que desde Palacio consiguieron que Unamuno contactase con el
presidente del Consejo de Ministros, para transmitirle la necesidad de realizarla
ahora. Tanto empeño había, que incluso se le toleró que incumpliese doblemente
el protocolo: no respetó la vestimenta de etiqueta establecida, y llegó una
hora más tarde, haciendo esperar al mismísimo Rey.
Tras una conversación de dos horas,
entre otros temas le aclaró que jamás aceptaría un indulto desde el Gobierno
sobre su condena de 16 años y dos días de prisión, porque “las condenas se
debieron a presiones sobre los Tribunales, a fin de que me condenaran “para”
ser indultado.” Y, además, le expuso que “no se ha liquidado todavía lo injusto
e ilegal de la represión del verano de 1917”. Audiencia que resumió así a su
hijo Fernando: “Ir a palacio a no someterse y hasta hablar cara a cara y de
igual a igual con el rey -y con Romanones de notario- parece cosa de cuento
bárbaro”. Y con las mismas se marchó de palacio, y continuó criticando en
prensa la actitud absolutista y tiránica del Directorio de Primo, con el
beneplácito de Alfonso XIII.
Pero, ¿qué graves hechos desencadenaron
aquel juicio con condena de prisión como sentencia, convertida luego en
destierro? Algo tan propio de él como la defensa a ultranza de las libertades
individuales de todos los ciudadanos. Tras la crisis de 1917, en el Gobierno de
Eduardo Dato, se suprimieron las libertades de políticos y sindicalistas de
izquierda que avalaron y promovieron la huelga general de ese año, metiéndoles
en la cárcel: entre ellos, a Julián Besteiro, Largo Caballero, Andrés Saborit y
Daniel Anguiano. De ahí su impecable artículo contra el monarca de 16 de
noviembre de 1917: “Si yo fuese Rey” (“¿De cuándo acá es delito tatar de
cambiar el Régimen por procedimientos pacíficos? ¿Es delito acaso votar y
recomendar que se vote a republicanos?”) A los que continuaron otros en los años
sucesivos, donde la crítica era más afilada y contundente.
Por tanto, el auténtico y prístino detonante
del destierro de Miguel de Unamuno no fue otro que el pronunciarse en defensa
de a quienes les cercenaron sus libertades individuales, solamente por ejercer
sus derechos como ciudadano, señalando durante años con nombre y apellidos (y
motes) a sus causantes. Poniendo así en jaque, antes y durante su exilio, al
mismísimo Alfonso XIII, en comparsa con Primo.
Eugenio Luján Palma - Filósofo