jueves, 8 de agosto de 2024

RETO - 8. Diferencias entre homo socialis y zoón politikón

 

Dentro del horizonte hermenéutico de la filosofía griega, el concepto de logos (λόγοs) es fundamental. Pero si, dentro de ella, nos referimos al pensamiento de Aristóteles, su importancia se acrecienta. Porque es, precisamente, en torno al logos (λόγοs) donde desarrolla su teoría psicológica, sobre cómo está constituido el ser humano (enlazada con la teoría hilemórfica); su ética, donde nos explica cómo comportarse moralmente en convivencia con los demás; y su teoría social (su política) como ese ámbito en el que el ser humano se constituye en persona. De ahí que el logos (λόγοs)  en su obra filosófica se erija como uno de los conceptos más importantes, sin cuya adecuada comprensión se hace muy difícil entenderla como un todo.

Sabemos que la traducción al castellano depende del contexto, variando entre palabra, diálogo o razón, pensamiento. Sin embargo, siguiendo la sabiduría popular, el dicho de “traduttore, traditore” (traductor, traidor) también se cumple cuando se quiere volcar su significado a nuestra lengua. Situémonos, por ejemplo, en el transcendental texto del capítulo 2º del libro 1º de la Política, donde afirma contundentemente que: “El hombre, es por naturaleza, un animal político”. La explicación que proporciona Aristóteles es que: “Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra.” Estos disponen de voz (foné), “una indicación del dolor y del placer; por eso la tienen también los otros animales. (Ya que su naturaleza ha alcanzado hasta tener sensación del dolor y del placer e indicarse estas sensaciones unos a otros). En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto.[1] 

¿Qué le ocurre al lenguaje humano para transcender al del animal y así ponderar, calibrar, el tipo de acción realizada por un sujeto cualquiera? ¿Cómo la palabra, en apenas dos renglones, deja de ser una mera trasmisión de emociones, para convertirse en trasmisora del grado de valor de una acción, propia o ajena? Aquí es donde se muestra en su esplendor el fantástico término griego logos (λόγοs), que en este uso filosófico ni es solo razón ni es solo palabra. ¿Qué sentido tiene decir que, como tenemos palabra, podemos discernir entre el bien y el mal? ¿O mantener que, por tener lenguaje el ser humano es un ser moral? Hay algo que se escapa a ese paso de la foné al logos en estas traducciones, pero que aparece incorporado en el propio concepto heleno.

Cuando los filósofos del pensamiento griego utilizaban el concepto logos (λόγοs), lo hacían uniendo en él la función de la palabra y la de la razón; la labor del pensamiento en tanto que reflexión y su capacidad de ser transmitido a través del lenguaje. Ese es su universo simbólico esencial, que se traiciona cuando es traducido simplemente por una de esas dos funciones: palabra o razón. Desde siglos, al elegir entre una u otra, se le ha capado de su completa significación, evidentemente provocado por la imposibilidad que supone una traducción literal de un idioma a cualquier otro. Por eso, hay que reivindicar la complejidad de su sentido, único camino desde el que desvelar el entramado filosófico que Aristóteles urde en torno a su significado.

Con logos (λόγοs) los griegos en general y Aristóteles en particular, hacen referencia más bien a una palabra razonada, a una razón dialogada. Algo imposible de traducir con un solo concepto, incorporando todo su sentido en nuestro idioma. La diferencia de las palabras (lenguaje humano) y la voz (lenguaje animal), es la capacidad que aquellas tienen de simbolización, de conceptualización, permitiendo una separación de la realidad, una abstracción del factum concreto, para reflexionar y razonar sobre ese hecho puntual, desde la universalidad. Y, a su vez, el pensamiento o la reflexión que se lleva a cabo desde la razón, posee la característica de poder ser transmitido en un lenguaje lógico-abstracto, comprensible y accesible por los demás miembros de la comunidad. Solamente teniendo presente la doble cara del logos (λόγοs) que interactúa mutuamente, se desvela a los ojos del lector la importancia de este concepto en la obra de Aristóteles: sobre el que pivota, como he adelantado, cuatro de sus grandes teorías, como son la psicológica, la hilemórfica, la ética y la política.

Recordemos que, en sus diferentes obras, nos describe a un ser humano compuesto de cuerpo y alma, donde el alma (que más tarde se reducirá al entendimiento agente: lugar en el que se generan las palabras y los juicios) tiene como función principal la racionalidad, la reflexión y la palabra: el logos. Al ser este la característica propia del ser humano, es lo que constituye su forma sustancial y hacia la que debe tender en su realización como individuo. Una actualización que solamente pueda darse en sociedad, porque junto a los demás se genera el tiempo libre necesario para dedicarse al desarrollo de ese logos: la reflexión, la racionalidad y el lenguaje. Y que le va a permitir una convivencia adecuada, aplicándolo al desarrollo de las virtudes (sobre todo las dianoéticas), así como a la teoría del justo medio: desde la racionalidad (logos) el ser humano evalúa y valora la acción correcta, detectando ese medio áureo entre dos vicios, que es siempre considerada como la acción correcta.

Espero que, tras esta reflexión, adquiera sentido pleno el texto citado. La diferencia entre la voz en los animales y el logos, es que la palabra permite la transmisión de un pensamiento, de una decisión evaluada y ponderada desde la razón, que se comparte con los otros: “la palabra razonada / la razón dialogada [logos] existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones”.

Además, en este texto, al comentar la diferencia de la foné y el logos, Aristóteles introduce una frase que evidencia otra de las características fundamentales de todo pensamiento antiguo: “La naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano.” Con lo que vuelve a resaltar a la teleología como motor de la transformación de los seres naturales. Todo se desarrolla siguiendo su propio fin, su propia esencia, su forma específica, buscando actualizar eso que el ser es.

Evidentemente, el homo socialis que propongo no se corresponde con el zoón politikón que acabo de analizar. Este necesita de una sociedad, porque solamente viviendo en ella junto a los demás, consigue la actualización de sus potencias humanas. De ahí que, funcionalmente, ella sea reconocida por el estagirita como más importante que la propia existencia de los individuos: “la ciudad es por naturaleza anterior a la casa y a cada uno de nosotros.[2] Es decir, la naturaleza crea la sociedad para que el ser humano -como ser natural- actualice en ella sus potencialidades (el logos, tal como quedó explicado). Así, la sociedad es vista por Aristóteles como una entidad independiente de la persona, y la condición necesaria para que esta acontezca y se desarrolle. Pero, siempre, desde la perspectiva de la concepción teleológica, que rige y dirige al mundo natural, donde todos los seres se desarrollan buscando actualizar su función principal, su esencia.

El concepto de homo socialis que ofrezco, también necesita de una sociedad para desarrollarse junto a los demás congéneres que la habitan. Pero, a diferencia de las tesis de Aristóteles, esta no aparece en el ser humano “por naturaleza”. Nuestra evolución ha ido dando pasos en función de la posibilidad de la supervivencia de los individuos; donde la carga genética, las mutaciones, las influencias del medio físico, las alteraciones de este desde las más diversas prácticas culturales ideadas desde generaciones ancestrales, y las decisiones tomadas puntualmente por los individuos de los muy diferentes grupos a lo largo de los miles de años de evolución, han moldeado el hábitat social humano. Un hábitat social construido, fundamentado, en la interacción constante de los cerebros individuales que lo constituyen, y de estos con las generaciones pasadas; para, desde sus creaciones culturales, adaptarse a un medio físico concreto siempre inhóspito, en el que consigue sobrevivir el ser humano.

Pero, y aunque es cierto que la cultura nos determina, no hay que entenderla como un marco rígido desde el cual las personas nos creamos. Esta visión simplista vendría a ser aquella perspectiva teleológica actualizada. Sino que, más bien, a todas las interactuaciones que se llevan a cabo en una sociedad entre sus miembros, y estos con las generaciones pasadas, y todos con respecto al medio físico, se utilizan pensamientos, ideas, teorías, creencias, valores, instrumentos, tecnología, … que se heredan, se trasmiten, se cambian, se transforman, se inventan … Y es a eso, a todo ello en constante dinamismo de interacción mutua, a lo que consideramos en conjunto como cultura. Algo que solamente puede tener lugar dentro de la sociabilidad humana.

 

 

Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0



[1] Aristóteles: Política, Trad. de Carlos García Gual, Madrid, Alianza Editorial, 1986, libro 1, capt. 2, pp. 43-44.

[2]Ibidemos.


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