martes, 23 de julio de 2024

EL RETO - 4. Expansión cerebral, cultural y migratoria

 

Si el origen de los homínidos (gorilas, chimpancés y humanos) está en África, es cierto que una de sus subtribus, los homininos (en la que se sitúa a los diferentes linajes del género homo), consiguieron instalarse en las zonas más dispares del planeta.

No pretendo aquí mostrar el relato del desarrollo de la evolución humana, pero sí resaltar dos notas características. La primera, es que su desarrollo nunca fue lineal, y menos ascendente. Se parece más a un gran árbol, donde sus ramas de solapan, se entrecruzan, tienen grosores y formas distintas; de algunas ramas surgen otras nuevas; en las que, salvo el tronco originario, ninguna es la más importante, algunas llegan a sobresalir respecto de las otras, mientras otras aparecen dañadas o secas.

La segunda, que hemos llegado a ser lo que hoy somos, tras un larguísimo proceso migratorio, donde se produjo una interacción constante entre los condicionantes geofísicos, climáticos, biológicos y culturales.

Un proceso migratorio que comenzó con la expansión desde bosques orientales del este de África, a ocupar zonas del oriente próximo como el valle del Jordán, y de ahí al sur del Cáucaso. Después aconteció una diversificación en esa expansión, tomando dirección tanto hacia las tierras del este como a las del oeste: alcanzando las zonas euroasiáticas más templadas.

Aspecto geomorfológicos por una parte, como los accidentes geográficos (un ejemplo fueron los Pirineos para el linaje del homo antecesor, cuya tecnología solamente le permitió desarrollarse en las zonas cálidas del mediterráneo, impedidos de avanzar al norte); las largas glaciaciones, los cambios geofísicos que fueron sufriendo lo que hoy denominamos continentes, … Y los cambios físicos correspondientes al bagaje genético de cada linaje hominino, así como los culturales (que también se acrecentaron en los millones de años de evolución de manera diversa), provocó que unos se desarrollaran en zonas concretas, pero con la imposibilidad de acceder a otras; el acomodo, después, de otros en aquellas que se mantuvieron inaccesibles durante miles de años; la llegada de miembros de nuevos linajes, que iban surgiendo evolutivamente, con más capacidad de adaptación física y cultural, que desplazaron a los acomodados antes, o que -por los propios impedimentos geofísicos y climáticos-, se vieron abocados a la endogamia. Este cúmulo de circunstancias provocaron que la población de los hominini fuera asentándose en las más diversas zonas del planeta.

¿Cuál o cuáles fueron las causas de este gran movimiento migratorio que duró millones de años? Durante mucho tiempo se pensó que eran migraciones forzadas. Hoy en día se tiene la convicción científica de que lo motivaron simples deseos de ampliar sus territorios de supervivencia, buscando zonas templadas (al menos en esas épocas de la evolución). Deseos que venían motivados por la aparición de cambios adaptativos físicos y culturales, que se lo iban permitiendo.

Centrando ahora la reflexión en el aspecto de la cultura, considero que esta es el mayor ejemplo de logro conseguido desde la solidaridad y la colaboración, en toda la historia de los homininos.  Algo que -por otra parte-, durante siglos se ha considerado estrictamente humano, aunque hoy tengamos pruebas de la existencia de algunas de sus características en el comportamiento de determinados animales.

Precisamente la cultura, producto de un cerebro complejo, que irá asumiendo progresivamente grados de complejidad a medida que aumenta la capacidad craneal de los homininos, y la complejidad de sus áreas y redes neuronales, es a la que se le considera -en interacción con determinados aspectos biológicos-, la gran hacedora del ser humano actual: responsable de que la especie con menos capacidades adaptativas, sea la que se ha impuesto en el planeta. La evolución, por resumirlo rápidamente, nos dotó de un órgano privilegiado, el cerebro complejo, desde el que hemos construido una realidad compleja: lo social. Y cuya característica (volvemos de nuevo a esta idea de ser carente), es la interrelación entre sus miembros. Y es desde esa interacción -no se nos olvide- como brota la cultura.

Una creación decisiva, compuesta de elementos materiales e inmateriales, que se han trasmitido desde otras generaciones para ser utilizados por los miembros de la actual; y, desde esta, transferirlos de nuevo a las siguientes; donde su contenido a veces sigue perviviendo, en otras es eliminado en parte o totalmente, o quizá modificado e incluso incorporando nuevos elementos, en constante actualización.

Su gran contribución es la posibilidad de compartir habilidades, utensilios, instrumentos, técnicas, ideas, conocimientos, … con otras generaciones -que incluso ya han desaparecido o no están porque  aún no es su tiempo-, para sobrevivir mejor en nuestro hábitat. Y si la cultura tiene su origen en el cerebro, y avanza con la complejidad que éste va adquiriendo evolutivamente, esta conexión entre individuos concretos, ¿no es en realidad “poner en red” cerebros de diferentes individuos que, ya no solamente actúan dentro de un tiempo y espacio determinado, sino que les permite conectarse con las más distanciadas generaciones del pasado o del incierto futuro?

El cerebro, ese órgano que dirige todas las acciones y actuaciones de nuestro cuerpo, desde el que interpretamos la realidad, con el que programamos a futuro lo que pretendemos hacer, que nos permite comunicarnos en un lenguaje concreto (de forma oral y escrita), y crear ideas y pensamientos, es un órgano social. Su desarrollo depende del necesario contacto con los demás. Es una característica que quizá se entienda mejor en sentido contrario: la peor condena que se le puede hacer a un ser humano es el aislamiento: y de esto tenemos pruebas de no hace muchos años, en prisiones militares, donde se sometió a los supuestos terroristas a la pena del aislamiento sensorial.

Cuando, a nivel tecnológico, ponemos en red en la oficina, en nuestro trabajo o en casa diferentes computadoras (sean del tipo que sean) no estamos más que imitando a la naturaleza. Porque, precisamente es ese “estar en red” con los demás, con los otros cerebros, lo que permitió a los homininos el gran salto evolutivo, su constante expansión y su consolidación como especie dominante.

Newton, sin tener ni la más remota idea de la posibilidad de la evolución humana ni de la complejidad del cerebro que a día de hoy sí tenemos, lo resumió en aquella famosa frase: “Si he visto más, es poniéndome en hombros de gigantes”. Con la que quiso ilustrar que, solamente teniendo en cuenta la aportación de pensadores e investigadores anteriores (la cultura que constituye ese cerebro social), pudo obtener esas conclusiones científicas a las que él llegó.

Una prueba más de seres carentes que los humanos somos. Y de cómo nuestra historia, a nivel cultural, ha sido la de ir convirtiendo en caminos, carreteras y hasta autopistas hoy a nivel de conocimiento e ideas, lo que antaño eran meras prospecciones y veredas; o de abandonarlas definitivamente, por entender que quedaron caducas, para ir abriendo nuevas rutas de pensamiento.

Un cerebro social que, al interactuar con el cerebro biológico individual de cada persona, ha provocado un proceso de retroalimentación. Porque, esta interrelación, no solamente genera los elementos concretos que constituyen toda cultura, sino que ha presionado al biológico para que este fuese desarrollándose: sobre todo en su área prefrontal.

Así pues, miremos hacia dónde miremos a nivel humano, el otro tiene siempre un papel fundamental. Nosotros, cada persona, en tanto que ser concreto que somos, nos construimos individualmente desde los otros, en contacto constante con ellos.


Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0


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