viernes, 23 de febrero de 2024

«Tomando un vino, daría las gracias a Unamuno por su valentía al defender la libertad del individuo»

 

[Entrevista realizada por el periodista Manuel Moreno para ABC Toledo, el 23 de febrero de 2024]


Si pudiera tomarse un vino con Unamuno, ¿qué le diría?

-Tendría el coraje de mirarle a los ojos y le daría las gracias por su valentía al haber sabido defender algo que deberíamos llevar todos en nuestro espíritu: la libertad del individuo. Esto es, en definitiva, lo que nos une y lo que nos permite estar en una sociedad donde cada uno pueda tener sus intereses y luchar por sus ideales.

Detrás de estas palabras se encuentra Eugenio Luján Palma, doctor en Filosofía y profesor en el IES La Sisla de la localidad toledana Sonseca. Es además especialista e investigador de la obra de Miguel de Unamuno, «pero no me considero un friqui de él», aclara.

«Sería una petulancia decir que he leído todo de Unamuno, porque salen cartas de este hombre cuando levantas una piedra -admite-. Pero sí lo he leído de manera evolutiva y he sido capaz de ver cómo nacen los conceptos en él y cómo se iban generando unos en otros».

Con ese bagaje, está asesorando a Pablo de Unamuno, nieto del ilustre escritor y filósofo, en la elaboración del discurso que leerá en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 6 de marzo. Contactó con Eugenio porque Pablo ejercerá de padrino en el acto en el que su abuelo será nombrado doctor honoris causa de la magna institución, de la que don Miguel fue rector en tres periodos. «Ha sido el intelectual más importante en España a nivel internacional», suelta Luján sin despeinarse.

También está colaborando con la Casa Museo de Unamuno en Salamanca. Porque Eugenio conoce al dedillo su vida intelectual y ha viajado a la ciudad charra para intervenir en el vídeo conmemorativo, realizado con textos del filósofo bilbaíno. «Es un orgullo para mí», afirma el profesor, quien ya ha recibido la invitación para asistir al acto del 6 de marzo.

«Unamuno no está en el programa de los alumnos que preparo para la EvAU»

Luján afirma rotundo que se han dicho muchas mentiras del pensador bilbaíno. «Por ejemplo, cuando se habla de su egocentrismo y de que quería ser inmortal, ser el hombre eterno en la sociedad. ¡Vamos a ver...!», dice como si se remangase. «¿Alguien quiere morirse? Pregunto. Todos queremos ser inmortales y Unamuno quería decir que hay que ser inmortal en las obras, en darse a los demás, en ofrecernos en nuestro trabajo. Y de esa forma permanecer eternos. Porque la eternidad de uno no deja de ser la memoria», expone Eugenio, que enlaza ideas: «De ahí viene la imagen y el concepto que él toma de Cristo. Porque para él Cristo no es el hijo de Dios, es el hijo del hombre. Es el hombre perfecto, el que se entrega a los demás, da todo por los demás y vive luego en los demás. Esta es la imagen que propone para el ser humano, que debe ser alguien que se vierta en sus obras a los otros y de esa manera conseguir la eternidad».

Eugenio se rompería la cara por Unamuno, de quien recibió el flechazo gracias a un catedrático, Diego Sánchez Meca. Sería 1995 o así. «Le presenté un proyecto de investigación para mi tesis doctoral que a él no le convenció. Y me propuso investigar la confluencia de Unamuno con Ortega [y Gasset]», empieza a relatar. «Como los filósofos somos así -continúa-, pues me empapé muy bien de quién era Unamuno. Y me di cuenta de que había muchas lagunas en la interpretación de su pensamiento y que lo que se contaba de él no era de Unamuno». Aprobó la tesis doctoral con sobresaliente cum laude por unanimidad del tribunal y don Miguel le entró en vena a Luján.

Siguiente pregunta. «Vamos a ver..., cómo te lo digo», se vuelve a remangar para contestar. «Unamuno es el ejemplo de persona que ha dedicado toda su vida a defender las libertades del individuo, y de ahí todos los conflictos que tuvo. Una vez que descubre el liberalismo con 20 años, no se mueve de ahí. Todo su afán fue siempre la defensa de las libertades el individuo, y eso es intocable», subraya.

«Porque su problema», hila, «es que no define y usa un lenguaje muy metafórico». «Por eso la gente corta y pega lo que le interesa cuando habla de él. ¡Claro que dijo! pero dónde, cómo, con qué influencia, en qué contexto... Y es eso lo que creo que he sido capaz de ver», sintetiza el profesor, que estudió Filosofía y Ciencias de la Educación.


Eugenio Luján con Pablo de Unamuno, a la izquierda, en la grabación del vídeo conmemorativo por el nombramiento de su abuelo como doctor honoris causa

Asevera también que han mal utilizado a Unamuno. «Lo que sabemos de él fue lo que nos vendió el nacionalcatolicismo. Digamos que en la época franquista se dibujó una momia de Unamuno y es la que se sigue vendiendo todavía y explicando en los institutos», denuncia.

Pone ejemplos de antes y de ahora. «En Filosofía yo no estudié a Unamuno y en Castilla-La Mancha no se estudia a Unamuno como pensador español. Es filósofo, pero no entra en el temario. ¡Es una cosa alucinante! Sólo se le cita en el tema de la Generación del 98, el noventayochismo». Y ya que ha roto en tablas, como los toros con casta, Eugenio sigue en la cresta de la ola: «Unamuno no está en el programa de los alumnos que preparo para la EvAU. En mi instituto, como sucede en toda Castilla-La Mancha, sí se habla de Ortega [y Gasset], pero a Unamuno ni se le nombra».

«Unamuno ha sido el intelectual más importante en España a nivel internacional»

No se deja en el tintero el destierro del pensador vasco, cuando lo llevaron «al ostracismo». «Estuvo más de cien días y luego se exilió, cinco años. Durante el destierro, a Primo de Rivera y a Alfonso XIII se les echó toda la Europa cultural y tuvieron que dar marcha atrás porque no equilibraron el desajuste que habían causado», afirma Luján. «¡Fíjate el pulso que echó Unamuno, que dijo que él no volvía hasta que ellos no se fueran! Y se cruzaron en el camino. Él regresaba del destierro envuelto en la bandera de la libertad con la República y ellos salían desterrados: Primo de Rivera, a París, y Alfonso XIII, a Roma», relata Eugenio.

 

Cuando se le pregunta por una frase célebre de Unamuno, Luján se queda con ésta: «Con madera de recuerdos armamos las esperanzas». Dice que es la que más le representa. Por dos motivos: por ser conceptos esenciales en su obra y por ser el enganche de su pensamiento con la tradición filosófica española. «Recuerdos, o memoria, y esperanzas son conceptos entresacados de la mística, pero desacralizados para su uso filosófico», ilustra.

A estas alturas del texto, no habrá dudas de que Unamuno es un personaje presente en la familia de Eugenio. Sus hijas, desde niñas, escucharon a su padre hablar del pensador bilbaíno. Y Luján recuerda la conversación «bastante interesante» en casa, «exponiendo nuestras ideas unos y otros», después de ir todos juntos a ver la película de Amenábar sobre la figura de don Miguel, 'Mientras dure la guerra'.

-¿Qué pensaría Unamuno ahora?

-No se casaría con nadie, como hacía entonces. La famosa disputa con Azaña, por la que los progresistas o gente del PSOE no le han perdonado todavía, fue porque la República que Azaña estaba diseñando cortaba las libertades. Cuando se crea la Ley de Defensa de la República, se dice que quien vaya en contra será sancionado. Imagínate esa situación en la actualidad, cuando la política se hace desde la partitocracia en el Parlamento.

Como Luján no deja de cohesionar términos e ideas durante la conversación, menciona que el 8 de marzo será el Día Internacional de las Mujeres. «Es curioso porque las calles de España se van a llenar con una palabra, sororidad, que significa la solidaridad entre mujeres para su desarrollo en esta sociedad dominada por valores masculinos. Sororidad es una palabra inventada por Unamuno, publicada en el prólogo de su novela 'La tía Tula', de 1921», recuerda el investigador. «De esta manera, dos días más tarde de ser nombrado doctor honoris causa, será revivido por cientos de miles de personas en las calles de este país, donde van a utilizar su concepto para reclamar la igualdad. Ahí tenemos, pues, un ejemplo concreto de la inmortalidad, de la eternidad, que don Miguel pregonaba», remacha don Eugenio.



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sábado, 10 de febrero de 2024

Unamuno: jaque al Rey, y a Primo

 

Se cumplen 100 años del destierro primero, y del exilio después, de Miguel de Unamuno. Un acto de autoritarismo bravío por parte de las más altas autoridades del Estado, cuyas consecuencias no calibraron. Paradójicamente, al correr de unos años, el exiliado retornará reconocido, trayendo la libertad como bandera; casi a la vez que sus des-terradores ponían tierra por medio hacia el ostracismo.

El 20 de febrero de 1924, al caer la tarde en Salamanca, el Gobernador Civil comunica la orden de destierro a Unamuno, para que salga lo antes posible camino de Madrid, y de ahí a Sevilla y Cádiz, hasta llegar a Fuerteventura el 10 de marzo.

Sus vivencias del destierro y del exilio pueden encontrarse, con mayor o menor detalle, en sus muy diversas biografías. Pero hoy quiero señalar el auténtico suceso detonante de esta medida tan extrema. Y con ello, desvelar una muestra más de esa unidad de acción y de pensamiento que Unamuno mantuvo a lo largo de su vida, y que durante demasiadas décadas se nos ha ocultado impúdicamente.

Un destierro cuya justificación anunciaba El Sol al día siguiente: “El señor Unamuno no solo no ha cumplido con sus deberes de ciudadano, sino que fue su vida una rebelión continuada a la ley”. La publicación de unos artículos en la prensa argentina entre noviembre del 1923 y la española entre enero y febrero del 1924, fue la causa inmediata. En ellos arremetía con dureza contra el régimen de coacción que en ese momento era la Monarquía y el Directorio de Primo, quienes censuraban enérgicamente toda acción (o dicción) que fuese crítica con ellos.

En las publicaciones diarias de Unamuno desde 1917, las descalificaciones sobre las prepotentes y altaneras formas con las que gobernaban, fueron cada año subiendo en intensidad. Tan machacón e incisivo fue en publicitar sus críticas, que en 1921 los Tribunales le condenaron a 16 años de cárcel y dos días, por injurias al Rey. Una condena que el gobierno no se atrevió a ejecutar; sin embargo, no dudaron en firmar su destierro en 1924.

Este espíritu crítico de Unamuno, que actúa sin sujeción ni a ideología o partido alguno, ni dependiente del beneplácito de nadie -salvo de su propia conciencia liberal-, con capacidad de crear opinión en los ciudadanos que le leen, se convirtió en peligroso para la Palatina Dictadura de Primo. Algo que Unamuno ya dedujo por la propia condena citada.

Tan peligroso, que intentaron desactivarle con una audiencia en Palacio. Pero no como aquella que pidió en 1915, a petición del monarca con el que coincidió en Guernica (“Venga ud a verme y hablaremos”), y de la que nunca recibió una respuesta. Ahora, en 1922, el interés venía del propio Alfonso XIII: al que ya Unamuno abiertamente ponía en entredicho su legitimidad e incluso su capacidad para ser Rey. Un interés tan ansiado, que desde Palacio consiguieron que Unamuno contactase con el presidente del Consejo de Ministros, para transmitirle la necesidad de realizarla ahora. Tanto empeño había, que incluso se le toleró que incumpliese doblemente el protocolo: no respetó la vestimenta de etiqueta establecida, y llegó una hora más tarde, haciendo esperar al mismísimo Rey.  

Tras una conversación de dos horas, entre otros temas le aclaró que jamás aceptaría un indulto desde el Gobierno sobre su condena de 16 años y dos días de prisión, porque “las condenas se debieron a presiones sobre los Tribunales, a fin de que me condenaran “para” ser indultado.” Y, además, le expuso que “no se ha liquidado todavía lo injusto e ilegal de la represión del verano de 1917”. Audiencia que resumió así a su hijo Fernando: “Ir a palacio a no someterse y hasta hablar cara a cara y de igual a igual con el rey -y con Romanones de notario- parece cosa de cuento bárbaro”. Y con las mismas se marchó de palacio, y continuó criticando en prensa la actitud absolutista y tiránica del Directorio de Primo, con el beneplácito de Alfonso XIII.

Pero, ¿qué graves hechos desencadenaron aquel juicio con condena de prisión como sentencia, convertida luego en destierro? Algo tan propio de él como la defensa a ultranza de las libertades individuales de todos los ciudadanos. Tras la crisis de 1917, en el Gobierno de Eduardo Dato, se suprimieron las libertades de políticos y sindicalistas de izquierda que avalaron y promovieron la huelga general de ese año, metiéndoles en la cárcel: entre ellos, a Julián Besteiro, Largo Caballero, Andrés Saborit y Daniel Anguiano. De ahí su impecable artículo contra el monarca de 16 de noviembre de 1917: “Si yo fuese Rey” (“¿De cuándo acá es delito tatar de cambiar el Régimen por procedimientos pacíficos? ¿Es delito acaso votar y recomendar que se vote a republicanos?”) A los que continuaron otros en los años sucesivos, donde la crítica era más afilada y contundente.

Por tanto, el auténtico y prístino detonante del destierro de Miguel de Unamuno no fue otro que el pronunciarse en defensa de a quienes les cercenaron sus libertades individuales, solamente por ejercer sus derechos como ciudadano, señalando durante años con nombre y apellidos (y motes) a sus causantes. Poniendo así en jaque, antes y durante su exilio, al mismísimo Alfonso XIII, en comparsa con Primo.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

miércoles, 31 de enero de 2024

Filosofía del sufrimiento como alternativa

Sufrir es padecer. Es sentir en las propias carnes los efectos de agentes, la mayoría de las veces externos, que contrarían nuestro bienestar y alteran la realidad en la que  vivimos. Por eso, también existe una filosofía del sufrimiento: esa que nace del propio padecimiento. Un sufrimiento que puede ser soportado en primera persona, o revivido desde la más amplia distancia, por esa empatía que caracteriza a los mamíferos y especialmente al ser humano. De ahí nace la compasión, no entendida como “dar el pésame” al otro por sus afligimientos; sino por padecer con él, por vivir en mí su sufrimiento, aunque disfrute de un estado de confort donde ello ni siquiera fuera imaginable.

El brutal asalto de las fuerzas de seguridad del estado israelí sobre Palestina, ha puesto al descubierto el anquilosamiento perezoso del argumentario moral europeo para enjuiciar un acto tan vil. Y desde esta orilla del mediterráneo nos ha soliviantado el grito descalificador a nuestra tradición filosófica: “desengañados por ese falso sentido de universalidad” que aparentemente ha venido mostrando el pensamiento creado en Europa, tildándole de “depravación moral”, de “quiebra ética de la filosofía”, propia de un ya cada vez más indisimulable y caduco eurocentrismo.

Ni me flagelo ante las tesis de quienes así nos consideran, ni soy euroescéptico. Creo que estamos en un punto de no retorno donde los europeos debemos decidir qué y cómo queremos serlo. Del mercado común hemos pasado a la unión europea, pero de mercados. Y, el no profundizar en esos rasgos de tradición cultural y de civilización que nos unen, sino en remarcar cada vez más las idiosincrasias propias de cada país que nos separan, nos está llevando a recluirnos en unos angostos y decrépitos “cuarteles de invierno”, de dónde nadie parece aventurarse a salir, mientras el envejecimiento y la esclerosis intelectual se sigue apoderando de nosotros.

La filosofía del sufrimiento debe abrir nuevas vías de sentir y de expresar, de pensar y de enjuiciar críticamente. Sabemos que la historia de la humanidad es un sucesivo acontecer, que arrastra a su vez una cambiante interpretación de la realidad. Quizás hayamos llegado a uno de esos sucesos críticos, en el sentido tanto de causar perplejidad en el entorno como en el de analizarlo inquisitivamente, para desentrañar de él los nuevos senderos desde los que caminar hacia el futuro. Apenas marcadas veredas, hoy, que probablemente mañana se convertirán en los caminos que aventuren a abrirnos al ser y al sentir, al sufrir y al vivir, de esas otras comunidades que se viene considerando como el extrarradio de Europa.

En tanto que la filosofía es el cuestionarse la realidad desde el horizonte en el que uno se encuentra, la filosofía del sufrimiento (físico o empático) es también filosofía. Y hoy más que nunca, su imagen quizás sea esa que popularizó a Bertrand Russell: no como la antorcha que ilumina verdades (cuya llama se apaga consumiéndose a sí misma), sino como “la ambulancia que sigue la ruta de la lucha por la existencia”. ”. , y recoge a los débiles y heridos.” Esos que desde el sufrimiento apelan a buscar nuevos caminos de reflexión y de crítica, en los que la humanidad no sea una mísera parte, sino el auténtico todo.

 Eugenio Luján Palma - Filósofo

miércoles, 24 de enero de 2024

Sororidad de Unamuno y Jugo

 

Todos los hijos llevan el apellido de sus padres. Pero, a veces, cuando el legado del padre desaparecido es apadrinado por otros tutores, buscan cambiarle el apellido para mostrar su preeminencia, eliminando el rastro de su progenitor natural. Sin embargo, el ADN es inapelable, y siguiendo su huella se podrá siempre confirmar la auténtica paternidad de la prole. Esto ha ocurrido con el concepto de sororidad.

Sororidad, como reivindicación de la libertad de todas y cada una de las mujeres, independientemente de cualquier contingencia, para vivir y expresarse en su vida como quieran. 

Sororidad como relación intersubjetiva entre las mujeres, de empatía y defensa de sentimientos, afectos, visiones e ideales comunes.

Sororidad como toma de conciencia de la alienación femenina que supone la perpetuación de una sociedad que gira en torno a patrones masculinos.

Sororidad como valoración y comprensión de lo que las otras mujeres hacen, evitando el mimético esquema patriarcal de la fraternidad masculina, basado en la mera competitividad.

Sororidad, porque elimina la tiranía del estereotipo impuesto por una sociedad machista, al que se ven esclavizadas, tanto desde una perspectiva física (en la búsqueda de unas proporciones imposible), o psicológica (hundiéndose en el colapso mental que supone el creerse despreciada y arrinconada).

Sororidad, concepto asumido hace ya décadas por los más diversos movimientos feministas. Asentado en los discursos de defensa del empoderamiento de la mujer y de lo femenino. Muy utilizado como alternativa a las más variadas actitudes machistas y micromachistas que aún hoy, en esta sociedad del siglo XXI, fomentan las desigualdades sociales. Pero que, curiosamente, o se le atribuye una aparición espontánea más o menos reciente o, por ejemplo, se adjudica su tutela a la activista estadounidense Kate Millett, quien lo utilizó en la década de los 60.

Sin embargo, su progenitor no fue otro que Miguel de Unamuno en la novela La tía Tula de 1907. Publicada en 1920, es en su prólogo donde justifica la aplicación del concepto de sororidad; una justificación que en nuestros días calcó la fundación que cuida del adecuado uso del español (la Fundéu), para avalar su adecuado uso.

Se trata de una novela corta, sin marco en la que encuadrarla, nivola las bautizó Unamuno, donde se describe la actitud de su protagonista Gertrudis, la tía Tula, como mujer comprometida con el uso de su cuerpo y de sus emociones a su antojo; fuera de todo convencionalismo social impuesto; dueña de su vida; solidaria con el comportamiento de las demás mujeres de su entorno, como son su hermana Rosa o la criada Manuela.

Novela corta pero muy intensa, aunque incomprendida por gran parte de los lectores. Como ejemplo citaré afirmaciones del prólogo del escritor M. Hidalgo para una edición popular en 2001, sobre Gertrudis: “celestina perentoria de los amores de su hermana Rosa con el joven Raimundo”; “una olla a presión de sexualidad insatisfecha y urgente que se alivia con los escapes de vapor de una espiritualidad”; “de sus tajantes convicciones religiosas surge una Tula, por reparo moral ante el sexo y ante el consecuente pecado de la carne, una honda misoginia, una androfobia, una aversión física al hombre. 

Interpretación que nace de leerla desde una perspectiva estrictamente varonil. Desde la que no se entiende que Gertrudis no quiera mantener relaciones con su cuñado viudo de su hermana, mientras vive en su casa y cuida de los hijos de ellos (sus sobrinos) como si fuese su madre; que renuncie a quien la pretende y la quiere, solamente por cuidar de sus sobrinos; o que acoja como un sobrino más -un hijo-, al ilegítimo que Raimundo tuvo con la criada Manuela, y la comprenda.

Por eso, para entender a La tía Tula es necesario leerla con las lentes de la sororidad: desde la reivindicación del mundo de lo femenino; del empoderamiento de la mujer ante estereotipos estrictamente viriles; de la necesidad de que cada mujer disfrute de sus sentimientos, de su cuerpo y de su vida como lo decida libremente, empatizando con las problemáticas en las que se resuelven las vidas de las otras.

Unamuno, como en otras muchas aportaciones, aquí no es hijo de su tiempo: sino creador de tiempos nuevos, que debemos reivindicar.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

La tía Tula, hoy

 

Una de las peculiaridades de la prolija obra de Unamuno es su originalidad, pero en su acepción de ser originario, novedoso en cualquiera de sus géneros. Sobre todo, en la novela (nivola) y el teatro: donde la falta de meticulosas descripciones, de profusos escenarios y de acción trepidante, dan cabida a la trama desnuda de artificios.

La tía Tula es una de esas novelas. Publicada en 1921, aunque iniciada con el siglo, va desvelando la manera de ser de Gertrudis, descorriendo uno a uno esos velos de su personalidad. Otro legado de la poliédrica obra de Miguel de Unamuno, rebosante de actualidad.

Actualidad cuyos rasgos quedan delineados desde las confusas interpretaciones: como el prólogo que el escritor M. Hidalgo firmó para una popular edición de esta breve pero contundente novela. Donde mantiene que “lo que un lector de hoy [de 2001 es la edición] verá a bote pronto en este relato es un acogotante e impúdico melodrama, tal vez la versión abreviada de uno de aquellos prolijos folletines tan genuinos del XIX”.

Antes había caracterizado a la protagonista así: “Tal vez de sus tajantes convicciones religiosas surge en Tula, por reparo ante el sexo y ante el consecuente pecado de la carne, una honda misoginia, una androfobia, una aversión física al hombre -ese bruto, dice ella- que solo halla correlato, como no podía ser de otra manera, en la creciente intensidad de su deseo de hombre, del deseo de Ramiro.” “Estamos ante un indisimulable relato erótico, tal vez uno de los más crepitantes, tensos, agobiantes y enfermizos de la literatura en castellano del siglo XX.

La grandeza de la literatura reside en que los textos toman vida propia en cada lector, infundiéndoles diferentes sentimientos y sensaciones. Pero esta interpretación dibuja a una Gertrudis reprimida sexualmente; odiando a los hombres por no atreverse a romper las normas sociales y casarse con su cuñado, ya viudo de su hermana; a querer a toda costa ser la madre, la que dispone, de sus sobrinos: imponiéndoles las normas con un autoritarismo intransigente. Una Tula oscura, grisácea, tirana, siempre recelosa, reconcomida internamente por reprimir durante años sus deseos sexuales por Ramiro, con el que vive.

Sin embargo, reivindico que es una novela de lo más actual. Con una trama que disecciona la personalidad de una mujer de hoy, empoderada, sabedora de lo que quiere y de cómo lo quiere.

Un sentido de la novela que, si dejamos hablar a Unamuno ya en su prólogo (aunque M. Hidalgo lo califique de “innecesario prólogo”), queda iluminado con el concepto de “sororidad”. Es desde la actitud de una fraternidad entre mujeres como debe ser leída. Y de aquí su actualidad.

Unamuno nos descubre a Gertrudis, que quiere ser dueña de sus sentimientos; dueña de su cuerpo; dueña de su vida: presente y futura. Que comprende desde esa sororidad las decisiones de otras mujeres: como las que toma su hermana Rosa; o la criada Manuela, con la que su cuñado viudo tiene un hijo y ella adopta como un sobrino más de sus propias entrañas.   

Gertrudis, la tía Tula, representa a esas mujeres de hoy que rompen con los limitantes estereotipos de una sociedad machista, dirigida por varones (como su cuñado, el médico o el cura). La tía Tula no es, pues, “un folletín del XIX”, ni una obra que Unamuno fundamenta en la represión sexual, tal como se ha leído desde los tiempos grisáceos del franquismo hasta nuestros días. Es el grito exacerbado de hoy, pero expresado a principios de siglo XX, el volcán incandescente de sentimientos y deseos, de una mujer que lucha por ser lo que quiere ser.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

lunes, 15 de enero de 2024

A vueltas con la filosofía española, sin complejos

 

Uno de los pensadores de referencia hoy, Gabriel Albiac, mantiene en su último libro donde elogia la labor de la filosofía, que pensar solamente es posible si se renuncia a la esperanza.

Una afirmación que me ha hecho reflexionar sobre el eterno problema de si existe eso a lo que llamar “filosofía española”. Aunque, en un país donde llevamos siglos sin encontrarle solución al dilema de qué somos como sociedad, quizá no sea tan importante saber qué sea eso de la filosofía española, ni de si existió alguna vez.

Entiendo que no se trate de una cuestión de urgente solución, hoy que aún retumban en los atónitos ciudadanos las consecuencias de las votaciones en un parlamento dirigido por una partitocracia ya peligrosa para el bien común. Pero entiendan ustedes que mi deformación profesional (me dedico a enseñar a filosofar), consiga que esa cuestión continúe preocupándome.

Si la esperanza es improductiva, como esa que se resume en el suspirado ¡ay! de quien desespera, desinflándose de toda acción al exhalarlo, evidentemente Albiac tendría razón en su afirmación. Por otra parte, es cierto que la esencia de la filosofía es no esperar nada a cambio de su esfuerzo en la reflexión. En tanto que pensar es la acción más libre que podemos realizar, la filosofía no está condicionada ni siquiera por sus propias respuestas, sin esperar de ellas una utilidad práctica. De hecho, se trata de un saber de preguntas, y no de respuestas (como sí lo es la ciencia).

Pero creo que, si profundizamos algo más en el concepto de esperanza, encontraremos un sentido más complejo, e incluso aclaratorio al eterno problema de la existencia o no de la filosofía española. El concepto de esperanza activo es el que los místicos españoles plantearon ya en el siglo de oro. Influenciados por el neoplatonismo, entendían la memoria como acto de reminiscencia que les unían al Ser Creador. Y de ahí nace la “ansiada esperanza”: la espera efectiva y fructífera, fundamentada en las obras de hoy, para preparar la llegada de esa unión en el futuro, cargada de plenitud.

Si ahora desacralizamos estos términos. Si los convertimos en meros conceptos hermenéuticos, desde los que interpretar la realidad, encontraremos que de la memoria que todos tenemos sobre qué es ser humano, de desarrollarse y vivir como persona, de la toma de conciencia de los derechos y libertades que lo constituyen, nace la esperanza fructífera de conseguirlo en la plenitud del mañana anhelado, pero apoyándonos en las obras realizadas en el hoy (que prepararán ese encuentro).

La Guerra Civil y las cuatro décadas de dictadura trasladaron de golpe la vida cultural al medioevo más retrógrado, esforzándose por romper los anclajes con la tradición liberal del XIX de reivindicación de todas las libertades de las personas; conectada, a su, vez con el proyecto emancipador que la modernidad diseñó para el individuo; y que tuvo su origen en la defensa renacentista del sujeto humano frente a lo natural, y de su necesidad de crearse a sí mismo.

Pero, tras 45 años más de democracia, seguimos acomplejados de reivindicar los conceptos hermenéuticos de memoria y de esperanza, como constituyentes estructurales de la persona en tanto que ser social, que nos une a una tradición de siglos en la filosofía española, y nos provee de categorías operativas con las que articular una reflexión precisa y proactiva sobre el ser humano.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

viernes, 5 de enero de 2024

2024, Año Popular de Miguel de Unamuno

 

No siempre los acontecimientos suceden por evolución natural, muchas de las veces necesitan de un detonante que la provoquen. Toledo es tierra de El Greco. Pero eso lo es hoy, y desde mediados del XIX, que comenzaron a tomarse sus pinturas como con entidad y personalidad propia, adelantada a su tiempo, y precursora de algunos de los movimientos que vinieron después.

Sus estilizadas pinceladas de colores, con una intensidad inusitada en su época, dan una expresividad única a sus obras. Pero, durante siglos, estas se vieron opacadas por el hollín de las velas, el polvo acumulado por el olvido, y la etiqueta de “extravagante” con la que fue denigrado.

Hizo falta el detonante que ofreciera una renovada perspectiva de su obra, para dotarla de una reputada e incuestionable importancia, esa de la que -curiosamente- ni siquiera gozó en vida.

Con la llegada de la democracia, la sociedad española reivindicó la obra de otro de los grandes: José Ortega y Gasset. Ya en la transición salieron publicaciones rehabilitando su pensamiento y su figura. Él, que era repudiado por los exiliados por haberse quedado dentro del país; y por los de dentro, por ser un defensor de los exiliados, nunca encontró su lugar en aquella oscura España. Situación dicotómica que jamás supo encajar, y que le acarreó un declive emocional. Pero, a día de hoy, Ortega ocupa ese lugar de prestigio merecido dentro del paraninfo de intelectuales relevantes.

Sin embargo, con la figura de Miguel de Unamuno -el intelectual más importante que hemos tenido- esta sociedad nuestra aún sigue en deuda. Este año que acabamos de estrenar nos trae un evento muy importante para quienes gustamos de leerle: la Universidad de Salamanca le concederá el doctorado Honoris Causa a título póstumo. Se trata de una concesión que la Universidad en general le debía: una de muchas cuentas que nuestra sociedad tiene aún pendiente con el inagotable (en todos los sentidos) D. Miguel.

Aprovechemos, pues, la circunstancia de este nombramiento como doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca, para convertirlo en ese detonante que su figura necesitaba, con el que traerle del ostracismo al que ha sido deportado desde determinados sectores. 

Reivindico este 2024 como el Año Popular Miguel de Unamuno. Que seamos sus lectores, los que gustamos de acompañarnos de sus letras, quienes le revivamos. Impulsemos en este año su inmensa e intensa obra, desde el boca a boca, proponiendo algún texto suyo para comentar entre amigos, en los centros de trabajo, a través de grupos de lectura de las redes sociales, o en la biblioteca de la que somos socio. Año Popular lo califico, porque no se requiere del apoyo de ninguna institución más o menos oficial o gubernamental. Solo se necesita leerle, y dejar que sus textos nos hablen, dejarnos empapar de su brillante prosa, de la singular poesía, de su enérgica dialéctica o de su desnudo teatro.

A cada cual le sugerirán ideas y pensamientos diversos, sus metáforas le trasportaran a lugares y situaciones diferentes, imágenes distintas se recrearán con sus palabras; pero habrá sido D. Miguel quien haya hablado con nosotros, con cada uno de sus lectores, porque recuerda que “cuando vibres todo entero, / soy yo, lector, que en ti vibro”.   

Ha llegado el momento de demostrar a esos hieráticos vigilantes de su sepulcro, que su losa ya ha sido removida. Y que dentro no yace el cadáver del Unamuno amortajado y momificado por quienes se han querido apropiar de su pensamiento. Hagamos ver a todos que ese sepulcro lleva muchas décadas vacío, porque D. Miguel está vertido en cada una de sus obras; y desde ellas, revive en esos lectores que quieren oírle sin intermediarios ideológicos.


Eugenio Luján PalmaFilósofo

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