Una de las peculiaridades de la prolija obra de Unamuno es su
originalidad, pero en su acepción de ser originario, novedoso en cualquiera de
sus géneros. Sobre todo, en la novela (nivola) y el teatro: donde la falta de
meticulosas descripciones, de profusos escenarios y de acción trepidante, dan
cabida a la trama desnuda de artificios.
La tía Tula es una de esas novelas. Publicada en 1921, aunque
iniciada con el siglo, va desvelando la manera de ser de Gertrudis,
descorriendo uno a uno esos velos de su personalidad. Otro legado de la poliédrica
obra de Miguel de Unamuno, rebosante de actualidad.
Actualidad cuyos rasgos quedan delineados desde las confusas
interpretaciones: como el prólogo que el escritor M. Hidalgo firmó para una
popular edición de esta breve pero contundente novela. Donde mantiene que “lo
que un lector de hoy [de 2001 es la edición] verá a bote pronto en este relato
es un acogotante e impúdico melodrama, tal vez la versión abreviada de uno de
aquellos prolijos folletines tan genuinos del XIX”.
Antes había caracterizado a la protagonista así: “Tal vez de
sus tajantes convicciones religiosas surge en Tula, por reparo ante el sexo y
ante el consecuente pecado de la carne, una honda misoginia, una androfobia,
una aversión física al hombre -ese bruto, dice ella- que solo halla correlato,
como no podía ser de otra manera, en la creciente intensidad de su deseo de
hombre, del deseo de Ramiro.” “Estamos ante un indisimulable relato erótico,
tal vez uno de los más crepitantes, tensos, agobiantes y enfermizos de la
literatura en castellano del siglo XX.”
La grandeza de la literatura reside en que los textos toman
vida propia en cada lector, infundiéndoles diferentes sentimientos y sensaciones.
Pero esta interpretación dibuja a una Gertrudis reprimida sexualmente; odiando
a los hombres por no atreverse a romper las normas sociales y casarse con su
cuñado, ya viudo de su hermana; a querer a toda costa ser la madre, la que
dispone, de sus sobrinos: imponiéndoles las normas con un autoritarismo
intransigente. Una Tula oscura, grisácea, tirana, siempre recelosa, reconcomida
internamente por reprimir durante años sus deseos sexuales por Ramiro, con el
que vive.
Sin embargo, reivindico que es una novela de lo más actual.
Con una trama que disecciona la personalidad de una mujer de hoy, empoderada,
sabedora de lo que quiere y de cómo lo quiere.
Un sentido de la novela que, si dejamos hablar a Unamuno ya
en su prólogo (aunque M. Hidalgo lo califique de “innecesario prólogo”), queda
iluminado con el concepto de “sororidad”. Es desde la actitud de una fraternidad
entre mujeres como debe ser leída. Y de aquí su actualidad.
Unamuno nos descubre a Gertrudis, que quiere ser dueña de sus
sentimientos; dueña de su cuerpo; dueña de su vida: presente y futura. Que
comprende desde esa sororidad las decisiones de otras mujeres: como las que
toma su hermana Rosa; o la criada Manuela, con la que su cuñado viudo tiene un
hijo y ella adopta como un sobrino más de sus propias entrañas.
Gertrudis, la tía Tula, representa a esas mujeres de hoy que
rompen con los limitantes estereotipos de una sociedad machista, dirigida por
varones (como su cuñado, el médico o el cura). La tía Tula no es, pues, “un
folletín del XIX”, ni una obra que Unamuno fundamenta en la represión sexual,
tal como se ha leído desde los tiempos grisáceos del franquismo hasta nuestros
días. Es el grito exacerbado de hoy, pero expresado a principios de siglo XX,
el volcán incandescente de sentimientos y deseos, de una mujer que lucha por
ser lo que quiere ser.
Eugenio Luján Palma - Filósofo
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