“Cuando me creáis más muerto //
retemblaré en vuestras manos”, escribió Miguel de Unamuno en 1929. Hoy en día,
después de 85 años de su muerte, y sin haber sido aún repuesto desde las
instituciones democráticas como el auténtico intelectual que tuvo este país en
los últimos siglos, Don Miguel sigue siendo objeto de escarnio. Han sido muchas
las veces que han tenido que dragar parte de la ría de Bilbao, en busca del
busto que el genial Victorio Macho le dedicó cuando estaba desterrado en
Hendaya, porque vándalos desalmados lo cortaban de su pedestal queriéndolo
hundir en el olvido.
Hace unos días, vecinos de la
calle Ronda de Bilbao, en su casco viejo (en el Bilbao de las siete calles,
como le gustaba decir a Unamuno), han denunciado nuevas pintadas y daños en la
fachada de la casa en la que nació el 29 de septiembre de 1864. Y lo más
hiriente no es ya el maltrato en sí de un simbólico lugar, sino la desidia
política de las autoridades municipales por permitirlo, y no restaurarlo con
celeridad.
Unamuno fue uno de los grandes
intelectuales liberales que ha tenido este país, tal como se entendía ser
liberal en el siglo XIX: defensor a ultranza de todas las libertades que posee
cada individuo, frente a la sociedad y al Estado. Lo que, entre otras cosas, le
convirtió en uno de los luchadores por traer la República de nuevo. Su
enfrentamiento con el General Primo de Rivera durante su Dictadura, y al
entonces Rey Alfonso XIII, le llevó a ser despojado de su cátedra, de su
trabajo, de su sueldo, y a ser desterrado a Fuerteventura. De donde él mismo
decidió exiliarse a Paris y después a Hendaya, para luchar contra una Monarquía
y una Dictadura corrompida y abyecta.
Toda su vida fue una lucha contra
quienes querían imponerse, eliminando libertades al ciudadano, a los
individuos. De ahí que, cuando la República de Azaña empezó a dibujarse
olvidando esas libertades básicas y fundamentales de toda persona, y que él
tanto defendió, se desmarcó de ese proyecto, y lo criticó con dureza. Lo que le
llevó, de nuevo, a ser cesado en sus responsabilidades políticas y educativas,
pero ahora de manos de quienes se las habían repuesto.
Esa lucha constante suya en
defensa de las libertades, le hizo decir aquello de: “yo no he cambiado, son
ellos los que lo han hecho”. Porque Don Miguel siempre estuvo en el mismo
lugar, ante la defensa a ultranza de las libertades individuales de todos. Lo
que cambiaba era el escenario en el que tenía lugar, un decorado que le
circundaba, y a veces le acogía y envolvía como personaje próximo; o le alejaba
y repudiaba como opositor y disidente. Pero él nunca abandono esa posición, de
la que se hizo defensor ya desde 1884.
Y ahora, esos que quieren
presentarse como adalides de la libertad de pensamiento y de expresión, lo
hacen buscando borrar, de manera física y de la memoria colectiva, a quien fue
uno de sus más grandes defensores: Miguel de Unamuno. Responsable primigenio de
que ellos puedan jactarse hoy de ser libres, y de usar esa libertad con fines
represivos.
“Cuando vibre todo entero, // soy
yo, lector, que en ti vibro”, termina su estremecedor poema. Porque, cuando
esos vándalos dicen actuar desde su derecho a ejercer la libertad contra la
obra de Unamuno, no saben los muy ignorantes que es el propio Unamuno quien
retumba entre sus tuétanos: pues a él le deben, entre otras personalidades, que
exista hoy un marco jurídico de libertades que le consiente esas incívicas
acciones.
Eugenio Luján Palma - Filósofo
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