miércoles, 28 de febrero de 2024

…y Unamuno, a título póstumo, con-venció


Nunca deberíamos confundir la historia con la memoria. Se puede alegar que la historia no es más que el proceso académico por el que se le confiere objetividad a ese otro más bien subjetivo: el de la memoria.

Pero, no me refiero a la memoria en tanto que proceso individual, sino a la memoria colectiva. A esa, encargada de transmitir sucesivamente a las nuevas generaciones, el legado cultural atesorado por las anteriores. Legado con el que se pretende que, quienes lo reciban, puedan utilizarlo como referente en la incesante construcción de una sociedad más adecuada, incluso acrecentarlo. No olvidemos que es precisamente este proceso de transmisión de costumbres, técnicas, valores e ideas, el que ha permitido a nuestra especie perpetuarse e imponerse a un entorno inhóspito.

Por otra parte, la historia, justamente por ser academicista, siempre es argumentada desde el contexto en el que vive anclado el historiador. Los relatos que a lo largo de las diferentes civilizaciones se han transmitido, son siempre la historia de los vencedores. La visión desde una particular e interesada orilla con la que se ha seleccionado e interpretado el fluir de los acontecimientos.

Además, los estados tienden a imponer como legado un relato cerrado antes que una memoria abierta. Cuanto más totalitario sea el Estado, más cerrados y estructurados son sus relatos. Pretenden así dotarle de una supuesta legitimidad, y desvirtuar y hasta ocultar aquella memoria colectiva. El propio Miguel de Unamuno ha sido objeto de tan cruel proceso.

El relato que idearon sobre su vida, obra y pensamiento, le convirtió en una momia preparada para apuntalar aspectos concretos que interesaban al nacional-catolicismo imperante. Consiguieron, así, presentarle como uno más de los suyos. Díscolo, pero de los suyos. Tan atada y bien atada ha estado esa momia desde entonces; tan hilvanadas sus presuntas ideas fundantes, que consiguieron que dicho relato momificado se impusiera a la memoria colectiva. Y así nos lo dejaron en herencia.

Sin embargo, con el reconocimiento público que supone el nombramiento como Doctor Honoris Causa por su Universidad el próximo 6 de marzo, resaltando su indiscutible aportación al mundo de la intelectualidad y de la docencia, nuestra sociedad le desnuda de las andrajosas vendas que le momificaron, para mostrarle vencedor ante las manipulaciones y tergiversaciones que le maniataban.

Pero, no solamente la sociedad ha comenzado ya a considerarle como vencedor; sino que, con la relectura de su obra, está también logrando convencer (condición que fue mucho más importante para él).

Si desentrañamos uno de los pilares fundamentales de su pensamiento, como es el binomio “recuerdos y esperanzas”, se nos muestran dos motivos que lo confirman.

El primero, tiene que ver con el papel de eslabón con la tradición más remota de la cultura española que se le reconoce a la obra de Don Miguel. Uno de esos múltiples eslabones con el pasado que, por cierto, la dictadura franquista cercenó a todos los niveles, para poder inventarse otra tradición, interesada y diferente. Dos conceptos que, tras su desacralización, él toma de nuestra mística, pero cuyas raíces proceden de los textos del filósofo de Tagaste. Con lo que, Unamuno y su obra, pasan así hoy a formar parte también del contenido de ese legado que atesora y transmite nuestra memoria colectiva.

En segundo lugar, porque tal binomio encierra una de las ideas fuerza de su pensamiento: el concepto de memoria interpretada como recuerdo. Con él señala al referido legado cultural que recibimos de generaciones pasadas, que nos sirve de apoyo para trabajar en el hoy, pero siempre con vistas a conseguir materializar los valores e ideales de una sociedad más humana, en el mañana. De ahí sus versos “con recuerdos de esperanzas / y esperanzas de recuerdos”.

La memoria o el recuerdo en Unamuno, vínculo de unión con nuestro pasado, está preñado siempre de esperanzas. Pero no de una espera pasiva, improductiva. Sino de esa otra, de esa ansiada espera que nace del trabajo denodado en el hoy, para que la esperanza (lo esperado, lo deseado, lo ideal soñado por las generaciones pasadas, y por la nuestra), se materialice en el mañana más inmediato.

 

Eugenio Luján Palma – Filósofo

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