Cualquier tema que concierne a la figura de Unamuno sigue hoy interesando y, además -y con la misma intensidad-, continúa levantando ampollas en determinados sectores de la sociedad. Se aprecian en los diferentes artículos que están apareciendo en la prensa, tras la noticia de que la Universidad de Salamanca le nombrará Doctor Honoris Causa a título póstumo.
Ambas situaciones son comprensibles. La primera, porque su figura de gran intelectual -el más importante que hemos tenido en este país-, se agranda con los años y con las aportaciones de investigadores que sobre su obra buscamos demostrar su lema: “antes la verdad que la paz”. Y la segunda, porque aún hay un sector amplio de la sociedad, que abarca sobre todos los dos extremos de nuestro actual espectro político, que le siguen mirando con recelo, porque lo han estudiado según consignas heredadas.
Llevo más de un cuarto de siglo leyendo cronológicamente, trabajando, analizando, investigando su obra y mantengo, desde cualquier perspectiva que se señale, que existe una unidad de sentido que la transita, que indico y resalto en cada acto al que acudo, y que invita a recorrer.
Tergiversaciones positivas que coinciden en un objetivo: desactivar su capacidad crítica, de análisis profundo de la realidad en la que vivió, para presentarle como un escritor (ni siquiera pensador), veleta.
La diferencia entre ellas aparece en que, la engendrada por el nacional-catolicismo (que es la tergiversación más arraigada: esa que hoy se sigue explicando en los diferentes niveles educativos), pretende presentar a Unamuno como afín al régimen, manipulando para ello muchas de sus brillantes ideas, y ocultando su auténtica aportación: la reivindicación y defensa a ultranza de las libertades del individuo. Sin embargo, la tergiversación por parte de la izquierda está en resaltar las diferencias entre éste y Azaña, no como una oposición de concepciones de la República, sino como boicoteador y opositor a la República y sus ideales (que no es lo mismo).
Mantengo, pues, que desde la muerte de D. Miguel, no se le ha dejado hablar desde sus textos; al leer su importante obra escrita en cualquiera de sus géneros, no se le ha escuchado. Sino que estos han sido y siguen siendo leídos con las lentes de las diferentes tergiversaciones que cada uno “desde su bando” previamente ha mamado; claves interpretativas interesadas por las que el resto de lectores se dejan llevar, sin preocuparse por conocer de primera mano qué quiere decir D. Miguel en cada afirmación.
Un conocido articulista, que lleva tiempo pregonando la supuesta actitud veleta de D. Miguel, según él apoyándose en “La Razón” de su comportamiento, nos impele a “menos mitos y más historia sobre Unamuno”. Artículo al que desde aquí le responde, sugiriéndole que abandone las lentes de la tergiversación ideológica, y lea a Unamuno escuchándole.
Porque sus textos van de la mano de sus actos, y estos nacen de la oposición sin reservas ante quien pretende limitar las libertades del individuo y del ciudadano, ya sea el bilbaíno Arana, el mismísimo Rey, Primo de Rivera o Azaña y su diseño de República. Reto que solamente se consigue si se abandonan las orejeras ideológicas para leerle sin tergiversar, y de forma cronológica: escuchando así en cada renglón al propio Unamuno -que es quien lo escribe- rasgando el papel con su pluma.
Eugenio Luján Palma – Filósofo
No hay comentarios:
Publicar un comentario