La
gran expansión que acabamos de analizar, que terminó con la colonización del
planeta por el homo sapiens, no tuvo como factor detonante fuertes
crisis climáticas o severas carencias de recursos en el hábitat de los primeros
homininos. Parece ser que su inicio tuvo más que ver con explorar nuevos
lugares, atraídos por zonas donde el desarrollo de sus diferentes miembros y
del propio colectivo, su alimentación y defensa, eran favorables. Probablemente,
una mezcla de curiosidad y exploración.
Grupos
que, como ocurre hoy con los chimpancés, se desplazan aleatoriamente por una
zona determinada, de manera autónoma, con sus respectivos líderes, a quienes
les rodeaban machos afines genéticamente, y el conjunto de hembras que
permitían la persistencia del grupo. Pero con cierto contacto entre ellos: las
hembras nacidas en un grupo, cuando alcanzaban la madurez sexual, buscaban
adherirse a otro (donde no solían ser rechazadas), para evitar el problema de
la endogamia. Lo cual nos permite visualizar cómo se fue produciendo esa salida
de África hasta concluir millones de años después con la colonización del
planeta por parte de uno de los linajes del homo.
Tras abandonar
los bosques del este del continente africano, se desplazaron al valle del
Jordán, y de ahí pasaron al sur del Cáucaso. Ese fue el inicio de las diversas
explosiones demográficas, que propulsaron las migraciones hacia zonas del este
y el oeste euroasiáticas.
Eso
sí, esa actitud de búsqueda estuvo siempre condicionada por el grado de cultura
que habían desarrollado, ya que son sus elementos materiales e inmateriales los
que les permitían adaptarse a las nuevas situaciones geográficas y climáticas
que se iban encontrando. Su complejidad y avance en el dominio de las
diferentes tecnologías ha sido, sin duda, la clave a lo largo de la evolución
de los homininos, para superar los condicionantes físicos y climáticos.
Si
estas sobrepasaban su capacidad tecnológica para adaptarse y combatirlas, ese
grupo social no podía desarrollarse en ese hábitat concreto: puse el ejemplo
del homo antecessor en las zonas mediterráneas. Pero, en sentido
contrario, unos 200.000 años después, lo que hoy es Europa comenzó a ser
colonizada por un linaje nuevo de hominino precedente de Oriente
Próximo, con una tecnología más avanzada y una mayor corpulencia, que les
convirtió en grandes cazadores. Lograron alcanzar tierras de la actual Alemania
(sobre el paralelo 53), de ahí surge el linaje del homo heidelbergensis;
que, condicionados por las diferentes glaciaciones que los llevaron a tener que
afrontar problemas de aislamiento, originaron con el paso de miles de años al homo
neardenthalensis.
Primates
sociales que adquieren una progresiva telencefalización como
consecuencia de la interacción con el medio, desarrollando un cerebro
individual cada vez más complejo capaz de ir construyendo una cultura siempre
en consonancia al nivel de esa complejidad cerebral. Todo ello, potenciado por
su capacidad de sobrevivir en grupos, por su sociabilidad, en la que
tienen un papel fundamental la solidaridad y la empatía.
Aspecto
que, durante siglos, hemos obviado e incluso ocultado cuando se ha buscado una
definición que nos clasificara. Siempre se ha tendido a resaltar el valor del
pensamiento, de la razón, del conocimiento. Sin embargo, se da entre nosotros
un hecho muy llamativo al respecto. Cuando nos referimos a otra persona como
alguien que “ha demostrado tener mucha humanidad”, lo hacemos porque consideramos
que ha realizado acciones desde la empatía y la solidaridad, desde el respeto
al otro, no desde el estricto uso de la razón. Dicho de otra manera, entre
nosotros mismos apreciamos como más humanos a quienes tratan al otro
desde la comprensión, la consideración, el apoyo, porque los consideramos
rasgos que nos definen como especie.
Es un
ejemplo de cómo la racionalidad, el pensamiento estricto queda supeditado a la emotividad
(tomada en su acepción más amplia). Lo cual tiene su explicación biológica, por
dos motivos fundamentales conectados entre sí.
Primero,
porque el sistema límbico, el que rige las emociones, evolutivamente es
anterior al área prefrontal, donde se administran las funciones cognitivas
superiores (pensamiento, planificación, toma de decisiones, …) Este aparecerá
ya en una fase posterior del proceso de telencefalización, por lo que
filogenéticamente hay una dependencia del pensamiento respecto de las
emociones. De ahí, por una parte, la recomendación de los profesores a sus
alumnos para que lleven a cabo aprendizajes significativos: esos que, en
el proceso de asimilación, integran diferentes emociones; o, por otra, que no
podamos -o nos sea muy difícil- desde el pensamiento, controlar una emoción que
nos sobreviene fuerte, racionalizando la situación.
Segundo,
y nuevamente aquí vuelve a aparecer esa característica nuestra de seres
carentes, porque el hecho de ser primates sociales se debe a que la
evolución nos ha dotado de unas características físicas y neurológicas que
provocan al apego a otros congéneres del grupo.
La
única misión fundamental que tiene cualquier cerebro, sea de la especie que
sea, e independientemente de su grado de complejidad, es el de la supervivencia
del individuo. Y en el de los mamíferos sociales, la supervivencia del
individuo está íntimamente relacionada con la del grupo en el que se
encuentra. De tal manera que es un axioma, dentro de las leyes evolutivas de estos
mamíferos, que cualquier conducta debe ser beneficiosa para los diferentes
individuos implicados en ella: si es así, perdurará; de no ser así, esa
conducta tenderá a la extinción.
La persistencia
o éxito de una conducta determinada tiene su explicación última en un mero
cálculo económico. Esa conducta se extinguirá siempre que su coste energético
sea superior al beneficio conseguido para el grupo, que no es otro que el mayor
éxito reproductivo posible.
Evidentemente,
las conductas que más favorecen dicho cálculo son las de la necesidad de
apareamiento, las de mantener cohesionado al grupo entre un equilibrio y
jerarquía de machos y hembras, las de no fomentar la endogamia (migrando las
hembras a otros grupos, donde son aceptadas), y el cuidado de las crías. Y así
brota y se fomenta evolutivamente la sociabilidad en ellos.
Conductas,
a su vez, favorecidas por el desarrollo de las conocidas como neuronas
espejo. Desde ellas, se incorporan comportamientos nuevos por un
aprendizaje puramente imitativo: se copian gestos, sonidos, acciones que otros
hacen. Lo que permite que el acervo conductual eficaz para la supervivencia de
un grupo concreto, pueda incorporarse a los nuevos miembros. Aprendizajes que
serán aprobados por el resto mediante un consentimiento afectuoso; o reprobados
desde actitudes negativas de castigo, generando en sus protagonistas miedo y
ansiedad por el sentimiento de exclusión que les puede generar.
Pero
tienen un papel también importante en el ámbito de la solidaridad:
permiten que los demás lleguen a sentir el estado de ánimo en el que otro
sujeto se encuentra. El re-vivir un individuo cualquier emoción de alegría, de
miedo, de ira, asco, tristeza, culpa o desprecio, que otros estén sufriendo o hayan
sufrido. Es una de las bases neurológica de la empatía, la estructura
neural que nos permite compartir emociones con los otros; y de la compasión:
que no es otra cosa que padecer con el otro, esforzarse por
entender los sentimientos que está sufriendo.
Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0
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