Considero al ser
humano, a toda persona, como una orilla. Esa orilla a las que otras orillas
arriban, se acercan, se acurrucan, fondean o se despiden. Pero siempre, orillas
dispuestas a sentir. Lugar de atraque de diferentes sensibilidades, que llegan
a confundirse con las propias. Si somos algo, no es la mera razón o el
conocimiento, sino el sentimiento: somos seres sentientes. Y Aníbal
Álvarez, no solamente lo es, sino que nos lo demuestra en su
nuevo poemario: Isla Cristina, Luz.
Donde despierta en el lector -Isleño, Ayamontino o de cualquiera otra orilla de
la ría-, emotivos sentimientos personales y ante todo sociales.
Aníbal, a quien he tenido el placer de conocer en estos días, es
un poeta ayamontino, que quiere y vive Ayamonte. Pero que siente y sueña como
hombre universal. Y “a la luz encendida de los versos”
así lo expresa, describiendo con una enorme sensibilidad, en el cielo azul de
la mar que acoge a ambos pueblos fronterizos, las pasiones, recuerdos y
sentimientos que Isla Cristina ha ido despertando en él.
Porque lo importante de ser orilla no es de qué orilla estés:
sino el mismo hecho de sentirte orilla de los otros, en donde los demás puedan
recalar y sentirse acogidos. O, simplemente, desde donde sentirnos.
Somo orillas para los otros, pieles sentientes que se transforman en el roce
con el otro, con el distinto, con el diferente: como lo es un ayamontino y un
isleño. Que durante decenios han convivido en el roce del trajín diario. Somos
los del “pueblo de al lado”: lo mires desde la orilla que lo mires. Y eso no
tiene nada de peyorativo, sino más bien de consustancial al ser humano. Somos
una especie migratoria, creada a base de la mezcolanza genética y cultural,
como lo es el gran Ayamonte o la muy digna Isla Cristina.
“Con la voz de poeta” se despacha una “Tarde
lorquiana” “Pensando en Isla Cristina”,
o describiendo esas “Salinas de Isla Cristina”. “Vente
a Isla Cristina”, nos invita, para disfrutar de las “Gaviotas”,
“La
casa de Blas Infante”, o de los “Mariscadores urbanos”, sin
olvidar: “El
paseo de las Flores” o la “Casa de Gildita”, “Playa
del Caimán”, “Paseo de las Palmeras”, “El
Cantil”, “Calle de San Francisco” o la
“Senda
del camaleón”. “Vente a Isla Cristina, cariño”,
exhorta en uno de sus hermosos poemas, para sentir el alma de un pueblo costero
y fronterizo, hecho en su constante pelea con la mar. “A Isla Cristina, mi amor, a Isla
Cristina”, donde bulle también el dolor perpetuo de quienes reposan
entre las ingrávidas olas de la mar océana, como sepultura eterna.
Una refrescante lectura para este caluroso verano, donde “Una
mujer llamada Isla Cristina” es sentida, entre versos y prosa
poética, por un ayamontino de nombre Aníbal Álvarez, y profesión poeta.
Eugenio Luján Palma – FILÓSOFO