jueves, 4 de abril de 2024

1886: un diálogo polémico entre Unamuno y Sabino Arana.

 

Durante los años que me he dedicado al estudio y análisis del pensamiento de Unamuno, sobre todo en sus inicios, no he encontrado un trabajo riguroso que investigue y explique las relaciones entre dos jóvenes vascos del momento (que con el paso del tiempo se convertirán en personajes de gran influencia en el devenir de la España del siglo XX y XXI), como son Miguel de Unamuno y Jugo por una parte y, por otra,  Sabino Arana Goiri. Este artículo es una parte del fruto de esos años de investigación, y donde me cabe la satisfacción de traer a nuestros días -o de retrotraernos a los suyos- una polémica viva y dura. Miguel de Unamuno, que recién doctorado en Filosofía (en la Universidad Central de Madrid) se vuelve a su “bochito natal”, a Bilbao, para encontrar trabajo como profesor y afianzar su relación sentimental con la joven gerniquesa Concha Lizarraga, se encuentra en un ambiente cultural hostil: el movimiento fuerista intransigente, al que había pertenecido de muy joven y en el que tenía grandes amigos, comienza a dejar paso para transformarse en un movimiento puramente nacionalista engalanado con toda una historia confeccionada a su medida, y su consiguiente misticismo y universo simbólico. Ante ello, Unamuno protesta, alza su voz y  recusa desde los postulados de la ciencia lo que aquellos (desde la mera ideología o mitología) mantiene como absolutamente verdadero, y en lo que fundamentan sus tesis nacionalistas. Por eso afirma de forma clara y rotunda:

         Si Dios me da salud y tiempo quisiera barrer con ayuda de todos aquellos que no tienen la venda de la pasión ante los ojos, la máquina formidable de quimeras y fantásticas invenciones con que han echado á perder una historia sencilla de un pueblo cuya gloria es el ser pacífico, morigerado, laborioso y libre. Aitor, Lelo, Lecobide y hasta Juan Zuria y la batalla de Arrigorria son ó hechos totalmente desprovistos de fundamento, ó hechos muy problemáticos que no se pueden dar por rigurosamente históricos”.[1]

         Una polémica que tuvo lugar en 1886, y que llevó al joven Unamuno a vivir en una situación de tensión, de incomprensión, de vapuleo constante y tergiversación de sus palabras.  Tan desgajado y solitario se encontraba en su añorado y querido Bilbao que incluso llegó a no reconocer a esa sociedad en el seno de la cual había nacido y se había  criado..., y a la que tanto quería. ¿Viejos o nuevos nacionalismos? ¿Nuevas o viejas situaciones vivenciales?

         En apenas tres meses, la Revista de Vizcaya publica dos artículos con el mismo título para dirimir una discusión que venía de antiguo, y que se había puesto de moda: ¿cuál es la grafía que corresponde al viejo idioma euskaldún para designar a los habitantes de la vieja Vasconia o Euskalerría? Unamuno publica su artículo ¿Vasco ó Basco? con fecha de 1 de abril de 1886, en el número 11, Tomo I, de dicha revista; Sabino Arana hace lo propio con el suyo, ¿Basco ó Vasco?, el 15 de julio de 1886, por tanto en el nº 18, Tomo II. Son dos artículos muy sintomáticos de las teorías e ideas que cada cual mantiene y defiende ante el problema de la cultura vasca en general pues, aun partiendo de un mismo presupuesto y llegando a una misma conclusión, el camino que siguen sus razonamientos delata las diferentes posturas “vasquistas” que cada uno mantiene y defiende. También es digna de señalar la identidad en el título de ambos artículos. Si nos guiamos por la cronología en la publicación, el de Unamuno es anterior; aunque, cuando se publica el de Sabino Arana, una nota del autor a pie de página aclara que “Este artículo etimológico fue escrito, como parte de la Introducción de una “Gramática Elemental del Euskera Bizkaino”, (que será publicada a la menor brevedad), el mes de diciembre último”, añadiéndose que “Su publicación fue solicitada á la Revista Euskalerría el 24 del pasado, denegada la súplica, á causa de que su autor no accedía a manifestar su nombre.”[2] De hecho, dentro de la edición de sus Obras Completas[3] que he podido manejar, dicho artículo aparece dentro del apartado “Etimologías Euskéricas” comentándose el mismo sucedido. De ser así, el artículo de Sabino sería anterior en su redacción al de Unamuno (pues lo habría escrito en el mes de diciembre de 1885), aunque puestos a pensar sobre “posibles influencias”, el de Unamuno fue publicado con anterioridad. Pero dejemos aquí apuntado este dato cronológico al que quisiera volver más tarde, para señalar otro dato no menos curioso también, que nos indica ya cuál será la tesis que se desarrolla en el artículo de Sabino: la “Advertencia” que el propio Arana sitúa al inicio del mismo comentando esto que acabamos de referir (con fecha de diciembre de 1887), concluye así: “Hoy siento en el alma haber publicado aquella y otras etimologías en una revista que sólo el nombre (¡y aun esto sin ortografía!) tiene de bizkaina.”[4]

         “Hasta no ha mucho escribíamos todos la palabra vasco con v hoy la escriben muchos con b”, dice Unamuno, achacando esta costumbre más que al conocimiento de su razón etimológica, a que “lo ven hacer y movidos de la razón de autoridad.” Una explicación nada convincente para su espíritu inquisitivo, que padece “la manía de escudriñarlo todo”. Tal “razón de autoridad” no era otra que “La letra v es de origen latino y no euscárico”[5], por lo que “desde los primeros Euskerófilos vienen casi todos ellos escribiéndola con b, queriendo fundarse en que su etimología es puramente Euskara, pues dicen que es contracción del Euskero “basso-ko” (bosqueño).”[6] Sigamos con las argumentaciones al respecto de Sabino Arana quien comienza apreciando en dicha explicación un cierto sin sentido, o bien una no total reivindicación de las ascendencias euscáricas de dicha voz, ya que “si “vas”, en efecto, se ha de trasladar á la escritura con b por ocupar el lugar del Euskero “basso”, que con dicha letra se escribe, la misma razón existe para que “co” se trascribe con k, puesto que también está en lugar del “ko” del Euskera”[7]. Razonamiento que le lleva a un problema etimológico, ¿cómo se ha perdido la representación del sonido “ss”, que también tenían los latinos?: “No puede exigirse lo propio del Español, ya que no conserva dicha consonante doble y toma la terminación superlativa “simo” del Latín “ssimus”, que lleva dos ss.”[8]

         “Pero, cuanto más iba comprendiendo el genio especial de aquella Lengua, más dudosa me parecía la relación de procedencia directa entre ella y la voz que nos ocupa.” Entonces, cuando tuvo ya dominio del vascuence, se decidió a indagar en la verdadera etimología de dicha palabra. Considerándola compuesta empezó por analizar el supuesto “sufijo” “ko”, que indica “que su elemento radical posee localmente al sustantivo calificado”. De esta manera:

         “Se deduce de esta especial condición y naturaleza de la característica ko, que siendo directamente euskera la etimología de la voz vasco, según se pretende, y sus elementos “basco” (bosque) y “ko” (de local), el derivado resultante significará “ser que está en el bosque o con los bosques”, y en manera alguna “natural” de los bosques, porque para expresar “naturaleza” emplea el Euskera la característica “arr” y no la ko”.

Pero, teniendo presente tales significaciones etimológicas, y siendo como han sido tradicionalmente -según Arana- “tan amantes de la integridad de su raza y tan enemigos de los intrusos”, “¿es posible que (...) formaran los naturales de este suelo con la nota ko, un nombre de pura “localidad” para indicar su “nacionalidad”(...)? ”. Él, al menos, no se lo cree, por lo que  “Estas y otras razones me iban convenciendo cada día más de que el origen etimológico de “vasco” no podía ser el derivado Euskero “bassoko-a”.

         Entonces, ¿cuál es su origen? ¿de dónde procede? Para ello, y habiendo analizado ya el adjetivo “ko”, Sabino Arana lo intenta mediante el estudio de la afiliación etimológica de la primera parte del vocablo: “bass”. Y encuentra el mismo camino que, como veremos a continuación, toma Unamuno para dar su explicación: “¿No es, pues, verosímil, probable, casi cierto que el nombre “vasco” pronunciaran los Latinos UASCO?”. Idea que, según dice, “no hace mucho cruzó por mi mente, rasgando, como clarísimo relámpago las sombras de duda que la embargaban.” Ahora es cuestión de encontrar el origen de esa palabra “UASCO-NES” (“verdadero nombre con que sin duda llamaron los Romanos a nuestros padres)”[9], de desentrañarla, para asegurar así el origen del concepto “vasco”. El análisis, después de tener tal visión, lo inicia en el concepto de “Euskera”, palabra con la que se hace referencia a la lengua que hablan los vascongados. Una palabra que encuentra compuesta por dos elementos: por una parte “era” que significa “Lengua”, y por otra “eusko y nó euska, será con infinita probabilidad la forma íntegra del primer elemento de la palabra “euskera””. Es decir, “que la etimología de“euskera” es “eusko-era” y que significa “lengua del eusko.”[10]     Supongamos ahora por un momento lo que veremos de demostrar en el inmediato artículo; esto es, que EUSKO debió de significar en los tiempos de Roma el territorio ocupado por el euskaldun...”Op. cit., p. 38. Llegando a la conclusión de que en tiempos de la Roma Imperial “Eusko” debió significar “el territorio ocupado por el “Euskeldun”, por lo que deduce que los romanos, al pasar al latín el sonido “eusko”-como supuestamente llamaban los euskaldunes a su región-, “formarían la voz “nacional” en “nia” y la de “naturaleza” en “nes”, en el de “eusko” ó “uasko”, que transcrito y prepuesto á aquellas terminaciones haría VASCO-NIA  VASCO-NES .”  El resultado último es producto de las propias reglas de dicción:  “De “eusko” a “uasko” no va, en efecto, más que una simple permutación de “e” en “a” y una metátesis sencilla”[11].

         Después de todo este razonamiento, nos quedamos sin una respuesta clara a la pregunta de “¿Basco o Vasco?”; respuesta que tampoco aparece en el artículo que le sirve de continuación a este: “Etimologías sueltas. España”[12]. La conclusión que nos muestra Sabino Arana es que “vasco” es una palabra de origen latina creada por los romanos al latinizar el vocablo “eusko” -que era como, al parecer, llamaban los euskaldunes a su tierra o región-. Y como la “v” no existe en el “euskera” y sí la “b”, reivindicaremos más su procedencia escribiéndola con la “b”, teniendo presente una  salvedad: que la palabra “basco” no tiene un origen etimológico euskaldún, sino que su origen es una adecuación de un sonido euskaldún al latín, que se quiere volver a acercar a sus orígenes con el cambio de consonante. “La palabra española vasco es versión de la latina igualmente transcrita, vasco”, por tanto “con solo escribir basco (con b) no estaba aún debidamente vindicada la propiedad de la trascripción de dicha voz”. Aunque utilizando la consonante “b” se acerque a su origen:

         “Así también los apellidos Euskerianos deben escribirse como lo exige su Lengua madre al ser citados en cualquier idioma; y Elizegui, Olabeaga, Lekerika, por ejemplo, se escribirán así, y nunca Elícegui, Olaveaga, Lequerica. Y como quiera que los apellidos Euskeros son en su mayoría, primitiva o etimológicamente considerados, toponimicos  ó de regiones, resulta que aquella ley se hace extensiva á todos los nombres locales de Euskería: de manera que se escribirá Bizkaya, Guipuzkoa, Gernika, Deba, etc, y no Vizcaya, Guipúzcoa, Guernica, Deva (en Español), ó Biscaïe, Guernique, Deve (en Francés).”[13]

         Pasemos ahora al artículo de Unamuno ¿Vasco o Basco?, quien ya inmediatamente y en esa línea cientificista que acabó (entre otras cosas), con su “romanticismo vascongado” afirma “Yo no me contenté y he pedido “hechos”; visto que no me los han dado los he ido á buscar”. Parte del presupuesto de que la letra “v” tiene su procedencia en el latín y no en la lengua éuscara, porque “hoy, en el actual vascuence no existe el sonido v distinto del de la b.” Además, “Vasco” deriva de “Vascon”, que es su forma más llena.” A continuación mostrará dos hechos en los que se aclara esta supuesta confusión:

- “Primer hecho, primera derrota.” Señala el escrito del P. Moret Investigaciones Históricas de las Antigüedades de Navarra, en su capítulo tercero, donde se hace referencia “a la persistencia de los romanos a escribir “vascones” y “vasconia” con v.” También señala a Estrabón como “el primer escritor donde he hallado pruebas en favor de mi tesis (...) Estrabón escribe la palabra vascones así: ouascones”, y como en aquellos tiempos el diptongo “ou” se leía “u”, “resulta que en tiempos de Estrabón se decía uascones.”

- “Segundo hecho, segunda derrota.” Apoyándose en primer lugar en los “cronistas franceses de la segunda centuria” como Gregorio Turonense, Fredegario, Eginardo,... que “escribían  vascones y aún wascones”; apoyándose a su vez en Duvoisin quien afirma que de “Wasconia” surgieron “las modificaciones que aparecen en la canción de Rolando, Guascuigne, Guascuine, Guascoinz, y de estas las actuales Gascuña y gascones”; afirma Unamuno que no existe ley fonética de los idiomas romances que cambien “ba” en “gua”, sin embargo sí que ocurre que de “ua” o “wa” se cambie a “gua”[14].

 

         Por tanto, “¿Cuál es la etimología de la palabra vasco? Hoy prevalece la de hacer derivar este vocablo de baso-ko, montañés, pero esta es ficticia, porque lo que se debe explicar no es la actual forma vasca, sino la primitiva uascon.” Y concluye Unamuno: “¿Hay razones etimológicas para escribir vasco con b? No; una etimología ficticia y nada más. ¿Las hay para escribir con v? Sí, hechos concluyentes.” Aunque tampoco se priva en apoyarse en su concepción organicista del lenguaje -en tanto que perteneciente a un pueblo que lo habla y que lo determina, pueblo que a su vez se encuentra estructurado y determinado por aquél-, y afirmar tajantemente: “Y aunque no los hubiera el uso basta y sobra.”[15] No busquemos razones ficticias, usemos el lenguaje y entendámonos, como dijo anteriormente.

         Desearía cerrar este apartado con un breve comentario. Aunque sea llamativa la coincidencia en el título de ambos artículos, entra dentro de lo posible su utilización por ambos ensayistas ya que se trataba de una preocupación del momento. También es curiosa la coincidencia en la argumentación: ambos se sirven del análisis lingüístico, y desarrollan un análisis simétrico, tan parecido que ambos se ciñen a los mismos presupuestos lingüistas. Sin embargo difieren en su conclusión: Unamuno, basándose en las leyes de la etimología y de la lingüística moderna (aquella vigente en el momento), fundándose en textos que reflejan cómo se ha utilizado el término en otras épocas, deduce científicamente la conclusión; Arana, por su parte, y siguiendo el método de los estudios tradicionales de lingüística de Astarloa, Larramendi, Moguel, y todos los demás que con anterioridad a ellos se dedicaron, busca y rebusca en las etimologías pretendiendo, más que dejarle al concepto que muestre sus orígenes, encajarle dentro de la idea y de la historia que él tienen en mente y en la que cree. De ahí que el resultado último sea tan dispar: de la argumentación que realiza Unamuno sobresale la sencillez -como se pide a toda estudio científico, lo cual no quita que sea profundo-, y la deducción; aquella que realiza Sabino Arana se ve, en último término, forzada por elementos extraños a la propia investigación (por ejemplo, por su determinada concepción de la historia del pueblo vasco). 

Es más, y retomemos aquí aquella pincelada cronológica con respecto a la elaboración del artículo que Sabino se ocupa y preocupa por resaltar. No se trata de desconfiar de su palabra, y por tanto de dudar de que tuviese elaborado el artículo que hemos analizado como “Introducción” de su proyectada Gramática Elemental del Euskera Bizcaino en diciembre de 1885, como él nos dice; pero, en tanto que el único hecho cierto y fehaciente que tenemos son las fechas de publicación de ambos artículos, ¿pudo ser el conocimiento del artículo de Unamuno (por su sencillez, claridad y concisión), la  “idea que no hace mucho cruzó por mi mente, rasgando, como clarísimo relámpago las sombras de duda que la embargaban”[16] sobre aquella cuestión, elaborado y adaptado después a la luz de su peculiar modo de concebir y entender la historia?...


Eugenio Luján Palma - FILÓSOFO

 

 



[1] Unamuno, Miguel de. 1886. ¿Vasco ó Basco?, Revista de Vizcaya, Tomo I, nº 11  (1 de abril): 404.

[2] Arana Goiri, Sabino. 1886. “¿Basco ó Vasco? ”, Revista de Vizcaya,  Tomo II , nº 18 (15 de julio):166. El subrayado es mio.

[3] Arana Goiri, Sabino. 1992. Obras Completas, edit. Sendoa Argitaldaria, Donostia.

[4]  Arana Goiri, Sabino. 1992. Op. cit., p. 31.

[5] Unamuno, Miguel de. 1886. ¿Vasco ó Basco?, op. cit., p. 399.

[6] Arana Goiri, Sabino. 1886. Op. cit., p. 166.

[7] Arana Goiri, Sabino. 1886. Op. cit., p. 167. Y dice a continuación: “(...) y esta lengua no posee “o” por que no la necesita, y puesto que, además, el Español cuenta en su alfabeto gráfico con k tanto como la b, y porque, si las consonantes k y c ante vocal tienen el mismo sonido, uno solo es asimismo el que b y v representan, por más que algunos quieran barbarizar á la v ó tal vez inventar perfecciones (?) en el Español, haciendola v francesa.” Que no se corresponde fielmente al editado en las Obras Completas, me imagino que por haber sido revisado, y donde dice así: “(...) y esta lengua no representa con C su consonante, y puesto que, además, el alfabeto gráfico castellano posee tanto la K como la B, y porque, si las consonantes K y C ante vocal tienen en el último idioma el mismo sonido, uno solo es asimismo el que B y V representan, por más que algunos quieran barbarizar la V en castellano, haciéndola francesa.”En Obras Completas, op. cit., p. 32.

[8] Arana Goiri, Sabino. 1886. ¿Basco ó Vasco?, op. cit., p. 167.

[9] Arana Goiri, Sabino.1886. Op. cit., pp. 168, 169 y 170.

[10] Arana Goiri, Sabino.1886: op. cit., p. 172. En las Obras Completas aparece del siguiente modo, suprimiéndose la última frase que acabamos citar: “hemos de concluir necesariamente que EUSKO y no EUSKU es con infinita probabilidad la forma íntegra del primer elemento de la palabra EUSKERA.

[11] Arana Goiri, Sabino. 1886. Op. cit., p. 172. Vuelve a haber disparidad en lo recogido en una y otra obra de Sabino Arana, aunque ahora puede ser más por motivos de errata. Donde nosotros acabamos de señalar “eusko” y “uasco”, en las Obras Completas (op. cit., p.36.) aparece como “uesko” y “uasco”, que tiene más sentido respecto a la etimología que pretende demostrar.

[12] Arana Goiri, Sabino.1886. “Etimologías sueltas. España”, Revista de Vizcaya, Tomo II, op. cit., p. 241-244.

[13] Arana Goiri, Sabino.1886. Op. cit., p. 166, 167 y 171 (nota 4) respectivamente.

[14] Unamuno, Miguel de. 1886.¿Vasco ó Basco?, op. cit., pp. 399-400.

[15] Unamuno, Miguel de. 1886. Op. cit., p. 401.

[16] Arana Goiri, Sabino. 1886. Op. cit., p. 170.

miércoles, 20 de marzo de 2024

¿Por qué la filosofía?

 [Publicado en junio de 2022 en la Revista Cultural del IES Garcilaso de la Vega de Villacañas (Toledo)]


Cuando nos acercamos a la filosofía como disciplina académica, es frecuente que nos preguntemos qué función tiene, de su importancia en la vida de cada uno de nosotros. Aceptamos la necesidad de conocer la ciencia (en cualquiera de sus disciplinas), la lengua, los idiomas, la educación física, pero cuesta entender para qué estudiar filosofía.

Te invito a analizar un suceso muy concreto. Imagínate que sales de casa camino del instituto, cargado con tu chaqueta, la mochila, colocándote la mascarilla, mientras cierras la puerta a la vez que compruebas las notificaciones del móvil. Sin levantar la cabeza del teléfono, echas a andar bajándote de la acera al asfalto de la calle. No has visto a una bicicleta que viene lanzada. Y, sin posibilidad de esquivarte, choca contigo, desplazándote unos metros. Supón que ese golpe, que te pilla de improviso, te hace perder el conocimiento. Inmediatamente quienes han presenciado el accidente van a auxiliarte. Comienzan a intentar espabilarte, y un vecino se presta a que te lleven al sofá de su salón para que te recuperes, esperando que tranquilamente vuelvas en sí.

En el momento en el que abras los ojos tras el golpe, y tu mirada esté dirigida al techo, ¿qué preguntas inmediatas te harías? Por ejemplo, ¿te preguntarías por si hay mucha o poca luz en el salón? ¿O por el estado en el que está la pintura? ¿O por la posible mancha de humedad que parece dibujarse en una esquina? ¿Te interesarías por lo limpia que está su lampara?, ¿o porque le faltase alguna bombilla?... O más bien, las preguntas que se vendría a tus labios serían las de: “¿qué hago aquí?”, “¿dónde estoy?”, “¿qué me ocurre?”

Pues bien, el primer tipo de cuestiones serían las que se hace una persona desde los ojos de la ciencia: buscando explicaciones concretas, soluciones inmediatas, a problemas cotidianos; y las segundas, serían las que se hacen desde la perspectiva de la filosofía, donde la persona se pregunta por el sentido de la realidad en la que vive.

El ejemplo que acabo de mostrar no es mío, está inspirado en el de un ilustre catedrático de universidad de filosofía ya desaparecido, aunque desde hace años lo utilizo siempre en mis sesiones introductorias. Y me sirve para comprobar que la primera actitud de toda persona ante los problemas que nos plantea la realidad, es siempre filosófica; y solo en un segundo momento, esa preocupación se vuelve científica.

Esto no quiere decir que la ciencia no sea importante, porque gracias a ella somos capaces de comprender, explicar y anticipar los fenómenos naturales, para sacarles un provecho, un beneficio o para que no perjudiquen a la existencia humana. Una ciencia en la que hay que continuar profundizando: para intentar comprender aún más y mejor los procesos naturales, y para seguir perfeccionando la puntera tecnología de la que disfrutamos. Pero cuyo necesario desarrollo no agota el interés de toda persona, que en cualquier momento de su existencia se va a preguntar por el sentido de su vida y de la realidad en la que vive.

La civilización griega se despliega en torno a la pregunta de por qué y cómo se desarrollan los seres naturales. En la época medieval, la preocupación cambió a cómo debía darse la relación entre un supuesto ser creador y su obra, las criaturas (sus creaturas). Durante la época moderna, se cuestionaron por cómo acontece el auténtico conocimiento humano, y -más adelante, en la ilustración- si las personas pueden conseguir su libertad y autonomía moral. En el siglo XIX, aparecen las preocupaciones sobre el individuo, el sujeto, en relación a la realidad y sociedad en la que vive. La filosofía contemporánea se cuestiona hasta dónde el avance tecnológico nos hace más libre y autónomos, o cómo deben desarrollarse las relaciones sociales y los sistemas políticos para que en ellas las personas no se vean sometidas a los más diversos intereses.

Interrogantes que no buscan causas inmediatas que lo hayan provocado ni soluciones puntuales; sino esa causa última de la que todo procede, ese sentido de totalidad que toda persona indaga en la realidad para comprender su existencia. Y esto solamente lo aborda la filosofía, y se pongan como se pongan las autoridades políticas que diseñan los currículos académicos, la filosofía es una actitud tan natural del ser humano ante la realidad, que nadie podrá nunca suprimirla. Mientras haya personas, la visión filosófica será necesaria e imprescindible.

 

Eugenio Luján Palma - FILÓSOFO

martes, 19 de marzo de 2024

Zanjemos el mito de la motivación en el aula

 

[Publicado en prensa digital de Castilla La Mancha el 5 de noviembre de 2020.]

Confieso que me llevo muy bien con la soledad, de la que me acompaño en mis largos paseos diarios. Compañía con la que, mientras trabajo cierto tono físico y muscular, consigo organizar ideas y pensamientos. Da igual que sean senderos naturales y parajes campestres, que el molesto adoquinado o el irregular asfalto de una calle. El caso es estar siempre en movimiento, siempre caminando, tanto física como mentalmente.

Cuando estoy en Madrid, el paseo obligado es por el Retiro. Y allí es difícil no encontrarse con algunas de las esculturas del recio palentino y no menos adusto -como buen toledano adoptivo-, del olvidado Victorio Macho. No deja de sorprenderme cómo esculpió a Ramón y Cajal, de forma reclinada, con toga, en la tradición más clásica de la imagen de un maestro. De hecho, esa figura que observo mientras camino cerca y a paso rápido, evoca la de un sereno y sabio Sócrates en la Atenas clásica.

Una cualidad, la de la sabiduría, que sin duda une a ambos. Sin olvidarnos de que, como buenos maestros, ambos también dedicaron mucho de su esfuerzo a la enseñanza. Recuerdo -mientras voy circunvalando ese monumento a paso firme-, cómo el profesor Cajal se quejaba amargamente de tener que enfrentarse con esos estudiantes de medicina que, ocupando la parte más alta del aula magna, no paraban de hablar y de fumar, interrumpiendo constantemente su meticuloso magisterio. Les reprochaba esa falta de interés, y la necesidad del silencio y de la atención para que la clase fuese aprovechada por quienes sí estaban interesados: invitándoles a abandonar el aula.

Se trata de una falta de interés por aprender que, a día de hoy, se extiende en las aulas de los institutos a cada vez más alumnos y en todos sus niveles. Son muchos los psicólogos de gabinete y los psicopedagogos de despacho que apuntan, como su auténtica causa, a las deficiencias formativas en técnicas de motivación de las que supuestamente carece el profesorado. Diagnóstico que considero acertado en una proporción bastante pequeña de casos.

La motivación es consecuencia de una emoción que se despierta en nosotros, y que nos incita a realizar o mantener una conducta. De ahí que la motivación tenga una vertiente intrínseca e interna, que tiene que ver con la emoción con la que afronto esa situación; y otra extrínseca o externa, que se relaciona con la emoción que me despierta dicha circunstancia. En las clases del profesor Ramón y Cajal, los alumnos deberían estar motivados intrínsecamente por poder recibir clases de un Premio Nobel de Medicina, con una capacidad especial para el dibujo, con la que conseguía hacer cercana y visual la histología. Pero ellos se desentendían de la clase, porque no encontraban esa emoción dentro de sí, porque no se daba la motivación intrínseca. De tal manera que, aunque el mismísimo Ramón y Cajal hubiese acudido a clase desplegando las más variadas y modernas técnicas motivaciones que podamos pensar (las extrínsecas), quienes careciesen de aquella otra motivación intrínseca, seguirían descolgados de sus clases: aunque su profesor fuese un mismísimo Premio Nobel.

Muchos de mis alumnos acuden varios días de la semana a entrenar, donde físicamente se esfuerzan al máximo. Su motivación es que cuenten con ellos para jugar el próximo partido. Pero, a pesar de tal esfuerzo, su entrenador no siempre lo hace: y sin embargo ellos siguen acudiendo al entrenamiento, esforzándose. Porque la motivación principal es la que nace de una emoción interna, es la intrínseca. Da igual que se cambie de entrenador, o qué piense o qué diga: porque el motivo de esa persona para acudir a entrenar y esforzarse -aunque no sepa si contará con ella- es el de querer demostrarle que el puesto de jugador es suyo.

Derrumbemos de una vez ese mito de la motivación en el aula entendida de manera unilateral, cargando la culpa en la actitud del profesor (motivación externa). Porque esa es la manera de tapar un profundo problema social: la desidia que estamos sembrando en nuestros jóvenes frente al esfuerzo por saber y aprender. Un profesor es un entrenador del intelecto, y el alumno debe acudir al aula con la motivación intrínseca de querer esforzarse a diario por aprender cada día.

 Eugenio Luján Palma - FILÓSOFO


Respuesta al artículo “El falso enfrentamiento entre Unamuno y Milán-Astray” de Jorge Vilches, publicado en La Razón (23-07-2019)

 [Este texto es una Carta enviada al Director de La Razón, en respuesta al artículo publicado por Jorge Vilches en dicha fecha en ese periódico. Carta que nunca vio la luz.]

Sr. Director de La Razón.

Quiero señalar errores de concepto en los que se cimienta el articulo “El falso enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray”, publicado aquí por el sr. Jorge Vilches. 

Básicamente todo él se estructura en dos ideas que pretendo rebatir.

La primera, en una interpretación trasnochada y mal intencionada sobre el pensamiento de Miguel de Unamuno.

Por muy grande que hayan sido sus aportaciones, la manera de dinamitar a un gran pensador es tildándolo de "incoherente" y "correveidile" intelectual. Algo de lo que se encargó la dictadura franquista de airear y resaltar en su obra; de continuar, después, propagándolo otros, sin detenerse a analizarla sincrónica ni cronológicamente; hasta conseguir hoy el mantenerle casi como nota a pie de página en los actuales programas educativos.

Solamente doy una cita: "Cada cual libre en su esfera, libre de asociarse y de dejar la asociación, libre para pactar y libre para romper el pacto, únicamente no es libre para atacar la libertad ajena; luchen las libertades en el contrato, no las voluntades en la fuerza; al vencimiento, que es el sucumbir de la libertad, sustituya el convencimiento, que es el sucumbir de la voluntad ". ¿No se puede resumir esta afirmación en un escueto "venceréis, pero no convenceréis"?

Pues bien: se trata de una cita de la Conferencia de Unamuno El derecho y la fuerza, que nunca dictó pero que redactó entre finales de 1886 y principios del 1887. Si D. Miguel escribe y argumenta ideas con 22 años, que luego mantiene con 72, ¿dónde está el Unamuno contradictorio? Quizá sus contradicciones sean malas interpretaciones y falta de auténtico conocimiento de su obra.

La otra idea que el sr. Vilches desarrolla, y que quiero rebatir, es que en ese acto del Día de la Raza del 12 de octubre de 1936 no hubo enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray. Se trata ésta de una afirmación con la que se pretende hoy blanquear la actitud y el comportamiento del General. Un argumento que podemos observar cómo está proliferando en medios afines. Pero, de haber sido realmente así, de no haber tenido lugar ningún enfrentamiento en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, Unamuno no habría apelado a la inteligencia ni a su condición de vasco (o de catalán del cardenal Plá y Deniel presente en ese Acto). Es más: no se le habría cesado como Rector, ni se le habría puesto en la puerta de su casa a un vigilante "simulando" así un encierro domiciliario (vigilante que le perseguía allá donde Unamuno iba, y que lo que despertaba en él era pena y compasión).

Respecto a su relación con Sabino Arana (con el que marcó distancias ya con apenas veinte años), y del problema del cristianismo, hablaré en otro momento.


Eugenio Luján Palma - Filósofo


miércoles, 28 de febrero de 2024

…y Unamuno, a título póstumo, con-venció


Nunca deberíamos confundir la historia con la memoria. Se puede alegar que la historia no es más que el proceso académico por el que se le confiere objetividad a ese otro más bien subjetivo: el de la memoria.

Pero, no me refiero a la memoria en tanto que proceso individual, sino a la memoria colectiva. A esa, encargada de transmitir sucesivamente a las nuevas generaciones, el legado cultural atesorado por las anteriores. Legado con el que se pretende que, quienes lo reciban, puedan utilizarlo como referente en la incesante construcción de una sociedad más adecuada, incluso acrecentarlo. No olvidemos que es precisamente este proceso de transmisión de costumbres, técnicas, valores e ideas, el que ha permitido a nuestra especie perpetuarse e imponerse a un entorno inhóspito.

Por otra parte, la historia, justamente por ser academicista, siempre es argumentada desde el contexto en el que vive anclado el historiador. Los relatos que a lo largo de las diferentes civilizaciones se han transmitido, son siempre la historia de los vencedores. La visión desde una particular e interesada orilla con la que se ha seleccionado e interpretado el fluir de los acontecimientos.

Además, los estados tienden a imponer como legado un relato cerrado antes que una memoria abierta. Cuanto más totalitario sea el Estado, más cerrados y estructurados son sus relatos. Pretenden así dotarle de una supuesta legitimidad, y desvirtuar y hasta ocultar aquella memoria colectiva. El propio Miguel de Unamuno ha sido objeto de tan cruel proceso.

El relato que idearon sobre su vida, obra y pensamiento, le convirtió en una momia preparada para apuntalar aspectos concretos que interesaban al nacional-catolicismo imperante. Consiguieron, así, presentarle como uno más de los suyos. Díscolo, pero de los suyos. Tan atada y bien atada ha estado esa momia desde entonces; tan hilvanadas sus presuntas ideas fundantes, que consiguieron que dicho relato momificado se impusiera a la memoria colectiva. Y así nos lo dejaron en herencia.

Sin embargo, con el reconocimiento público que supone el nombramiento como Doctor Honoris Causa por su Universidad el próximo 6 de marzo, resaltando su indiscutible aportación al mundo de la intelectualidad y de la docencia, nuestra sociedad le desnuda de las andrajosas vendas que le momificaron, para mostrarle vencedor ante las manipulaciones y tergiversaciones que le maniataban.

Pero, no solamente la sociedad ha comenzado ya a considerarle como vencedor; sino que, con la relectura de su obra, está también logrando convencer (condición que fue mucho más importante para él).

Si desentrañamos uno de los pilares fundamentales de su pensamiento, como es el binomio “recuerdos y esperanzas”, se nos muestran dos motivos que lo confirman.

El primero, tiene que ver con el papel de eslabón con la tradición más remota de la cultura española que se le reconoce a la obra de Don Miguel. Uno de esos múltiples eslabones con el pasado que, por cierto, la dictadura franquista cercenó a todos los niveles, para poder inventarse otra tradición, interesada y diferente. Dos conceptos que, tras su desacralización, él toma de nuestra mística, pero cuyas raíces proceden de los textos del filósofo de Tagaste. Con lo que, Unamuno y su obra, pasan así hoy a formar parte también del contenido de ese legado que atesora y transmite nuestra memoria colectiva.

En segundo lugar, porque tal binomio encierra una de las ideas fuerza de su pensamiento: el concepto de memoria interpretada como recuerdo. Con él señala al referido legado cultural que recibimos de generaciones pasadas, que nos sirve de apoyo para trabajar en el hoy, pero siempre con vistas a conseguir materializar los valores e ideales de una sociedad más humana, en el mañana. De ahí sus versos “con recuerdos de esperanzas / y esperanzas de recuerdos”.

La memoria o el recuerdo en Unamuno, vínculo de unión con nuestro pasado, está preñado siempre de esperanzas. Pero no de una espera pasiva, improductiva. Sino de esa otra, de esa ansiada espera que nace del trabajo denodado en el hoy, para que la esperanza (lo esperado, lo deseado, lo ideal soñado por las generaciones pasadas, y por la nuestra), se materialice en el mañana más inmediato.

 

Eugenio Luján Palma – Filósofo

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