Se cumplen 87 años de la muerte de
Miguel de Unamuno y Jugo, el intelectual más importante que ha tenido este
país, y uno de los autores más tergiversados, con premeditación y alevosía. Así
lo hizo la dictadura franquista, ya desde su propio entierro, interesada en resaltar
determinas ideas para conseguir una doble victoria: presentarle como afín al
nacional-catolicismo, y desactivar su importante labor de pensador crítico.
Muchos de los conceptos que ahorman
su sistema filosófico no expresan lo que parecen, volviéndose presa fácil de
esa tergiversación. Por ejemplo, para él la fe no es creer lo que no vimos:
“¡creer lo que no vimos, no!, sino crear lo que no vemos, sí, crearlo y vivirlo
y consumirlo, y volverlo a crear y consumirlo de nuevo…” Una afirmación de la “fe
viva, porque la vida es continua creación y consunción continua y, por tanto,
muerte incesante”.
Esta dicotomía entre fe viva (la del
que construye) frente a fe muerta (la de creer por creer), es la que se expresa
en San Manuel. En ella, el sacerdote no cree en la vida eterna, ni en otra vida
más allá de esta. Pero sí cree en la fuerza de la acción para encontrar la
auténtica eternidad, entendida en darse a los demás desde nuestras acciones,
“sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma del
pueblo, de la aldea, a perdernos en ellas para quedarnos en ellas”.
Obras a realizar que deben tener como
objetivo desarrollar la esencia del ser humano en cada individuo concreto, en
cada ciudadano. Una esencia que está en nosotros, que compartimos con el resto
de nuestros congéneres, a la que se refiere en 1895 como “la tradición eterna”
y que, sin embargo, a partir de 1897 denominará “Dios”. Porque éste “no es el
ens summun, el primum movens, ni el creador del Universo, no es la Idea-Dios. Es
un Dios vivo subjetivo -pues que no es sino la subjetividad objetivada o la
personalidad universalizada…”
Para Unamuno, Dios, no es el ser
superior creador de toda la realidad (como se dice en el Credo): “sentimos a
Dios, más que como una conciencia sobre-humana, como la conciencia misma del
linaje humano todo, pasado, presente y futuro,…” Y desde esta conciencia que
todos tenemos y compartimos, debemos trabajar para construirnos libremente como
individuos, y así mejorar la sociedad como ciudadanos. El pacto social, que
garantiza las libertades y los derechos, debe ser ratificado en cada una de
nuestras acciones, para cimentarlo y optimizarlo siempre.
Nace, así, la necesidad de darnos
constantemente al otro, al prójimo. La obligación de perseguir el ideal de
fraternidad y de justicia como forma de vida social, aunque jamás consigamos cumplirlos
plenamente. Porque los ideales nunca se cumplen, pero solamente trabajando a
diario por ellos hoy, podremos aspirar a que se concreten en el futuro mañana. Unamuno
resume esa actitud de persecución activa de los ideales humanos en la figura
desmitificada de Cristo, considerado como el hijo del hombre, como el hombre
perfecto: porque se dio a los demás en sus obras hasta morir por ellos, y vivir
en ellos.
Aspirar a ser eterno desde la fe viva
no tiene nada de transcendencia religiosa ni egocentrismo insano. Es el esfuerzo
por objetivar la esencia del linaje humano (Dios) en nuestro obrar de cada día,
buscando actualizar cada vez más los ideales de fraternidad y de justicia
(Cristo), cuyo camino no es otro que el darse a los demás en cada una de nuestras
obras.
Una reivindicación del obrar libre
del individuo en una sociedad respetuosa con los derechos, donde nos esforcemos
a diario por vivir esos ideales humanos. Una defensa, pues, de la necesidad de
luchar por “la civilización occidental cristiana.”
Eugenio Luján Palma – Filósofo