miércoles, 24 de enero de 2024

La tía Tula, hoy

 

Una de las peculiaridades de la prolija obra de Unamuno es su originalidad, pero en su acepción de ser originario, novedoso en cualquiera de sus géneros. Sobre todo, en la novela (nivola) y el teatro: donde la falta de meticulosas descripciones, de profusos escenarios y de acción trepidante, dan cabida a la trama desnuda de artificios.

La tía Tula es una de esas novelas. Publicada en 1921, aunque iniciada con el siglo, va desvelando la manera de ser de Gertrudis, descorriendo uno a uno esos velos de su personalidad. Otro legado de la poliédrica obra de Miguel de Unamuno, rebosante de actualidad.

Actualidad cuyos rasgos quedan delineados desde las confusas interpretaciones: como el prólogo que el escritor M. Hidalgo firmó para una popular edición de esta breve pero contundente novela. Donde mantiene que “lo que un lector de hoy [de 2001 es la edición] verá a bote pronto en este relato es un acogotante e impúdico melodrama, tal vez la versión abreviada de uno de aquellos prolijos folletines tan genuinos del XIX”.

Antes había caracterizado a la protagonista así: “Tal vez de sus tajantes convicciones religiosas surge en Tula, por reparo ante el sexo y ante el consecuente pecado de la carne, una honda misoginia, una androfobia, una aversión física al hombre -ese bruto, dice ella- que solo halla correlato, como no podía ser de otra manera, en la creciente intensidad de su deseo de hombre, del deseo de Ramiro.” “Estamos ante un indisimulable relato erótico, tal vez uno de los más crepitantes, tensos, agobiantes y enfermizos de la literatura en castellano del siglo XX.

La grandeza de la literatura reside en que los textos toman vida propia en cada lector, infundiéndoles diferentes sentimientos y sensaciones. Pero esta interpretación dibuja a una Gertrudis reprimida sexualmente; odiando a los hombres por no atreverse a romper las normas sociales y casarse con su cuñado, ya viudo de su hermana; a querer a toda costa ser la madre, la que dispone, de sus sobrinos: imponiéndoles las normas con un autoritarismo intransigente. Una Tula oscura, grisácea, tirana, siempre recelosa, reconcomida internamente por reprimir durante años sus deseos sexuales por Ramiro, con el que vive.

Sin embargo, reivindico que es una novela de lo más actual. Con una trama que disecciona la personalidad de una mujer de hoy, empoderada, sabedora de lo que quiere y de cómo lo quiere.

Un sentido de la novela que, si dejamos hablar a Unamuno ya en su prólogo (aunque M. Hidalgo lo califique de “innecesario prólogo”), queda iluminado con el concepto de “sororidad”. Es desde la actitud de una fraternidad entre mujeres como debe ser leída. Y de aquí su actualidad.

Unamuno nos descubre a Gertrudis, que quiere ser dueña de sus sentimientos; dueña de su cuerpo; dueña de su vida: presente y futura. Que comprende desde esa sororidad las decisiones de otras mujeres: como las que toma su hermana Rosa; o la criada Manuela, con la que su cuñado viudo tiene un hijo y ella adopta como un sobrino más de sus propias entrañas.   

Gertrudis, la tía Tula, representa a esas mujeres de hoy que rompen con los limitantes estereotipos de una sociedad machista, dirigida por varones (como su cuñado, el médico o el cura). La tía Tula no es, pues, “un folletín del XIX”, ni una obra que Unamuno fundamenta en la represión sexual, tal como se ha leído desde los tiempos grisáceos del franquismo hasta nuestros días. Es el grito exacerbado de hoy, pero expresado a principios de siglo XX, el volcán incandescente de sentimientos y deseos, de una mujer que lucha por ser lo que quiere ser.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

lunes, 15 de enero de 2024

A vueltas con la filosofía española, sin complejos

 

Uno de los pensadores de referencia hoy, Gabriel Albiac, mantiene en su último libro donde elogia la labor de la filosofía, que pensar solamente es posible si se renuncia a la esperanza.

Una afirmación que me ha hecho reflexionar sobre el eterno problema de si existe eso a lo que llamar “filosofía española”. Aunque, en un país donde llevamos siglos sin encontrarle solución al dilema de qué somos como sociedad, quizá no sea tan importante saber qué sea eso de la filosofía española, ni de si existió alguna vez.

Entiendo que no se trate de una cuestión de urgente solución, hoy que aún retumban en los atónitos ciudadanos las consecuencias de las votaciones en un parlamento dirigido por una partitocracia ya peligrosa para el bien común. Pero entiendan ustedes que mi deformación profesional (me dedico a enseñar a filosofar), consiga que esa cuestión continúe preocupándome.

Si la esperanza es improductiva, como esa que se resume en el suspirado ¡ay! de quien desespera, desinflándose de toda acción al exhalarlo, evidentemente Albiac tendría razón en su afirmación. Por otra parte, es cierto que la esencia de la filosofía es no esperar nada a cambio de su esfuerzo en la reflexión. En tanto que pensar es la acción más libre que podemos realizar, la filosofía no está condicionada ni siquiera por sus propias respuestas, sin esperar de ellas una utilidad práctica. De hecho, se trata de un saber de preguntas, y no de respuestas (como sí lo es la ciencia).

Pero creo que, si profundizamos algo más en el concepto de esperanza, encontraremos un sentido más complejo, e incluso aclaratorio al eterno problema de la existencia o no de la filosofía española. El concepto de esperanza activo es el que los místicos españoles plantearon ya en el siglo de oro. Influenciados por el neoplatonismo, entendían la memoria como acto de reminiscencia que les unían al Ser Creador. Y de ahí nace la “ansiada esperanza”: la espera efectiva y fructífera, fundamentada en las obras de hoy, para preparar la llegada de esa unión en el futuro, cargada de plenitud.

Si ahora desacralizamos estos términos. Si los convertimos en meros conceptos hermenéuticos, desde los que interpretar la realidad, encontraremos que de la memoria que todos tenemos sobre qué es ser humano, de desarrollarse y vivir como persona, de la toma de conciencia de los derechos y libertades que lo constituyen, nace la esperanza fructífera de conseguirlo en la plenitud del mañana anhelado, pero apoyándonos en las obras realizadas en el hoy (que prepararán ese encuentro).

La Guerra Civil y las cuatro décadas de dictadura trasladaron de golpe la vida cultural al medioevo más retrógrado, esforzándose por romper los anclajes con la tradición liberal del XIX de reivindicación de todas las libertades de las personas; conectada, a su, vez con el proyecto emancipador que la modernidad diseñó para el individuo; y que tuvo su origen en la defensa renacentista del sujeto humano frente a lo natural, y de su necesidad de crearse a sí mismo.

Pero, tras 45 años más de democracia, seguimos acomplejados de reivindicar los conceptos hermenéuticos de memoria y de esperanza, como constituyentes estructurales de la persona en tanto que ser social, que nos une a una tradición de siglos en la filosofía española, y nos provee de categorías operativas con las que articular una reflexión precisa y proactiva sobre el ser humano.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

viernes, 5 de enero de 2024

2024, Año Popular de Miguel de Unamuno

 

No siempre los acontecimientos suceden por evolución natural, muchas de las veces necesitan de un detonante que la provoquen. Toledo es tierra de El Greco. Pero eso lo es hoy, y desde mediados del XIX, que comenzaron a tomarse sus pinturas como con entidad y personalidad propia, adelantada a su tiempo, y precursora de algunos de los movimientos que vinieron después.

Sus estilizadas pinceladas de colores, con una intensidad inusitada en su época, dan una expresividad única a sus obras. Pero, durante siglos, estas se vieron opacadas por el hollín de las velas, el polvo acumulado por el olvido, y la etiqueta de “extravagante” con la que fue denigrado.

Hizo falta el detonante que ofreciera una renovada perspectiva de su obra, para dotarla de una reputada e incuestionable importancia, esa de la que -curiosamente- ni siquiera gozó en vida.

Con la llegada de la democracia, la sociedad española reivindicó la obra de otro de los grandes: José Ortega y Gasset. Ya en la transición salieron publicaciones rehabilitando su pensamiento y su figura. Él, que era repudiado por los exiliados por haberse quedado dentro del país; y por los de dentro, por ser un defensor de los exiliados, nunca encontró su lugar en aquella oscura España. Situación dicotómica que jamás supo encajar, y que le acarreó un declive emocional. Pero, a día de hoy, Ortega ocupa ese lugar de prestigio merecido dentro del paraninfo de intelectuales relevantes.

Sin embargo, con la figura de Miguel de Unamuno -el intelectual más importante que hemos tenido- esta sociedad nuestra aún sigue en deuda. Este año que acabamos de estrenar nos trae un evento muy importante para quienes gustamos de leerle: la Universidad de Salamanca le concederá el doctorado Honoris Causa a título póstumo. Se trata de una concesión que la Universidad en general le debía: una de muchas cuentas que nuestra sociedad tiene aún pendiente con el inagotable (en todos los sentidos) D. Miguel.

Aprovechemos, pues, la circunstancia de este nombramiento como doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca, para convertirlo en ese detonante que su figura necesitaba, con el que traerle del ostracismo al que ha sido deportado desde determinados sectores. 

Reivindico este 2024 como el Año Popular Miguel de Unamuno. Que seamos sus lectores, los que gustamos de acompañarnos de sus letras, quienes le revivamos. Impulsemos en este año su inmensa e intensa obra, desde el boca a boca, proponiendo algún texto suyo para comentar entre amigos, en los centros de trabajo, a través de grupos de lectura de las redes sociales, o en la biblioteca de la que somos socio. Año Popular lo califico, porque no se requiere del apoyo de ninguna institución más o menos oficial o gubernamental. Solo se necesita leerle, y dejar que sus textos nos hablen, dejarnos empapar de su brillante prosa, de la singular poesía, de su enérgica dialéctica o de su desnudo teatro.

A cada cual le sugerirán ideas y pensamientos diversos, sus metáforas le trasportaran a lugares y situaciones diferentes, imágenes distintas se recrearán con sus palabras; pero habrá sido D. Miguel quien haya hablado con nosotros, con cada uno de sus lectores, porque recuerda que “cuando vibres todo entero, / soy yo, lector, que en ti vibro”.   

Ha llegado el momento de demostrar a esos hieráticos vigilantes de su sepulcro, que su losa ya ha sido removida. Y que dentro no yace el cadáver del Unamuno amortajado y momificado por quienes se han querido apropiar de su pensamiento. Hagamos ver a todos que ese sepulcro lleva muchas décadas vacío, porque D. Miguel está vertido en cada una de sus obras; y desde ellas, revive en esos lectores que quieren oírle sin intermediarios ideológicos.


Eugenio Luján PalmaFilósofo

sábado, 30 de diciembre de 2023

De Dios a Cristo, en Unamuno

 

Se cumplen 87 años de la muerte de Miguel de Unamuno y Jugo, el intelectual más importante que ha tenido este país, y uno de los autores más tergiversados, con premeditación y alevosía. Así lo hizo la dictadura franquista, ya desde su propio entierro, interesada en resaltar determinas ideas para conseguir una doble victoria: presentarle como afín al nacional-catolicismo, y desactivar su importante labor de pensador crítico.

Muchos de los conceptos que ahorman su sistema filosófico no expresan lo que parecen, volviéndose presa fácil de esa tergiversación. Por ejemplo, para él la fe no es creer lo que no vimos: “¡creer lo que no vimos, no!, sino crear lo que no vemos, sí, crearlo y vivirlo y consumirlo, y volverlo a crear y consumirlo de nuevo…” Una afirmación de la “fe viva, porque la vida es continua creación y consunción continua y, por tanto, muerte incesante”.

Esta dicotomía entre fe viva (la del que construye) frente a fe muerta (la de creer por creer), es la que se expresa en San Manuel. En ella, el sacerdote no cree en la vida eterna, ni en otra vida más allá de esta. Pero sí cree en la fuerza de la acción para encontrar la auténtica eternidad, entendida en darse a los demás desde nuestras acciones, “sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma del pueblo, de la aldea, a perdernos en ellas para quedarnos en ellas”.

Obras a realizar que deben tener como objetivo desarrollar la esencia del ser humano en cada individuo concreto, en cada ciudadano. Una esencia que está en nosotros, que compartimos con el resto de nuestros congéneres, a la que se refiere en 1895 como “la tradición eterna” y que, sin embargo, a partir de 1897 denominará “Dios”. Porque éste “no es el ens summun, el primum movens, ni el creador del Universo, no es la Idea-Dios. Es un Dios vivo subjetivo -pues que no es sino la subjetividad objetivada o la personalidad universalizada…

Para Unamuno, Dios, no es el ser superior creador de toda la realidad (como se dice en el Credo): “sentimos a Dios, más que como una conciencia sobre-humana, como la conciencia misma del linaje humano todo, pasado, presente y futuro,…” Y desde esta conciencia que todos tenemos y compartimos, debemos trabajar para construirnos libremente como individuos, y así mejorar la sociedad como ciudadanos. El pacto social, que garantiza las libertades y los derechos, debe ser ratificado en cada una de nuestras acciones, para cimentarlo y optimizarlo siempre.

Nace, así, la necesidad de darnos constantemente al otro, al prójimo. La obligación de perseguir el ideal de fraternidad y de justicia como forma de vida social, aunque jamás consigamos cumplirlos plenamente. Porque los ideales nunca se cumplen, pero solamente trabajando a diario por ellos hoy, podremos aspirar a que se concreten en el futuro mañana. Unamuno resume esa actitud de persecución activa de los ideales humanos en la figura desmitificada de Cristo, considerado como el hijo del hombre, como el hombre perfecto: porque se dio a los demás en sus obras hasta morir por ellos, y vivir en ellos.

Aspirar a ser eterno desde la fe viva no tiene nada de transcendencia religiosa ni egocentrismo insano. Es el esfuerzo por objetivar la esencia del linaje humano (Dios) en nuestro obrar de cada día, buscando actualizar cada vez más los ideales de fraternidad y de justicia (Cristo), cuyo camino no es otro que el darse a los demás en cada una de nuestras obras.

Una reivindicación del obrar libre del individuo en una sociedad respetuosa con los derechos, donde nos esforcemos a diario por vivir esos ideales humanos. Una defensa, pues, de la necesidad de luchar por “la civilización occidental cristiana.”

 

Eugenio Luján PalmaFilósofo

 

jueves, 28 de diciembre de 2023

Menos tergiversar y más dejar hablar a Unamuno

Cualquier tema que concierne a la figura de Unamuno sigue hoy interesando y, además -y con la misma intensidad-, continúa levantando ampollas en determinados sectores de la sociedad. Se aprecian en los diferentes artículos que están apareciendo en la prensa, tras la noticia de que la Universidad de Salamanca le nombrará Doctor Honoris Causa a título póstumo.

Ambas situaciones son comprensibles. La primera, porque su figura de gran intelectual -el más importante que hemos tenido en este país-, se agranda con los años y con las aportaciones de investigadores que sobre su obra buscamos demostrar su lema: “antes la verdad que la paz”. Y la segunda, porque aún hay un sector amplio de la sociedad, que abarca sobre todos los dos extremos de nuestro actual espectro político, que le siguen mirando con recelo, porque lo han estudiado según consignas heredadas.

Llevo más de un cuarto de siglo leyendo cronológicamente, trabajando, analizando, investigando su obra y mantengo, desde cualquier perspectiva que se señale, que existe una unidad de sentido que la transita, que indico y resalto en cada acto al que acudo, y que invita a recorrer.

Tergiversaciones positivas que coinciden en un objetivo: desactivar su capacidad crítica, de análisis profundo de la realidad en la que vivió, para presentarle como un escritor (ni siquiera pensador), veleta.

La diferencia entre ellas aparece en que, la engendrada por el nacional-catolicismo (que es la tergiversación más arraigada: esa que hoy se sigue explicando en los diferentes niveles educativos), pretende presentar a Unamuno como afín al régimen, manipulando para ello muchas de sus brillantes ideas, y ocultando su auténtica aportación: la reivindicación y defensa a ultranza de las libertades del individuo. Sin embargo, la tergiversación por parte de la izquierda está en resaltar las diferencias entre éste y Azaña, no como una oposición de concepciones de la República, sino como boicoteador y opositor a la República y sus ideales (que no es lo mismo).

Mantengo, pues, que desde la muerte de D. Miguel, no se le ha dejado hablar desde sus textos; al leer su importante obra escrita en cualquiera de sus géneros, no se le ha escuchado. Sino que estos han sido y siguen siendo leídos con las lentes de las diferentes tergiversaciones que cada uno “desde su bando” previamente ha mamado; claves interpretativas interesadas por las que el resto de lectores se dejan llevar, sin preocuparse por conocer de primera mano qué quiere decir D. Miguel en cada afirmación.

Un conocido articulista, que lleva tiempo pregonando la supuesta actitud veleta de D. Miguel, según él apoyándose en “La Razón” de su comportamiento, nos impele a “menos mitos y más historia sobre Unamuno”. Artículo al que desde aquí le responde, sugiriéndole que abandone las lentes de la tergiversación ideológica, y lea a Unamuno escuchándole.

Porque sus textos van de la mano de sus actos, y estos nacen de la oposición sin reservas ante quien pretende limitar las libertades del individuo y del ciudadano, ya sea el bilbaíno Arana, el mismísimo Rey, Primo de Rivera o Azaña y su diseño de República. Reto que solamente se consigue si se abandonan las orejeras ideológicas para leerle sin tergiversar, y de forma cronológica: escuchando así en cada renglón al propio Unamuno -que es quien lo escribe- rasgando el papel con su pluma.


Eugenio Luján PalmaFilósofo


jueves, 21 de diciembre de 2023

Papito o el arte de censurar

 

Censurar no es una acción que provenga del análisis detenido de unas circunstancias, hechos o de los más diversos acontecimientos, para su mejora.

Censurar no es fruto de una crítica constructiva: ni la busca ni la pretende.

Censurar es un acto violento, porque nace de quien se considera en posesión de la verdad, del bien y de las normas del decoro, y las impone.

Quienes censuran, viven por encima del concepto del bien y de mal de todos los demás, a quienes consideran equivocados en sus apreciaciones. Porque para estos, el resto de los ciudadanos debemos ser re-conducidos y guiados en nuestro actuar. Se han proclamado a sí mismos como los “papitos” de una sociedad infantilizada.

Sin embargo, no olvidemos que -entre otras aportaciones-, el siglo XVIII fue ya una lucha contra estos. Los ilustrados decidieron acabar con esa rancia actitud tan patriarcal, para dotar a todos los ciudadanos de libertad y autonomía en sus acciones. Una libertad y autonomía que hoy vuelve a ser tachada con bolígrafo rojo por parte de ediles de VOX y del PP, como ha ocurrido en el pueblo toledano de Quintanar de la Orden.

Lo “papitos”, al estar en la posesión de la verdad, del bien y de las normas del decoro, vigilantes ante la perversión en la que pueden caer sus ciudadanos por asistir a una obra de teatro (“Qué difícil es”), en la que sus actores se muestran en calzoncillos, deciden que “no es del gusto del público”, y por ello eliminarla con bolígrafo rojo de la programación cultural.  

Es curioso que en el siglo XVI se utilizase a “il Braghettone” para cubrir las pudendas partes de las figuras desnudas con las que Miguel Ángel decoró la Capilla Sixtina; y hoy, en pleno siglo XXI, ya ni siquiera sea aceptado su uso por otros también artistas.

Sin duda que un fantoche de casposa moralina trasnochada tiene cada vez más presencia en nuestra sociedad. Fantoche al que hay que parar desde la exigencia del máximo respeto a la libertad, enmarcada siempre en los límites en la que ésta confluye con la de los demás.

En el 2007 Miguel Bosé publicó su disco “Papito”, con éxitos como “Morena mía” y “Bambú”. Pues bien, el grupo de “Mojinos Escozíos” le respondió publicando ese mismo año: “Pa pito el mío”. Un tema que hoy, los que tenemos los “Mojinos Escozíos” de esta tropa de casposos “Papitos”, de fantoches censores, debemos reivindicar más que nunca.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

martes, 19 de diciembre de 2023

Entrevista para RADIO LA SISLA

 

Escanea el siguiente código QR y escucha la entrevista que me hicieron en la RADIO del IES LA SISLA, el 19 de diciembre del 2023.

 

                                 


 


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