Todos los hijos llevan el apellido de sus padres. Pero, a
veces, cuando el legado del padre desaparecido es apadrinado por otros tutores,
buscan cambiarle el apellido para mostrar su preeminencia, eliminando el rastro
de su progenitor natural. Sin embargo, el ADN es inapelable, y siguiendo su huella
se podrá siempre confirmar la auténtica paternidad de la prole. Esto ha
ocurrido con el concepto de sororidad.
Sororidad, como reivindicación de la libertad de todas y cada
una de las mujeres, independientemente de cualquier contingencia, para vivir y
expresarse en su vida como quieran.
Sororidad como relación intersubjetiva entre las mujeres, de
empatía y defensa de sentimientos, afectos, visiones e ideales comunes.
Sororidad como toma de conciencia de la alienación femenina
que supone la perpetuación de una sociedad que gira en torno a patrones
masculinos.
Sororidad como valoración y comprensión de lo que las otras
mujeres hacen, evitando el mimético esquema patriarcal de la fraternidad
masculina, basado en la mera competitividad.
Sororidad, porque elimina la tiranía del estereotipo impuesto
por una sociedad machista, al que se ven esclavizadas, tanto desde una
perspectiva física (en la búsqueda de unas proporciones imposible), o
psicológica (hundiéndose en el colapso mental que supone el creerse despreciada
y arrinconada).
Sororidad, concepto asumido hace ya décadas por los más
diversos movimientos feministas. Asentado en los discursos de defensa del
empoderamiento de la mujer y de lo femenino. Muy utilizado como alternativa a
las más variadas actitudes machistas y micromachistas que aún hoy, en esta
sociedad del siglo XXI, fomentan las desigualdades sociales. Pero que,
curiosamente, o se le atribuye una aparición espontánea más o menos reciente o,
por ejemplo, se adjudica su tutela a la activista
estadounidense Kate Millett, quien
lo utilizó en la década de los 60.
Sin embargo, su progenitor no fue otro que Miguel de Unamuno en la novela La tía
Tula de 1907. Publicada en 1920, es en su prólogo donde justifica la aplicación
del concepto de sororidad; una justificación que en nuestros días calcó la
fundación que cuida del adecuado uso del español (la Fundéu), para avalar su
adecuado uso.
Se trata de una novela corta, sin marco en la que
encuadrarla, nivola las bautizó Unamuno, donde se describe la actitud de su
protagonista Gertrudis, la tía Tula, como mujer comprometida con el uso de su
cuerpo y de sus emociones a su antojo; fuera de todo convencionalismo social
impuesto; dueña de su vida; solidaria con el comportamiento de las demás
mujeres de su entorno, como son su hermana Rosa o la criada Manuela.
Novela corta pero muy intensa, aunque incomprendida por gran
parte de los lectores. Como ejemplo citaré afirmaciones del prólogo del
escritor M. Hidalgo para una edición popular en 2001, sobre Gertrudis:
“celestina perentoria de los amores de su hermana Rosa con el joven Raimundo”;
“una olla a presión de sexualidad insatisfecha y urgente que se alivia con los
escapes de vapor de una espiritualidad”; “de sus tajantes convicciones
religiosas surge una Tula, por reparo moral ante el sexo y ante el consecuente
pecado de la carne, una honda misoginia, una androfobia, una aversión física al
hombre.”
Interpretación que nace de leerla desde una perspectiva
estrictamente varonil. Desde la que no se entiende que Gertrudis no quiera
mantener relaciones con su cuñado viudo de su hermana, mientras vive en su casa
y cuida de los hijos de ellos (sus sobrinos) como si fuese su madre; que
renuncie a quien la pretende y la quiere, solamente por cuidar de sus sobrinos;
o que acoja como un sobrino más -un hijo-, al ilegítimo que Raimundo tuvo con
la criada Manuela, y la comprenda.
Por eso, para entender a La tía Tula es necesario leerla con
las lentes de la sororidad: desde la reivindicación del mundo de lo femenino;
del empoderamiento de la mujer ante estereotipos estrictamente viriles; de la
necesidad de que cada mujer disfrute de sus sentimientos, de su cuerpo y de su
vida como lo decida libremente, empatizando con las problemáticas en las que se
resuelven las vidas de las otras.
Unamuno, como en otras muchas aportaciones, aquí no es hijo
de su tiempo: sino creador de tiempos nuevos, que debemos reivindicar.
Eugenio Luján Palma - Filósofo