Sufrir es padecer. Es sentir en las propias carnes los efectos de agentes, la mayoría de las veces externos, que contrarían nuestro bienestar y alteran la realidad en la que vivimos. Por eso, también existe una filosofía del sufrimiento: esa que nace del propio padecimiento. Un sufrimiento que puede ser soportado en primera persona, o revivido desde la más amplia distancia, por esa empatía que caracteriza a los mamíferos y especialmente al ser humano. De ahí nace la compasión, no entendida como “dar el pésame” al otro por sus afligimientos; sino por padecer con él, por vivir en mí su sufrimiento, aunque disfrute de un estado de confort donde ello ni siquiera fuera imaginable.
El brutal asalto de las fuerzas de seguridad del estado israelí sobre Palestina, ha puesto al descubierto el anquilosamiento perezoso del argumentario moral europeo para enjuiciar un acto tan vil. Y desde esta orilla del mediterráneo nos ha soliviantado el grito descalificador a nuestra tradición filosófica: “desengañados por ese falso sentido de universalidad” que aparentemente ha venido mostrando el pensamiento creado en Europa, tildándole de “depravación moral”, de “quiebra ética de la filosofía”, propia de un ya cada vez más indisimulable y caduco eurocentrismo.
Ni me flagelo ante las tesis de quienes así nos consideran, ni soy euroescéptico. Creo que estamos en un punto de no retorno donde los europeos debemos decidir qué y cómo queremos serlo. Del mercado común hemos pasado a la unión europea, pero de mercados. Y, el no profundizar en esos rasgos de tradición cultural y de civilización que nos unen, sino en remarcar cada vez más las idiosincrasias propias de cada país que nos separan, nos está llevando a recluirnos en unos angostos y decrépitos “cuarteles de invierno”, de dónde nadie parece aventurarse a salir, mientras el envejecimiento y la esclerosis intelectual se sigue apoderando de nosotros.
La filosofía del sufrimiento debe abrir nuevas vías de sentir y de expresar, de pensar y de enjuiciar críticamente. Sabemos que la historia de la humanidad es un sucesivo acontecer, que arrastra a su vez una cambiante interpretación de la realidad. Quizás hayamos llegado a uno de esos sucesos críticos, en el sentido tanto de causar perplejidad en el entorno como en el de analizarlo inquisitivamente, para desentrañar de él los nuevos senderos desde los que caminar hacia el futuro. Apenas marcadas veredas, hoy, que probablemente mañana se convertirán en los caminos que aventuren a abrirnos al ser y al sentir, al sufrir y al vivir, de esas otras comunidades que se viene considerando como el extrarradio de Europa.
En tanto que la filosofía es el cuestionarse la realidad desde el horizonte en el que uno se encuentra, la filosofía del sufrimiento (físico o empático) es también filosofía. Y hoy más que nunca, su imagen quizás sea esa que popularizó a Bertrand Russell: no como la antorcha que ilumina verdades (cuya llama se apaga consumiéndose a sí misma), sino como “la ambulancia que sigue la ruta de la lucha por la existencia”. ”. , y recoge a los débiles y heridos.” Esos que desde el sufrimiento apelan a buscar nuevos caminos de reflexión y de crítica, en los que la humanidad no sea una mísera parte, sino el auténtico todo.
Eugenio Luján Palma - Filósofo