Si el
origen de los homínidos (gorilas, chimpancés y humanos) está en África,
es cierto que una de sus subtribus, los homininos (en la que se sitúa a
los diferentes linajes del género homo), consiguieron instalarse en las
zonas más dispares del planeta.
No
pretendo aquí mostrar el relato del desarrollo de la evolución humana, pero sí
resaltar dos notas características. La primera, es que su desarrollo nunca fue
lineal, y menos ascendente. Se parece más a un gran árbol, donde sus ramas de
solapan, se entrecruzan, tienen grosores y formas distintas; de algunas ramas
surgen otras nuevas; en las que, salvo el tronco originario, ninguna es la más
importante, algunas llegan a sobresalir respecto de las otras, mientras otras
aparecen dañadas o secas.
La
segunda, que hemos llegado a ser lo que hoy somos, tras un larguísimo proceso
migratorio, donde se produjo una interacción constante entre los condicionantes
geofísicos, climáticos, biológicos y culturales.
Un
proceso migratorio que comenzó con la expansión desde bosques orientales del
este de África, a ocupar zonas del oriente próximo como el valle del Jordán, y
de ahí al sur del Cáucaso. Después aconteció una diversificación en esa
expansión, tomando dirección tanto hacia las tierras del este como a las del oeste:
alcanzando las zonas euroasiáticas más templadas.
Aspecto
geomorfológicos por una parte, como los accidentes geográficos (un ejemplo
fueron los Pirineos para el linaje del homo antecesor, cuya tecnología
solamente le permitió desarrollarse en las zonas cálidas del mediterráneo,
impedidos de avanzar al norte); las largas glaciaciones, los cambios geofísicos que fueron sufriendo lo que hoy denominamos continentes, … Y los cambios
físicos correspondientes al bagaje genético de cada linaje hominino, así como los
culturales (que también se acrecentaron en los millones de años de evolución de
manera diversa), provocó que unos se desarrollaran en zonas concretas, pero con
la imposibilidad de acceder a otras; el acomodo, después, de otros en aquellas
que se mantuvieron inaccesibles durante miles de años; la llegada de miembros
de nuevos linajes, que iban surgiendo evolutivamente, con más capacidad de
adaptación física y cultural, que desplazaron a los acomodados antes, o que
-por los propios impedimentos geofísicos y climáticos-, se vieron abocados a la
endogamia. Este cúmulo de circunstancias provocaron que la población de los hominini
fuera asentándose en las más diversas zonas del planeta.
¿Cuál o
cuáles fueron las causas de este gran movimiento migratorio que duró millones
de años? Durante mucho tiempo se pensó que eran migraciones forzadas. Hoy en
día se tiene la convicción científica de que lo motivaron simples deseos
de ampliar sus territorios de supervivencia, buscando zonas templadas
(al menos en esas épocas de la evolución). Deseos que venían motivados por la
aparición de cambios adaptativos físicos y culturales, que se lo
iban permitiendo.
Centrando
ahora la reflexión en el aspecto de la cultura, considero que esta es el
mayor ejemplo de logro conseguido desde la solidaridad y la colaboración,
en toda la historia de los homininos.
Algo que -por otra parte-, durante siglos se ha considerado
estrictamente humano, aunque hoy tengamos pruebas de la existencia de algunas
de sus características en el comportamiento de determinados animales.
Precisamente
la cultura, producto de un cerebro complejo, que irá asumiendo
progresivamente grados de complejidad a medida que aumenta la capacidad craneal
de los homininos, y la complejidad de sus áreas y redes neuronales, es a la que
se le considera -en interacción con determinados aspectos biológicos-, la
gran hacedora del ser humano actual: responsable de que la especie con menos
capacidades adaptativas, sea la que se ha impuesto en el planeta. La
evolución, por resumirlo rápidamente, nos dotó de un órgano privilegiado, el
cerebro complejo, desde el que hemos construido una realidad compleja: lo
social. Y cuya característica (volvemos de nuevo a esta idea de ser
carente), es la interrelación entre sus miembros. Y es desde esa
interacción -no se nos olvide- como brota la cultura.
Una creación decisiva, compuesta de elementos materiales e inmateriales, que se han trasmitido desde otras generaciones para ser utilizados por los miembros de la actual; y, desde esta, transferirlos de nuevo a las siguientes; donde su contenido a veces sigue perviviendo, en otras es eliminado en parte o totalmente, o quizá modificado e incluso incorporando nuevos elementos, en constante actualización.
Su gran contribución es la posibilidad de compartir habilidades, utensilios,
instrumentos, técnicas, ideas, conocimientos, … con otras generaciones -que
incluso ya han desaparecido o no están porque
aún no es su tiempo-, para sobrevivir mejor en nuestro hábitat. Y si la
cultura tiene su origen en el cerebro, y avanza con la complejidad que éste va
adquiriendo evolutivamente, esta conexión entre individuos concretos, ¿no es en
realidad “poner en red” cerebros de diferentes individuos que, ya no
solamente actúan dentro de un tiempo y espacio determinado, sino que les permite
conectarse con las más distanciadas generaciones del pasado o del incierto futuro?
El cerebro,
ese órgano que dirige todas las acciones y actuaciones de nuestro cuerpo, desde
el que interpretamos la realidad, con el que programamos a futuro lo que
pretendemos hacer, que nos permite comunicarnos en un lenguaje concreto (de
forma oral y escrita), y crear ideas y pensamientos, es un órgano social.
Su desarrollo depende del necesario contacto con los demás. Es una
característica que quizá se entienda mejor en sentido contrario: la peor
condena que se le puede hacer a un ser humano es el aislamiento: y de esto
tenemos pruebas de no hace muchos años, en prisiones militares, donde se
sometió a los supuestos terroristas a la pena del aislamiento sensorial.
Cuando,
a nivel tecnológico, ponemos en red en la oficina, en nuestro trabajo o en casa
diferentes computadoras (sean del tipo que sean) no estamos más que imitando a
la naturaleza. Porque, precisamente es ese “estar en red” con los demás,
con los otros cerebros, lo que permitió a los homininos el gran salto
evolutivo, su constante expansión y su consolidación como especie dominante.
Newton,
sin tener ni la más remota idea de la posibilidad de la evolución humana ni de
la complejidad del cerebro que a día de hoy sí tenemos, lo resumió en aquella
famosa frase: “Si he visto más, es poniéndome en hombros de gigantes”.
Con la que quiso ilustrar que, solamente teniendo en cuenta la aportación de
pensadores e investigadores anteriores (la cultura que constituye ese cerebro
social), pudo obtener esas conclusiones científicas a las que él llegó.
Una
prueba más de seres carentes que los humanos somos. Y de cómo
nuestra historia, a nivel cultural, ha sido la de ir convirtiendo en caminos,
carreteras y hasta autopistas hoy a nivel de conocimiento e ideas, lo que
antaño eran meras prospecciones y veredas; o de abandonarlas definitivamente,
por entender que quedaron caducas, para ir abriendo nuevas rutas de
pensamiento.
Un cerebro
social que, al interactuar con el cerebro biológico individual de
cada persona, ha provocado un proceso de retroalimentación. Porque, esta
interrelación, no solamente genera los elementos concretos que constituyen toda
cultura, sino que ha presionado al biológico para que este fuese
desarrollándose: sobre todo en su área prefrontal.
Así pues, miremos hacia dónde miremos a nivel humano, el otro tiene siempre un papel fundamental. Nosotros, cada persona, en tanto que ser concreto que somos, nos construimos individualmente desde los otros, en contacto constante con ellos.
Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0