[Publicado en junio de 2022 en la Revista Cultural del IES Garcilaso de la Vega de Villacañas (Toledo)]
Cuando nos acercamos a la
filosofía como disciplina académica, es frecuente que nos preguntemos qué
función tiene, de su importancia en la vida de cada uno de nosotros. Aceptamos
la necesidad de conocer la ciencia (en cualquiera de sus disciplinas), la
lengua, los idiomas, la educación física, pero cuesta entender para qué estudiar
filosofía.
Te invito a analizar un
suceso muy concreto. Imagínate que sales de casa camino del instituto, cargado
con tu chaqueta, la mochila, colocándote la mascarilla, mientras cierras la
puerta a la vez que compruebas las notificaciones del móvil. Sin levantar la
cabeza del teléfono, echas a andar bajándote de la acera al asfalto de la
calle. No has visto a una bicicleta que viene lanzada. Y, sin posibilidad de
esquivarte, choca contigo, desplazándote unos metros. Supón que ese golpe, que
te pilla de improviso, te hace perder el conocimiento. Inmediatamente quienes
han presenciado el accidente van a auxiliarte. Comienzan a intentar
espabilarte, y un vecino se presta a que te lleven al sofá de su salón para que
te recuperes, esperando que tranquilamente vuelvas en sí.
En el momento en el que
abras los ojos tras el golpe, y tu mirada esté dirigida al techo, ¿qué
preguntas inmediatas te harías? Por ejemplo, ¿te preguntarías por si hay mucha
o poca luz en el salón? ¿O por el estado en el que está la pintura? ¿O por la
posible mancha de humedad que parece dibujarse en una esquina? ¿Te interesarías
por lo limpia que está su lampara?, ¿o porque le faltase alguna bombilla?... O
más bien, las preguntas que se vendría a tus labios serían las de: “¿qué hago
aquí?”, “¿dónde estoy?”, “¿qué me ocurre?”
Pues bien, el primer tipo
de cuestiones serían las que se hace una persona desde los ojos de la ciencia:
buscando explicaciones concretas, soluciones inmediatas, a problemas cotidianos;
y las segundas, serían las que se hacen desde la perspectiva de la filosofía,
donde la persona se pregunta por el sentido de la realidad en la que vive.
El ejemplo que acabo de
mostrar no es mío, está inspirado en el de un ilustre catedrático de universidad de filosofía
ya desaparecido, aunque desde hace años lo utilizo siempre en mis sesiones
introductorias. Y me sirve para comprobar que la primera actitud de toda
persona ante los problemas que nos plantea la realidad, es siempre filosófica;
y solo en un segundo momento, esa preocupación se vuelve científica.
Esto no quiere decir que
la ciencia no sea importante, porque gracias a ella somos capaces de
comprender, explicar y anticipar los fenómenos naturales, para sacarles un
provecho, un beneficio o para que no perjudiquen a la existencia humana. Una
ciencia en la que hay que continuar profundizando: para intentar comprender aún
más y mejor los procesos naturales, y para seguir perfeccionando la puntera
tecnología de la que disfrutamos. Pero cuyo necesario desarrollo no agota el
interés de toda persona, que en cualquier momento de su existencia se va a
preguntar por el sentido de su vida y de la realidad en la que vive.
La civilización griega se
despliega en torno a la pregunta de por qué y cómo se desarrollan los seres
naturales. En la época medieval, la preocupación cambió a cómo debía darse la
relación entre un supuesto ser creador y su obra, las criaturas (sus creaturas).
Durante la época moderna, se cuestionaron por cómo acontece el auténtico
conocimiento humano, y -más adelante, en la ilustración- si las personas pueden
conseguir su libertad y autonomía moral. En el siglo XIX, aparecen las
preocupaciones sobre el individuo, el sujeto, en relación a la realidad y sociedad
en la que vive. La filosofía contemporánea se cuestiona hasta dónde el avance
tecnológico nos hace más libre y autónomos, o cómo deben desarrollarse las
relaciones sociales y los sistemas políticos para que en ellas las personas no
se vean sometidas a los más diversos intereses.
Interrogantes que no
buscan causas inmediatas que lo hayan provocado ni soluciones puntuales; sino
esa causa última de la que todo procede, ese sentido de totalidad que toda
persona indaga en la realidad para comprender su existencia. Y esto solamente
lo aborda la filosofía, y se pongan como se pongan las autoridades políticas
que diseñan los currículos académicos, la filosofía es una actitud tan natural
del ser humano ante la realidad, que nadie podrá nunca suprimirla. Mientras
haya personas, la visión filosófica será necesaria e imprescindible.
Eugenio Luján Palma - FILÓSOFO