miércoles, 20 de marzo de 2024

¿Por qué la filosofía?

 [Publicado en junio de 2022 en la Revista Cultural del IES Garcilaso de la Vega de Villacañas (Toledo)]


Cuando nos acercamos a la filosofía como disciplina académica, es frecuente que nos preguntemos qué función tiene, de su importancia en la vida de cada uno de nosotros. Aceptamos la necesidad de conocer la ciencia (en cualquiera de sus disciplinas), la lengua, los idiomas, la educación física, pero cuesta entender para qué estudiar filosofía.

Te invito a analizar un suceso muy concreto. Imagínate que sales de casa camino del instituto, cargado con tu chaqueta, la mochila, colocándote la mascarilla, mientras cierras la puerta a la vez que compruebas las notificaciones del móvil. Sin levantar la cabeza del teléfono, echas a andar bajándote de la acera al asfalto de la calle. No has visto a una bicicleta que viene lanzada. Y, sin posibilidad de esquivarte, choca contigo, desplazándote unos metros. Supón que ese golpe, que te pilla de improviso, te hace perder el conocimiento. Inmediatamente quienes han presenciado el accidente van a auxiliarte. Comienzan a intentar espabilarte, y un vecino se presta a que te lleven al sofá de su salón para que te recuperes, esperando que tranquilamente vuelvas en sí.

En el momento en el que abras los ojos tras el golpe, y tu mirada esté dirigida al techo, ¿qué preguntas inmediatas te harías? Por ejemplo, ¿te preguntarías por si hay mucha o poca luz en el salón? ¿O por el estado en el que está la pintura? ¿O por la posible mancha de humedad que parece dibujarse en una esquina? ¿Te interesarías por lo limpia que está su lampara?, ¿o porque le faltase alguna bombilla?... O más bien, las preguntas que se vendría a tus labios serían las de: “¿qué hago aquí?”, “¿dónde estoy?”, “¿qué me ocurre?”

Pues bien, el primer tipo de cuestiones serían las que se hace una persona desde los ojos de la ciencia: buscando explicaciones concretas, soluciones inmediatas, a problemas cotidianos; y las segundas, serían las que se hacen desde la perspectiva de la filosofía, donde la persona se pregunta por el sentido de la realidad en la que vive.

El ejemplo que acabo de mostrar no es mío, está inspirado en el de un ilustre catedrático de universidad de filosofía ya desaparecido, aunque desde hace años lo utilizo siempre en mis sesiones introductorias. Y me sirve para comprobar que la primera actitud de toda persona ante los problemas que nos plantea la realidad, es siempre filosófica; y solo en un segundo momento, esa preocupación se vuelve científica.

Esto no quiere decir que la ciencia no sea importante, porque gracias a ella somos capaces de comprender, explicar y anticipar los fenómenos naturales, para sacarles un provecho, un beneficio o para que no perjudiquen a la existencia humana. Una ciencia en la que hay que continuar profundizando: para intentar comprender aún más y mejor los procesos naturales, y para seguir perfeccionando la puntera tecnología de la que disfrutamos. Pero cuyo necesario desarrollo no agota el interés de toda persona, que en cualquier momento de su existencia se va a preguntar por el sentido de su vida y de la realidad en la que vive.

La civilización griega se despliega en torno a la pregunta de por qué y cómo se desarrollan los seres naturales. En la época medieval, la preocupación cambió a cómo debía darse la relación entre un supuesto ser creador y su obra, las criaturas (sus creaturas). Durante la época moderna, se cuestionaron por cómo acontece el auténtico conocimiento humano, y -más adelante, en la ilustración- si las personas pueden conseguir su libertad y autonomía moral. En el siglo XIX, aparecen las preocupaciones sobre el individuo, el sujeto, en relación a la realidad y sociedad en la que vive. La filosofía contemporánea se cuestiona hasta dónde el avance tecnológico nos hace más libre y autónomos, o cómo deben desarrollarse las relaciones sociales y los sistemas políticos para que en ellas las personas no se vean sometidas a los más diversos intereses.

Interrogantes que no buscan causas inmediatas que lo hayan provocado ni soluciones puntuales; sino esa causa última de la que todo procede, ese sentido de totalidad que toda persona indaga en la realidad para comprender su existencia. Y esto solamente lo aborda la filosofía, y se pongan como se pongan las autoridades políticas que diseñan los currículos académicos, la filosofía es una actitud tan natural del ser humano ante la realidad, que nadie podrá nunca suprimirla. Mientras haya personas, la visión filosófica será necesaria e imprescindible.

 

Eugenio Luján Palma - FILÓSOFO

martes, 19 de marzo de 2024

Zanjemos el mito de la motivación en el aula

 

[Publicado en prensa digital de Castilla La Mancha el 5 de noviembre de 2020.]

Confieso que me llevo muy bien con la soledad, de la que me acompaño en mis largos paseos diarios. Compañía con la que, mientras trabajo cierto tono físico y muscular, consigo organizar ideas y pensamientos. Da igual que sean senderos naturales y parajes campestres, que el molesto adoquinado o el irregular asfalto de una calle. El caso es estar siempre en movimiento, siempre caminando, tanto física como mentalmente.

Cuando estoy en Madrid, el paseo obligado es por el Retiro. Y allí es difícil no encontrarse con algunas de las esculturas del recio palentino y no menos adusto -como buen toledano adoptivo-, del olvidado Victorio Macho. No deja de sorprenderme cómo esculpió a Ramón y Cajal, de forma reclinada, con toga, en la tradición más clásica de la imagen de un maestro. De hecho, esa figura que observo mientras camino cerca y a paso rápido, evoca la de un sereno y sabio Sócrates en la Atenas clásica.

Una cualidad, la de la sabiduría, que sin duda une a ambos. Sin olvidarnos de que, como buenos maestros, ambos también dedicaron mucho de su esfuerzo a la enseñanza. Recuerdo -mientras voy circunvalando ese monumento a paso firme-, cómo el profesor Cajal se quejaba amargamente de tener que enfrentarse con esos estudiantes de medicina que, ocupando la parte más alta del aula magna, no paraban de hablar y de fumar, interrumpiendo constantemente su meticuloso magisterio. Les reprochaba esa falta de interés, y la necesidad del silencio y de la atención para que la clase fuese aprovechada por quienes sí estaban interesados: invitándoles a abandonar el aula.

Se trata de una falta de interés por aprender que, a día de hoy, se extiende en las aulas de los institutos a cada vez más alumnos y en todos sus niveles. Son muchos los psicólogos de gabinete y los psicopedagogos de despacho que apuntan, como su auténtica causa, a las deficiencias formativas en técnicas de motivación de las que supuestamente carece el profesorado. Diagnóstico que considero acertado en una proporción bastante pequeña de casos.

La motivación es consecuencia de una emoción que se despierta en nosotros, y que nos incita a realizar o mantener una conducta. De ahí que la motivación tenga una vertiente intrínseca e interna, que tiene que ver con la emoción con la que afronto esa situación; y otra extrínseca o externa, que se relaciona con la emoción que me despierta dicha circunstancia. En las clases del profesor Ramón y Cajal, los alumnos deberían estar motivados intrínsecamente por poder recibir clases de un Premio Nobel de Medicina, con una capacidad especial para el dibujo, con la que conseguía hacer cercana y visual la histología. Pero ellos se desentendían de la clase, porque no encontraban esa emoción dentro de sí, porque no se daba la motivación intrínseca. De tal manera que, aunque el mismísimo Ramón y Cajal hubiese acudido a clase desplegando las más variadas y modernas técnicas motivaciones que podamos pensar (las extrínsecas), quienes careciesen de aquella otra motivación intrínseca, seguirían descolgados de sus clases: aunque su profesor fuese un mismísimo Premio Nobel.

Muchos de mis alumnos acuden varios días de la semana a entrenar, donde físicamente se esfuerzan al máximo. Su motivación es que cuenten con ellos para jugar el próximo partido. Pero, a pesar de tal esfuerzo, su entrenador no siempre lo hace: y sin embargo ellos siguen acudiendo al entrenamiento, esforzándose. Porque la motivación principal es la que nace de una emoción interna, es la intrínseca. Da igual que se cambie de entrenador, o qué piense o qué diga: porque el motivo de esa persona para acudir a entrenar y esforzarse -aunque no sepa si contará con ella- es el de querer demostrarle que el puesto de jugador es suyo.

Derrumbemos de una vez ese mito de la motivación en el aula entendida de manera unilateral, cargando la culpa en la actitud del profesor (motivación externa). Porque esa es la manera de tapar un profundo problema social: la desidia que estamos sembrando en nuestros jóvenes frente al esfuerzo por saber y aprender. Un profesor es un entrenador del intelecto, y el alumno debe acudir al aula con la motivación intrínseca de querer esforzarse a diario por aprender cada día.

 Eugenio Luján Palma - FILÓSOFO


Respuesta al artículo “El falso enfrentamiento entre Unamuno y Milán-Astray” de Jorge Vilches, publicado en La Razón (23-07-2019)

 [Este texto es una Carta enviada al Director de La Razón, en respuesta al artículo publicado por Jorge Vilches en dicha fecha en ese periódico. Carta que nunca vio la luz.]

Sr. Director de La Razón.

Quiero señalar errores de concepto en los que se cimienta el articulo “El falso enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray”, publicado aquí por el sr. Jorge Vilches. 

Básicamente todo él se estructura en dos ideas que pretendo rebatir.

La primera, en una interpretación trasnochada y mal intencionada sobre el pensamiento de Miguel de Unamuno.

Por muy grande que hayan sido sus aportaciones, la manera de dinamitar a un gran pensador es tildándolo de "incoherente" y "correveidile" intelectual. Algo de lo que se encargó la dictadura franquista de airear y resaltar en su obra; de continuar, después, propagándolo otros, sin detenerse a analizarla sincrónica ni cronológicamente; hasta conseguir hoy el mantenerle casi como nota a pie de página en los actuales programas educativos.

Solamente doy una cita: "Cada cual libre en su esfera, libre de asociarse y de dejar la asociación, libre para pactar y libre para romper el pacto, únicamente no es libre para atacar la libertad ajena; luchen las libertades en el contrato, no las voluntades en la fuerza; al vencimiento, que es el sucumbir de la libertad, sustituya el convencimiento, que es el sucumbir de la voluntad ". ¿No se puede resumir esta afirmación en un escueto "venceréis, pero no convenceréis"?

Pues bien: se trata de una cita de la Conferencia de Unamuno El derecho y la fuerza, que nunca dictó pero que redactó entre finales de 1886 y principios del 1887. Si D. Miguel escribe y argumenta ideas con 22 años, que luego mantiene con 72, ¿dónde está el Unamuno contradictorio? Quizá sus contradicciones sean malas interpretaciones y falta de auténtico conocimiento de su obra.

La otra idea que el sr. Vilches desarrolla, y que quiero rebatir, es que en ese acto del Día de la Raza del 12 de octubre de 1936 no hubo enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray. Se trata ésta de una afirmación con la que se pretende hoy blanquear la actitud y el comportamiento del General. Un argumento que podemos observar cómo está proliferando en medios afines. Pero, de haber sido realmente así, de no haber tenido lugar ningún enfrentamiento en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, Unamuno no habría apelado a la inteligencia ni a su condición de vasco (o de catalán del cardenal Plá y Deniel presente en ese Acto). Es más: no se le habría cesado como Rector, ni se le habría puesto en la puerta de su casa a un vigilante "simulando" así un encierro domiciliario (vigilante que le perseguía allá donde Unamuno iba, y que lo que despertaba en él era pena y compasión).

Respecto a su relación con Sabino Arana (con el que marcó distancias ya con apenas veinte años), y del problema del cristianismo, hablaré en otro momento.


Eugenio Luján Palma - Filósofo


miércoles, 28 de febrero de 2024

…y Unamuno, a título póstumo, con-venció


Nunca deberíamos confundir la historia con la memoria. Se puede alegar que la historia no es más que el proceso académico por el que se le confiere objetividad a ese otro más bien subjetivo: el de la memoria.

Pero, no me refiero a la memoria en tanto que proceso individual, sino a la memoria colectiva. A esa, encargada de transmitir sucesivamente a las nuevas generaciones, el legado cultural atesorado por las anteriores. Legado con el que se pretende que, quienes lo reciban, puedan utilizarlo como referente en la incesante construcción de una sociedad más adecuada, incluso acrecentarlo. No olvidemos que es precisamente este proceso de transmisión de costumbres, técnicas, valores e ideas, el que ha permitido a nuestra especie perpetuarse e imponerse a un entorno inhóspito.

Por otra parte, la historia, justamente por ser academicista, siempre es argumentada desde el contexto en el que vive anclado el historiador. Los relatos que a lo largo de las diferentes civilizaciones se han transmitido, son siempre la historia de los vencedores. La visión desde una particular e interesada orilla con la que se ha seleccionado e interpretado el fluir de los acontecimientos.

Además, los estados tienden a imponer como legado un relato cerrado antes que una memoria abierta. Cuanto más totalitario sea el Estado, más cerrados y estructurados son sus relatos. Pretenden así dotarle de una supuesta legitimidad, y desvirtuar y hasta ocultar aquella memoria colectiva. El propio Miguel de Unamuno ha sido objeto de tan cruel proceso.

El relato que idearon sobre su vida, obra y pensamiento, le convirtió en una momia preparada para apuntalar aspectos concretos que interesaban al nacional-catolicismo imperante. Consiguieron, así, presentarle como uno más de los suyos. Díscolo, pero de los suyos. Tan atada y bien atada ha estado esa momia desde entonces; tan hilvanadas sus presuntas ideas fundantes, que consiguieron que dicho relato momificado se impusiera a la memoria colectiva. Y así nos lo dejaron en herencia.

Sin embargo, con el reconocimiento público que supone el nombramiento como Doctor Honoris Causa por su Universidad el próximo 6 de marzo, resaltando su indiscutible aportación al mundo de la intelectualidad y de la docencia, nuestra sociedad le desnuda de las andrajosas vendas que le momificaron, para mostrarle vencedor ante las manipulaciones y tergiversaciones que le maniataban.

Pero, no solamente la sociedad ha comenzado ya a considerarle como vencedor; sino que, con la relectura de su obra, está también logrando convencer (condición que fue mucho más importante para él).

Si desentrañamos uno de los pilares fundamentales de su pensamiento, como es el binomio “recuerdos y esperanzas”, se nos muestran dos motivos que lo confirman.

El primero, tiene que ver con el papel de eslabón con la tradición más remota de la cultura española que se le reconoce a la obra de Don Miguel. Uno de esos múltiples eslabones con el pasado que, por cierto, la dictadura franquista cercenó a todos los niveles, para poder inventarse otra tradición, interesada y diferente. Dos conceptos que, tras su desacralización, él toma de nuestra mística, pero cuyas raíces proceden de los textos del filósofo de Tagaste. Con lo que, Unamuno y su obra, pasan así hoy a formar parte también del contenido de ese legado que atesora y transmite nuestra memoria colectiva.

En segundo lugar, porque tal binomio encierra una de las ideas fuerza de su pensamiento: el concepto de memoria interpretada como recuerdo. Con él señala al referido legado cultural que recibimos de generaciones pasadas, que nos sirve de apoyo para trabajar en el hoy, pero siempre con vistas a conseguir materializar los valores e ideales de una sociedad más humana, en el mañana. De ahí sus versos “con recuerdos de esperanzas / y esperanzas de recuerdos”.

La memoria o el recuerdo en Unamuno, vínculo de unión con nuestro pasado, está preñado siempre de esperanzas. Pero no de una espera pasiva, improductiva. Sino de esa otra, de esa ansiada espera que nace del trabajo denodado en el hoy, para que la esperanza (lo esperado, lo deseado, lo ideal soñado por las generaciones pasadas, y por la nuestra), se materialice en el mañana más inmediato.

 

Eugenio Luján Palma – Filósofo

viernes, 23 de febrero de 2024

«Tomando un vino, daría las gracias a Unamuno por su valentía al defender la libertad del individuo»

 

[Entrevista realizada por el periodista Manuel Moreno para ABC Toledo, el 23 de febrero de 2024]


Si pudiera tomarse un vino con Unamuno, ¿qué le diría?

-Tendría el coraje de mirarle a los ojos y le daría las gracias por su valentía al haber sabido defender algo que deberíamos llevar todos en nuestro espíritu: la libertad del individuo. Esto es, en definitiva, lo que nos une y lo que nos permite estar en una sociedad donde cada uno pueda tener sus intereses y luchar por sus ideales.

Detrás de estas palabras se encuentra Eugenio Luján Palma, doctor en Filosofía y profesor en el IES La Sisla de la localidad toledana Sonseca. Es además especialista e investigador de la obra de Miguel de Unamuno, «pero no me considero un friqui de él», aclara.

«Sería una petulancia decir que he leído todo de Unamuno, porque salen cartas de este hombre cuando levantas una piedra -admite-. Pero sí lo he leído de manera evolutiva y he sido capaz de ver cómo nacen los conceptos en él y cómo se iban generando unos en otros».

Con ese bagaje, está asesorando a Pablo de Unamuno, nieto del ilustre escritor y filósofo, en la elaboración del discurso que leerá en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 6 de marzo. Contactó con Eugenio porque Pablo ejercerá de padrino en el acto en el que su abuelo será nombrado doctor honoris causa de la magna institución, de la que don Miguel fue rector en tres periodos. «Ha sido el intelectual más importante en España a nivel internacional», suelta Luján sin despeinarse.

También está colaborando con la Casa Museo de Unamuno en Salamanca. Porque Eugenio conoce al dedillo su vida intelectual y ha viajado a la ciudad charra para intervenir en el vídeo conmemorativo, realizado con textos del filósofo bilbaíno. «Es un orgullo para mí», afirma el profesor, quien ya ha recibido la invitación para asistir al acto del 6 de marzo.

«Unamuno no está en el programa de los alumnos que preparo para la EvAU»

Luján afirma rotundo que se han dicho muchas mentiras del pensador bilbaíno. «Por ejemplo, cuando se habla de su egocentrismo y de que quería ser inmortal, ser el hombre eterno en la sociedad. ¡Vamos a ver...!», dice como si se remangase. «¿Alguien quiere morirse? Pregunto. Todos queremos ser inmortales y Unamuno quería decir que hay que ser inmortal en las obras, en darse a los demás, en ofrecernos en nuestro trabajo. Y de esa forma permanecer eternos. Porque la eternidad de uno no deja de ser la memoria», expone Eugenio, que enlaza ideas: «De ahí viene la imagen y el concepto que él toma de Cristo. Porque para él Cristo no es el hijo de Dios, es el hijo del hombre. Es el hombre perfecto, el que se entrega a los demás, da todo por los demás y vive luego en los demás. Esta es la imagen que propone para el ser humano, que debe ser alguien que se vierta en sus obras a los otros y de esa manera conseguir la eternidad».

Eugenio se rompería la cara por Unamuno, de quien recibió el flechazo gracias a un catedrático, Diego Sánchez Meca. Sería 1995 o así. «Le presenté un proyecto de investigación para mi tesis doctoral que a él no le convenció. Y me propuso investigar la confluencia de Unamuno con Ortega [y Gasset]», empieza a relatar. «Como los filósofos somos así -continúa-, pues me empapé muy bien de quién era Unamuno. Y me di cuenta de que había muchas lagunas en la interpretación de su pensamiento y que lo que se contaba de él no era de Unamuno». Aprobó la tesis doctoral con sobresaliente cum laude por unanimidad del tribunal y don Miguel le entró en vena a Luján.

Siguiente pregunta. «Vamos a ver..., cómo te lo digo», se vuelve a remangar para contestar. «Unamuno es el ejemplo de persona que ha dedicado toda su vida a defender las libertades del individuo, y de ahí todos los conflictos que tuvo. Una vez que descubre el liberalismo con 20 años, no se mueve de ahí. Todo su afán fue siempre la defensa de las libertades el individuo, y eso es intocable», subraya.

«Porque su problema», hila, «es que no define y usa un lenguaje muy metafórico». «Por eso la gente corta y pega lo que le interesa cuando habla de él. ¡Claro que dijo! pero dónde, cómo, con qué influencia, en qué contexto... Y es eso lo que creo que he sido capaz de ver», sintetiza el profesor, que estudió Filosofía y Ciencias de la Educación.


Eugenio Luján con Pablo de Unamuno, a la izquierda, en la grabación del vídeo conmemorativo por el nombramiento de su abuelo como doctor honoris causa

Asevera también que han mal utilizado a Unamuno. «Lo que sabemos de él fue lo que nos vendió el nacionalcatolicismo. Digamos que en la época franquista se dibujó una momia de Unamuno y es la que se sigue vendiendo todavía y explicando en los institutos», denuncia.

Pone ejemplos de antes y de ahora. «En Filosofía yo no estudié a Unamuno y en Castilla-La Mancha no se estudia a Unamuno como pensador español. Es filósofo, pero no entra en el temario. ¡Es una cosa alucinante! Sólo se le cita en el tema de la Generación del 98, el noventayochismo». Y ya que ha roto en tablas, como los toros con casta, Eugenio sigue en la cresta de la ola: «Unamuno no está en el programa de los alumnos que preparo para la EvAU. En mi instituto, como sucede en toda Castilla-La Mancha, sí se habla de Ortega [y Gasset], pero a Unamuno ni se le nombra».

«Unamuno ha sido el intelectual más importante en España a nivel internacional»

No se deja en el tintero el destierro del pensador vasco, cuando lo llevaron «al ostracismo». «Estuvo más de cien días y luego se exilió, cinco años. Durante el destierro, a Primo de Rivera y a Alfonso XIII se les echó toda la Europa cultural y tuvieron que dar marcha atrás porque no equilibraron el desajuste que habían causado», afirma Luján. «¡Fíjate el pulso que echó Unamuno, que dijo que él no volvía hasta que ellos no se fueran! Y se cruzaron en el camino. Él regresaba del destierro envuelto en la bandera de la libertad con la República y ellos salían desterrados: Primo de Rivera, a París, y Alfonso XIII, a Roma», relata Eugenio.

 

Cuando se le pregunta por una frase célebre de Unamuno, Luján se queda con ésta: «Con madera de recuerdos armamos las esperanzas». Dice que es la que más le representa. Por dos motivos: por ser conceptos esenciales en su obra y por ser el enganche de su pensamiento con la tradición filosófica española. «Recuerdos, o memoria, y esperanzas son conceptos entresacados de la mística, pero desacralizados para su uso filosófico», ilustra.

A estas alturas del texto, no habrá dudas de que Unamuno es un personaje presente en la familia de Eugenio. Sus hijas, desde niñas, escucharon a su padre hablar del pensador bilbaíno. Y Luján recuerda la conversación «bastante interesante» en casa, «exponiendo nuestras ideas unos y otros», después de ir todos juntos a ver la película de Amenábar sobre la figura de don Miguel, 'Mientras dure la guerra'.

-¿Qué pensaría Unamuno ahora?

-No se casaría con nadie, como hacía entonces. La famosa disputa con Azaña, por la que los progresistas o gente del PSOE no le han perdonado todavía, fue porque la República que Azaña estaba diseñando cortaba las libertades. Cuando se crea la Ley de Defensa de la República, se dice que quien vaya en contra será sancionado. Imagínate esa situación en la actualidad, cuando la política se hace desde la partitocracia en el Parlamento.

Como Luján no deja de cohesionar términos e ideas durante la conversación, menciona que el 8 de marzo será el Día Internacional de las Mujeres. «Es curioso porque las calles de España se van a llenar con una palabra, sororidad, que significa la solidaridad entre mujeres para su desarrollo en esta sociedad dominada por valores masculinos. Sororidad es una palabra inventada por Unamuno, publicada en el prólogo de su novela 'La tía Tula', de 1921», recuerda el investigador. «De esta manera, dos días más tarde de ser nombrado doctor honoris causa, será revivido por cientos de miles de personas en las calles de este país, donde van a utilizar su concepto para reclamar la igualdad. Ahí tenemos, pues, un ejemplo concreto de la inmortalidad, de la eternidad, que don Miguel pregonaba», remacha don Eugenio.



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sábado, 10 de febrero de 2024

Unamuno: jaque al Rey, y a Primo

 

Se cumplen 100 años del destierro primero, y del exilio después, de Miguel de Unamuno. Un acto de autoritarismo bravío por parte de las más altas autoridades del Estado, cuyas consecuencias no calibraron. Paradójicamente, al correr de unos años, el exiliado retornará reconocido, trayendo la libertad como bandera; casi a la vez que sus des-terradores ponían tierra por medio hacia el ostracismo.

El 20 de febrero de 1924, al caer la tarde en Salamanca, el Gobernador Civil comunica la orden de destierro a Unamuno, para que salga lo antes posible camino de Madrid, y de ahí a Sevilla y Cádiz, hasta llegar a Fuerteventura el 10 de marzo.

Sus vivencias del destierro y del exilio pueden encontrarse, con mayor o menor detalle, en sus muy diversas biografías. Pero hoy quiero señalar el auténtico suceso detonante de esta medida tan extrema. Y con ello, desvelar una muestra más de esa unidad de acción y de pensamiento que Unamuno mantuvo a lo largo de su vida, y que durante demasiadas décadas se nos ha ocultado impúdicamente.

Un destierro cuya justificación anunciaba El Sol al día siguiente: “El señor Unamuno no solo no ha cumplido con sus deberes de ciudadano, sino que fue su vida una rebelión continuada a la ley”. La publicación de unos artículos en la prensa argentina entre noviembre del 1923 y la española entre enero y febrero del 1924, fue la causa inmediata. En ellos arremetía con dureza contra el régimen de coacción que en ese momento era la Monarquía y el Directorio de Primo, quienes censuraban enérgicamente toda acción (o dicción) que fuese crítica con ellos.

En las publicaciones diarias de Unamuno desde 1917, las descalificaciones sobre las prepotentes y altaneras formas con las que gobernaban, fueron cada año subiendo en intensidad. Tan machacón e incisivo fue en publicitar sus críticas, que en 1921 los Tribunales le condenaron a 16 años de cárcel y dos días, por injurias al Rey. Una condena que el gobierno no se atrevió a ejecutar; sin embargo, no dudaron en firmar su destierro en 1924.

Este espíritu crítico de Unamuno, que actúa sin sujeción ni a ideología o partido alguno, ni dependiente del beneplácito de nadie -salvo de su propia conciencia liberal-, con capacidad de crear opinión en los ciudadanos que le leen, se convirtió en peligroso para la Palatina Dictadura de Primo. Algo que Unamuno ya dedujo por la propia condena citada.

Tan peligroso, que intentaron desactivarle con una audiencia en Palacio. Pero no como aquella que pidió en 1915, a petición del monarca con el que coincidió en Guernica (“Venga ud a verme y hablaremos”), y de la que nunca recibió una respuesta. Ahora, en 1922, el interés venía del propio Alfonso XIII: al que ya Unamuno abiertamente ponía en entredicho su legitimidad e incluso su capacidad para ser Rey. Un interés tan ansiado, que desde Palacio consiguieron que Unamuno contactase con el presidente del Consejo de Ministros, para transmitirle la necesidad de realizarla ahora. Tanto empeño había, que incluso se le toleró que incumpliese doblemente el protocolo: no respetó la vestimenta de etiqueta establecida, y llegó una hora más tarde, haciendo esperar al mismísimo Rey.  

Tras una conversación de dos horas, entre otros temas le aclaró que jamás aceptaría un indulto desde el Gobierno sobre su condena de 16 años y dos días de prisión, porque “las condenas se debieron a presiones sobre los Tribunales, a fin de que me condenaran “para” ser indultado.” Y, además, le expuso que “no se ha liquidado todavía lo injusto e ilegal de la represión del verano de 1917”. Audiencia que resumió así a su hijo Fernando: “Ir a palacio a no someterse y hasta hablar cara a cara y de igual a igual con el rey -y con Romanones de notario- parece cosa de cuento bárbaro”. Y con las mismas se marchó de palacio, y continuó criticando en prensa la actitud absolutista y tiránica del Directorio de Primo, con el beneplácito de Alfonso XIII.

Pero, ¿qué graves hechos desencadenaron aquel juicio con condena de prisión como sentencia, convertida luego en destierro? Algo tan propio de él como la defensa a ultranza de las libertades individuales de todos los ciudadanos. Tras la crisis de 1917, en el Gobierno de Eduardo Dato, se suprimieron las libertades de políticos y sindicalistas de izquierda que avalaron y promovieron la huelga general de ese año, metiéndoles en la cárcel: entre ellos, a Julián Besteiro, Largo Caballero, Andrés Saborit y Daniel Anguiano. De ahí su impecable artículo contra el monarca de 16 de noviembre de 1917: “Si yo fuese Rey” (“¿De cuándo acá es delito tatar de cambiar el Régimen por procedimientos pacíficos? ¿Es delito acaso votar y recomendar que se vote a republicanos?”) A los que continuaron otros en los años sucesivos, donde la crítica era más afilada y contundente.

Por tanto, el auténtico y prístino detonante del destierro de Miguel de Unamuno no fue otro que el pronunciarse en defensa de a quienes les cercenaron sus libertades individuales, solamente por ejercer sus derechos como ciudadano, señalando durante años con nombre y apellidos (y motes) a sus causantes. Poniendo así en jaque, antes y durante su exilio, al mismísimo Alfonso XIII, en comparsa con Primo.

 

Eugenio Luján Palma - Filósofo

miércoles, 31 de enero de 2024

Filosofía del sufrimiento como alternativa

Sufrir es padecer. Es sentir en las propias carnes los efectos de agentes, la mayoría de las veces externos, que contrarían nuestro bienestar y alteran la realidad en la que  vivimos. Por eso, también existe una filosofía del sufrimiento: esa que nace del propio padecimiento. Un sufrimiento que puede ser soportado en primera persona, o revivido desde la más amplia distancia, por esa empatía que caracteriza a los mamíferos y especialmente al ser humano. De ahí nace la compasión, no entendida como “dar el pésame” al otro por sus afligimientos; sino por padecer con él, por vivir en mí su sufrimiento, aunque disfrute de un estado de confort donde ello ni siquiera fuera imaginable.

El brutal asalto de las fuerzas de seguridad del estado israelí sobre Palestina, ha puesto al descubierto el anquilosamiento perezoso del argumentario moral europeo para enjuiciar un acto tan vil. Y desde esta orilla del mediterráneo nos ha soliviantado el grito descalificador a nuestra tradición filosófica: “desengañados por ese falso sentido de universalidad” que aparentemente ha venido mostrando el pensamiento creado en Europa, tildándole de “depravación moral”, de “quiebra ética de la filosofía”, propia de un ya cada vez más indisimulable y caduco eurocentrismo.

Ni me flagelo ante las tesis de quienes así nos consideran, ni soy euroescéptico. Creo que estamos en un punto de no retorno donde los europeos debemos decidir qué y cómo queremos serlo. Del mercado común hemos pasado a la unión europea, pero de mercados. Y, el no profundizar en esos rasgos de tradición cultural y de civilización que nos unen, sino en remarcar cada vez más las idiosincrasias propias de cada país que nos separan, nos está llevando a recluirnos en unos angostos y decrépitos “cuarteles de invierno”, de dónde nadie parece aventurarse a salir, mientras el envejecimiento y la esclerosis intelectual se sigue apoderando de nosotros.

La filosofía del sufrimiento debe abrir nuevas vías de sentir y de expresar, de pensar y de enjuiciar críticamente. Sabemos que la historia de la humanidad es un sucesivo acontecer, que arrastra a su vez una cambiante interpretación de la realidad. Quizás hayamos llegado a uno de esos sucesos críticos, en el sentido tanto de causar perplejidad en el entorno como en el de analizarlo inquisitivamente, para desentrañar de él los nuevos senderos desde los que caminar hacia el futuro. Apenas marcadas veredas, hoy, que probablemente mañana se convertirán en los caminos que aventuren a abrirnos al ser y al sentir, al sufrir y al vivir, de esas otras comunidades que se viene considerando como el extrarradio de Europa.

En tanto que la filosofía es el cuestionarse la realidad desde el horizonte en el que uno se encuentra, la filosofía del sufrimiento (físico o empático) es también filosofía. Y hoy más que nunca, su imagen quizás sea esa que popularizó a Bertrand Russell: no como la antorcha que ilumina verdades (cuya llama se apaga consumiéndose a sí misma), sino como “la ambulancia que sigue la ruta de la lucha por la existencia”. ”. , y recoge a los débiles y heridos.” Esos que desde el sufrimiento apelan a buscar nuevos caminos de reflexión y de crítica, en los que la humanidad no sea una mísera parte, sino el auténtico todo.

 Eugenio Luján Palma - Filósofo

EL RETO - 10. El cruel septuagenario siglo XX (y2)

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