Dentro
del horizonte hermenéutico de la filosofía griega, el concepto de logos (λόγοs) es
fundamental. Pero si, dentro de ella, nos referimos al pensamiento de Aristóteles,
su importancia se acrecienta. Porque es, precisamente, en torno al logos
(λόγοs) donde
desarrolla su teoría psicológica, sobre cómo está constituido el
ser humano (enlazada con la teoría hilemórfica); su ética,
donde nos explica cómo comportarse moralmente en convivencia con los demás; y
su teoría social (su política) como ese ámbito en el que el
ser humano se constituye en persona. De ahí que el logos (λόγοs) en su obra filosófica se erija como uno de
los conceptos más importantes, sin cuya adecuada comprensión se hace muy
difícil entenderla como un todo.
Sabemos
que la traducción al castellano depende del contexto, variando entre palabra,
diálogo o razón, pensamiento. Sin embargo,
siguiendo la sabiduría popular, el dicho de “traduttore, traditore” (traductor,
traidor) también se cumple cuando se quiere volcar su significado a
nuestra lengua. Situémonos, por ejemplo, en el transcendental texto del
capítulo 2º del libro 1º de la Política, donde afirma
contundentemente que: “El hombre, es por naturaleza, un animal político”.
La explicación que proporciona Aristóteles es que: “Sólo el hombre, entre
los animales, posee la palabra.” Estos disponen de voz (foné), “una
indicación del dolor y del placer; por eso la tienen también los otros
animales. (Ya que su naturaleza ha alcanzado hasta tener sensación del dolor y
del placer e indicarse estas sensaciones unos a otros). En cambio, la palabra
existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo
injusto.”[1]
¿Qué le ocurre al lenguaje humano para
transcender al del animal y así ponderar, calibrar, el tipo de acción realizada
por un sujeto cualquiera? ¿Cómo la palabra, en apenas dos renglones, deja de
ser una mera trasmisión de emociones, para convertirse en trasmisora del grado
de valor de una acción, propia o ajena? Aquí es donde se muestra en su
esplendor el fantástico término griego logos (λόγοs), que en este uso filosófico ni es solo
razón ni es solo palabra. ¿Qué sentido tiene decir que, como tenemos
palabra, podemos discernir entre el bien y el mal? ¿O mantener que, por tener
lenguaje el ser humano es un ser moral? Hay algo que se escapa a ese paso de la
foné al logos en estas traducciones, pero que aparece incorporado
en el propio concepto heleno.
Cuando los filósofos del pensamiento griego
utilizaban el concepto logos (λόγοs), lo hacían uniendo en él la función de la
palabra y la de la razón; la labor del pensamiento en tanto que reflexión
y su capacidad de ser transmitido a través del lenguaje. Ese es su
universo simbólico esencial, que se traiciona cuando es traducido
simplemente por una de esas dos funciones: palabra o razón. Desde
siglos, al elegir entre una u otra, se le ha capado de su completa
significación, evidentemente provocado por la imposibilidad que supone una
traducción literal de un idioma a cualquier otro. Por eso, hay que reivindicar
la complejidad de su sentido, único camino desde el que desvelar el entramado
filosófico que Aristóteles urde en torno a su significado.
Con logos (λόγοs) los griegos en general y Aristóteles
en particular, hacen referencia más bien a una palabra razonada, a
una razón dialogada. Algo imposible de traducir con un solo
concepto, incorporando todo su sentido en nuestro idioma. La diferencia de las palabras
(lenguaje humano) y la voz (lenguaje animal), es la capacidad que aquellas
tienen de simbolización, de conceptualización, permitiendo una separación de la
realidad, una abstracción del factum concreto, para reflexionar y
razonar sobre ese hecho puntual, desde la universalidad. Y, a su vez, el pensamiento
o la reflexión que se lleva a cabo desde la razón, posee la característica de
poder ser transmitido en un lenguaje lógico-abstracto, comprensible y accesible
por los demás miembros de la comunidad. Solamente teniendo presente la doble
cara del logos (λόγοs) que
interactúa mutuamente, se desvela a los ojos del lector la importancia de este
concepto en la obra de Aristóteles: sobre el que pivota, como he
adelantado, cuatro de sus grandes teorías, como son la psicológica, la hilemórfica,
la ética y la política.
Recordemos
que, en sus diferentes obras, nos describe a un ser humano compuesto de cuerpo
y alma, donde el alma (que más tarde se reducirá al entendimiento agente:
lugar en el que se generan las palabras y los juicios) tiene como función
principal la racionalidad, la reflexión y la palabra: el logos. Al
ser este la característica propia del ser humano, es lo que constituye su forma
sustancial y hacia la que debe tender en su realización como individuo. Una
actualización que solamente pueda darse en sociedad, porque junto a los
demás se genera el tiempo libre necesario para dedicarse al desarrollo de ese logos:
la reflexión, la racionalidad y el lenguaje. Y que le va a permitir una
convivencia adecuada, aplicándolo al desarrollo de las virtudes (sobre
todo las dianoéticas), así como a la teoría del justo medio: desde la
racionalidad (logos) el ser humano evalúa y valora la acción
correcta, detectando ese medio áureo entre dos vicios, que es siempre
considerada como la acción correcta.
Espero
que, tras esta reflexión, adquiera sentido pleno el texto citado. La diferencia
entre la voz en los animales y el logos, es que la palabra
permite la transmisión de un pensamiento, de una decisión evaluada y ponderada
desde la razón, que se comparte con los otros: “la palabra razonada / la razón dialogada
[logos]
existe
para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y
esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo
exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás
apreciaciones”.
Además,
en este texto, al comentar la diferencia de la foné y el logos, Aristóteles
introduce una frase que evidencia otra de las características fundamentales de
todo pensamiento antiguo: “La naturaleza, pues, como decimos, no hace nada
en vano.” Con lo que vuelve a resaltar a la teleología como
motor de la transformación de los seres naturales. Todo se desarrolla siguiendo
su propio fin, su propia esencia, su forma específica, buscando actualizar eso
que el ser es.
Evidentemente,
el homo socialis que propongo no se corresponde con el zoón
politikón que acabo de analizar. Este necesita de una sociedad, porque solamente
viviendo en ella junto a los demás, consigue la actualización de sus potencias
humanas. De ahí que, funcionalmente, ella sea reconocida por el estagirita como
más importante que la propia existencia de los individuos: “la ciudad es por
naturaleza anterior a la casa y a cada uno de nosotros.”[2] Es decir, la naturaleza
crea la sociedad para que el ser humano -como ser natural- actualice en ella sus
potencialidades (el logos, tal como quedó explicado). Así, la
sociedad es vista por Aristóteles como una entidad independiente de la persona,
y la condición necesaria para que esta acontezca y se desarrolle. Pero, siempre,
desde la perspectiva de la concepción teleológica, que rige y
dirige al mundo natural, donde todos los seres se desarrollan buscando
actualizar su función principal, su esencia.
El
concepto de homo socialis que ofrezco, también necesita de una
sociedad para desarrollarse junto a los demás congéneres que la habitan. Pero,
a diferencia de las tesis de Aristóteles, esta no aparece en el ser humano “por
naturaleza”. Nuestra evolución ha ido dando pasos en función de la
posibilidad de la supervivencia de los individuos; donde la carga genética, las
mutaciones, las influencias del medio físico, las alteraciones de este desde
las más diversas prácticas culturales ideadas desde generaciones ancestrales, y
las decisiones tomadas puntualmente por los individuos de los muy diferentes
grupos a lo largo de los miles de años de evolución, han moldeado el hábitat
social humano. Un hábitat social construido, fundamentado, en la interacción
constante de los cerebros individuales que lo constituyen, y de estos con las
generaciones pasadas; para, desde sus creaciones culturales, adaptarse a un
medio físico concreto siempre inhóspito, en el que consigue sobrevivir el ser
humano.
Pero,
y aunque es cierto que la cultura nos determina, no hay que entenderla como un
marco rígido desde el cual las personas nos creamos. Esta visión simplista vendría
a ser aquella perspectiva teleológica actualizada. Sino que, más bien, a todas
las interactuaciones que se llevan a cabo en una sociedad entre sus miembros, y
estos con las generaciones pasadas, y todos con respecto al medio físico, se
utilizan pensamientos, ideas, teorías, creencias, valores, instrumentos,
tecnología, … que se heredan, se trasmiten, se cambian, se transforman, se
inventan … Y es a eso, a todo ello en constante dinamismo de interacción mutua,
a lo que consideramos en conjunto como cultura. Algo que solamente puede tener
lugar dentro de la sociabilidad humana.
Eugenio Luján Palma – Filósofo Esta obra está bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0
[1] Aristóteles: Política,
Trad. de Carlos García Gual, Madrid, Alianza Editorial, 1986, libro 1, capt. 2,
pp. 43-44.
[2]Ibidemos.